¿TÚ PISARÁS LAS CALLES NUEVAMENTE?


Algunas cosas que pensar antes de salir a parar esta combi sin piloto


El 5 de julio de 2015 Alejandro Salas —entonces locador de servicios legales de la Municipalidad de Jesús María— publicó en su cuenta de Twitter: “@bonvallet chileno compadre la cancha de tu madre!! araucano y la puta que te parió Negro loco feo de mierda!! (sic)”. Eduardo Bonvallet es un comentarista deportivo chileno. El contexto era que el Perú le había ganado dos a cero a Paraguay en la Copa América el día anterior, conquistando el tercer puesto, y el periodista dijo algo, no sé qué, que al abogado claramente no le gustó. Pero qué más da. 

            Luego de ese trabajo como freelance en Jesús María, Salas Zegarra pasó a hacer lo mismo en el Ministerio de Vivienda; fue subgerente de fiscalización de servicios a los vehículos de la Sutran, donde llegó a subgerente; y después fue el encargado de la secretaría general de la Municipalidad de Breña. Ha sido regidor por Somos Perú y también por Solidaridad Nacional. Postuló a la alcaldía de Pueblo Libre en el 2018, y tentó el Congreso, con el Somos Perú de Salaverry y Vizcarra, en las elecciones de 2020 y 2021.

            Las únicas veces que se ha referido a la cultura en la red social, donde hasta el miércoles último era bastante activo, ha sido en sentidos más bien figurados. Cuando sí solía ser directo y claro era las ocasiones en que le saltaba la vena terruqueadora. Hasta ese día podían rastrearse comentarios suyos como “La Izquierda no debería existir, la Izquierda se acaba cuando se termina el dinero ajeno (sic)” y “un rojo menos es una esperanza para el Peru (sic)”. Tras el reciente cargamontón decidió cerrar su cuenta.

            Bueno, pues: desde hace tres días Alejandro Salas es el ministro de Cultura. De un gobierno que se presentó de izquierda.

            Que una persona sin preparación acepte un cargo de gran relevancia es, por lo menos, inmoral. Pero también que un señor que no ha tenido reparos en mostrarse racista, histérico, homófobo y facho, y que más bien no consigna ninguna —absolutamente ninguna— experiencia ni afinidad ni interés conocido en temas culturales sea designado por el gobierno como el responsable de dirigir precisamente ese ministerio es muy decidor. Muestra, por ejemplo (como ya ocurrió con la elección de Ciro Gálvez), que quienes gobiernan no comprenden el asunto, no le dan siquiera un mínimo valor, que no conocen el poder que tiene la cultura para transformar un país alicaído como el nuestro. Y por eso creen que cualquiera, literalmente, puede hacerse cargo. Lo mismo podría decirse del profesor de Geografía Wilber Supo, actual ministro de Medio Ambiente.

            Esto si queremos caer en la ingenuidad de creer que solo los motiva el desdén, la ignorancia o la falta de contactos en los respectivos sectores. Pero claro que no: ha quedado en evidencia que de lo que se trata es de parcelar cuotas de poder, fortalecer alianzas que permitan la sobrevivencia del Ejecutivo. Eso no impide, entonces, colocar a gente con anticuchos y prontuarios como Chávarry en Interior o el deplorable Valer en la presidencia del Consejo; o una retrógrada ultraconservadora como Katy Ugarte en el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables.

            Ahora bien, todo este entramado reciente de patrañas (que incluyen la destitución del procurador general Soria) que nos quieren hacer pasar por candidez de aprendices no hacen del Ejecutivo un poder menos sucio y corrupto que el Legislativo, que acaba de mostrar sin pudor sus afanes clientelistas con el transporte informal y la reforma universitaria. Nuestros congresistas no son mejores. No tienen más autoridad ética ni valía institucional. Elegir a Castillo sobre Fujimori o López Aliaga no fue la esencia del error. El error fue haber permitido que esos tres alcanzaran los primeros puestos de la elección presidencial, y que de paso contribuyesen a copar de impresentables el Congreso.

            Hemos, me parece, llegado a un nivel nuevo en la escala del descrédito político: no se salva nadie. Por mi parte pienso que no existe ni un solo partido ni líder visible que resulte confiable. Y si al país le faltaban diez o veinte años para encarrilarse y volverse una nación armónica y seria, hemos involucionado ahora mismo a un estadio previo, a una prehistoria de dicho camino. Como el caos que precede un gran estallido.

