Tacna la linda


El sereno encanto del rincón más austral del país 


Salvo dos regresos brevísimos, he pasado cien días lejos de Lima. Nunca estuve distanciado de casa por una temporada tan larga. Y cuando digo ‘de casa’ hablo, claro, del lugar donde vivo y, por lo mismo, también de mi barrio, mi ciudad, mis hijos, mi pareja, mis afectos, mis libros, mi gata, mi desorden, mis objetos, mis ruidos. Estuve lejos de los espacios y las miradas en los que me reconozco, cerca de los cuales soy feliz cuando lo soy.

La tecnología es muy útil para combatir la soledad remota, pero no basta, por más voluntad que uno le ponga. Hay barreras, nada es igual al contacto cercano. Las caras que quieres besar se vuelven planas, las telellamadas no transmiten el olor. Puedes abrazar una pantalla, pero no es rico.

En fin, la cosa es que ya volví. 

Y a veces volver no es tan sencillo.

No es que no esté felicísimo con el retorno, pero, si soy honesto, debo reconocer que no puedo dejar de extrañar Tacna, donde pasé estos tres meses y un cacho. 

Les voy a contar unas cosas de Tacna.

Por ejemplo, que es tan pequeña y poco poblada, que toda la región alberga menos gente que Chorrillos. 

Es una capital tranquila, bonita, un poco descuidada. Los tacneños no sienten ese miedo inquietante a que les hagan daño, les roben, les metan tres tiros por arrancharles el celular. El tráfico no los vuelve locos. Las bodegas no están enrejadas, en las tiendas no tienes alguien vigilándote. Lo pregunté varias veces, y la gente lo tiene claro. Parece que han decidido vivir en paz, al menos en cuanto a la seguridad ciudadana.

Puedes caminar y llegar a casi cualquier parte. En todo caso, los taxistas parecen haberse puesto de acuerdo para cobrarte cinco soles a donde vayas.

El sol sale en invierno. Bien, honestamente. Pero a las cinco y media se hace de noche, y a las seis te pelas de frío.

Si te abres de las avenidas, verás que la gente vive en barrios apacibles. Ni muy ruidosos, ni congestionados. No parecen necesitar guachimanes. Los chiquillos juegan fulbito, a las escondidas. Cada tanto pasa una camioneta que vende tamales o huevos. El pregón lo llevan grabado, pero no importa, igual es lindo.

Tienen por lo menos un par de platos espectaculares: el picante a la tacneña, y el adobo a la ídem. Ricas aceitunas, aceite de oliva, zapallo de carga y un portento cárnico, el cordero candaraveño. Pisco del bueno. Eso sí, si te quieres, no aceptes nunca la invitación a un Tacna Sour, una trampa dulce y satánica. No hay muchos chifas, pero sí pizzerías, no en vano se saben un poco italianos. También un sitio magnífico para comer comida pakistaní, frente a la mezquita: ambos son rezagos de la comunidad musulmana que se instaló hace un par de décadas aprovechando el mercado de carros usados propiciado por Fujimori. Cuando se acabó la fiebre del chatarreo, se fueron casi todos. También te puedes arrimar una hamburguesa casera doble con queso a diez soles en la food-combi de una pareja venezolana simpatiquísima.

En Tacna hay varias librerías piratas, que funcionan a vista y paciencia de todos. Están muy surtidas y cuentan con novedades. He visto a un joven chileno llenar un costalillo de mercado de libros de ciencias sociales. Al frente de la calle de los piratas (como hay la calle de las ópticas, de las lavanderías o de los casinos), acaban de abrir un Crisol. Recién.

Tacna es tierra de artistas e intelectuales: historiadores, dramaturgos, cronistas, pintores, periodistas. Pero especialmente de poetas. El símbolo no oficial es un león llamado Prince, que, inspirado en una fiera de circo verdadera, es el protagonista de un poema de Federico Barreto que se saben todos los escolares: se trata de una alegoría del cautiverio.

El cautiverio es un tema vivo para los lugareños, aunque tenga un siglo resuelto. Esto puede resultar difícil de comprender, pero están orgullosos de ser ‘la ciudad heroica’, de su proverbial patriotismo. Si alguien no lo sabe bien, en resumen pasó que tras la guerra del Pacífico se firmó el Tratado de Ancón, por el cual Chile se quedaba con Tarapacá, y Arica y Tacna permanecerían ocupados por los invasores por diez años, al cabo de los cuales se llevaría a cabo un plebiscito en el que ambas localidades decidirían su futuro. Este no se llevó a cabo, sino que, más bien, comenzó a postergarse, lo que coincidió con una campaña de chilenización del sur. Sin embargo, la resistencia tacneña se conservaba en las casas y, parece, en los corazones, y al fin se dio la vuelta al país en 1929. Eso es lo que se celebra cada 28 de agosto, cuando sacan a pasear una inmensa bandera por las calles del centro, mientras gente de toda edad, conmovida genuinamente, canta y le arroja hojitas coloridas de buganvilia. Suele venir el presidente de turno. Esta vez le arrojaron huevos.

Además de sus curiosos tejados planos, llamados mojinetes, Tacna es famosa por su zona franca, mucha gente viene a comprar cosas porque son más baratas. Y no es para tanto. Sin embargo, si te gustan los perfumes y los licores, sí vale que te des una vuelta por los mercadillos. 

A una hora o poco más del centro está el mar, frío y tosco, pero igual adorado como todo lo que recuerda al verano. Una hora más para otro lado está Miculla, el maravilloso bosque de piedras grabadas hace cientos o miles de años con imágenes de bailarines, cazadores y dioses. Y si vas en otra dirección, llegas a Tarata, desde donde enfilas un camino inca que te lleva a iglesias viejas, cuevas, andenería centenaria y funcional, aguas termales. Por allá hay volcanes y para este lado, cataratas. El sobrecogedor desierto del Alto de la Alianza, donde se acabó el trato con los bolivianos y comenzó la desgracia para los tacneños, está a quince minutos.

Una avenida, un estadio, un club, varios colegios, una universidad y quién sabe cuánto más se llaman Jorge Basadre. Qué tipo extraordinario Basadre. Qué genio entrañable. Los tacneños están orgullosos de su héroe sabio. Hay que leer más a Basadre.


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3 comentarios

  1. Lizanne gaete acha

    Me encanto la descripcion de la ciudad de Tacna y de los tacneños, tan dulce, poetica , entrañable e historica. Me atrevería a creer que el autor se esta llevando un pedacito de nuestra Tacna en el corazon ,que es lo que siempre ocurre cuando peruanos de otras ciudades conocen Tacna y a su gente, gracias.

  2. Dante

    Gracias. Sí, tal cual: desde entonces llevo un pedazo —y no tan pequeño— de Tacna en el corazón.

  3. Cesar

    Vivo en Tacna hace 22 años, me encanta su tranquilidad y serenidad, desde mi perspectiva. Sin embargos algunos tacneños ya encuentran demasiado cambiado, para peor, el ambiente respecto al lugar en que crecieron. No para quienes venimos de un lugar sin amabilidad ni cariño.

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