            Este estallido solo puede surgir de la ciudadanía molesta. Del asco. De la indignación atracada en la garganta. No veo otra opción. Como ocurrió en noviembre de 2020.

            Hace días que le doy vueltas a la pregunta de por qué la gente salió masivamente a protestar entonces, y ahora pareciera contentarse con mostrar su bronca en las redes. Tengo una teoría triste de corte sociológico: quizá entonces la crisis política confluyó con el hartazgo de vivir meses encerrados, sobreinformados y con miedo a morir. Siguiendo esa hipótesis, las marchas significaron un desfogue erótico colectivo, contrario a lo tanático (lo que explicaría que estuvieran compuestas mayoritariamente por jóvenes, aunque eso tampoco es de extrañar). Cabría preguntarse, entonces, si los peruanos hubieran salido a las calles de no haberse dado la pandemia. Ya dije que es una hipótesis infeliz: significaría que somos más sumisos y permisivos de lo que queremos aceptar.  

            Una segunda idea tiene que ver con la fragmentación y el enfrentamiento surgidos durante las elecciones pasadas, y que llegó a momentos muy lamentables durante la segunda vuelta. La suposición es que el hastío es menor al rencor que nos tenemos entre ciudadanos por pensar —y votar— distinto, que nos seguimos culpando entre todos. Hasta hace poco eso significaba una oposición derecha-izquierda, pero las últimas semanas se han encargado de diluir esas fronteras. También sucede que se intersectan los intereses, lo que, me imagino, paraliza a ciertas organizaciones que en anteriores ocasiones estarían hace rato plantadas en las calles del Centro: federaciones, gremios, sindicatos, movimientos. Mientras, los partidos solo buscan llevar agua para sus molinos, y nosotros, masa confusa, nos quedamos con el desasosiego dentro. Y pasan los días, y nos sentamos frente a la ventana a mirar cómo todo allá afuera se cae a pedazos.

            La tercera razón está relacionada con el temor: con un sentido de la oportunidad digno de preocupaciones más nobles, el gobierno acaba de decretar 45 días de estado de emergencia en Lima y el Callao, lo que significa que “quedan suspendidos los derechos constitucionales relativos a la inviolabilidad de domicilio, libertad de tránsito en el territorio nacional, libertad de reunión y libertad y seguridad personales”, y autoriza la intervención y el uso de la fuerza de la policía y el ejército. Esto significa que nadie se encontraría a salvo de ser repelido y detenido por salir a protestar. Y todos recordamos el penoso saldo de fines del 2020.

            Entonces bien: ¿debemos permanecer como testigos impávidos de la debacle? No. Me parece que la situación no da más, que debemos salir a las calles con optimismo y energía, cuidándonos unos a otros. Pero salir. Marchar. Gritar. Cantar. Chancar ollas. No hacen falta líderes ni demasiada organización. Como principio, basta con dar una señal clara: aquí estamos, no nos seguirán agarrando de cojudos. Ustedes no nos representan.

            Si la voz del pueblo es la de Dios, a ver, pues. 

            Por lo pronto hay un plantón convocado para hoy a las 15:00 en la puerta del Ministerio de la Mujer (Camaná 605). Y mañana, sábado 5, parece que la cosa se arma desde el mediodía en la histórica plaza San Martín. Una plaza que ha visto más de una vez cómo los ciudadanos le han plantado cara a los bribones. Y han vencido.

2 comentarios

  1. Enrique Prochazka

    Lo de la disolución del eje derecha-izquierda sucedió bajo nuestros pies, y poco a poco, desde hace décadas. Los únicos que no lo sintieron fueron los más rentistas desde la derecha y también desde la izquierda, los que vivían del membrete, del título de propiedad de su parcela política ya imaginaria. Más recientemente el eje progresista-conservador pareció cobrar relevancia y fuerza explicativa, pero incluso eso ha desaparecido o casi. El eje ahora es arturiano: el caos que vivimos es la Tierra Baldía -nosotros mismos hicimos decesto un erial- y no habrá un Orden del otro lado si no echamos mano de un difuso y desconocido Grial.

  2. María Zegarra

    Buen día. Unidos tenemos que liberarnos de la banda corrupta que está en Palacio. Los síntomas que ha mostrado indica que no nos son favorables y por tanto, hay que superarlos pronto, es urgente actuar y que se vayan todos!

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