Soros no usa rifles de asalto


O cómo los conspiranoicos adaptan sus teorías para no pisarse los callos


Existe en Estados Unidos una obsesión de los sectores conservadores con las inverosímiles teorías de conspiración que denuncian el «control de la población”. Detrás de diversas políticas públicas ven un objetivo oculto, una trama clandestina que busca reducir dramáticamente la población del planeta y facilitar así un “nuevo orden mundial” en el que una élite reducida manejará con facilidad el mundo sin que los ciudadanos de a pie lo noten. 

Cuando se habla de la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo, ellos ven una campaña para destruir a la familia tradicional. No queda muy claro el nexo causal, pero el argumento sostiene que si se legaliza el matrimonio igualitario las parejas heterosexuales ya no querrán casarse. Y si no se casan, no se reproducirán. Esto, evidentemente, no se sostiene en ninguna evidencia y va en contra del sentido común, si consideramos la enorme cantidad de hijos extramatrimoniales que existen en el mundo. Pero ahí están, en una cruzada por la subsistencia de la especie a través del “sí, acepto” heterosexual.

Si hablamos de la despenalización del aborto, es peor. No se detienen a analizar la estadística que muestra que las mujeres igual abortan cuando esta acción está criminalizadani que el número de abortos no disminuye por leyes más estrictas, y que lo que se busca es que los abortos sean seguros y se evite poner en peligro la vida de la mujer con soluciones clandestinas. Ante sus ojos se trata de la estrategia más evidente del esfuerzo sistemático por reducir y controlar a la población alrededor del mundo.

También hay quienes sostienen que la pandemia del Covid fue creada en un laboratorio con ese fin, que el uso de mascarillas afecta la salud y que las vacunas generan infertilidad. Ya ni qué decir de los anticonceptivos y cualquier programa de planificación familiar. Todo encaja en su narrativa conspiranoica. 

Si esto les suena familiar es porque este fenómeno ya rebasó el país del norte y se repite alrededor del mundo, Perú incluido. Su principal modo de difusión es a través de cadenas de Whatsapp o los mensajes de Facebook: un supuesto científico chino que cuenta la verdad sobre la pandemia, los planes ocultos de Bill Gates con las vacunas, las estrategias malvadas del Foro Económico Mundial, George Soros y su ideología de género, y un largo y estrafalario etcétera. 

El número de gente que cree en estas cosas no es menor. En un artículo anterior comenté que el 15 % de la población estadounidense cree en la teoría sobre QAnon. Es decir, hay 49 millones de estadounidenses que cree que su país está controlado por una camarilla de pedófilos satánicos. 49 millones. Si fuesen la población de un país, sería el quinto más poblado del continente americano, por encima de Argentina, Canadá y Perú.

Hay en estos sectores una ansiedad permanente por buscar nuevas pruebas de que sus teorías son ciertas, de que su paranoia no es tal, sino que el resto de la población no quiere abrir los ojos ante la terrible realidad. Pero, curiosamente, se hacen de la vista gorda frente a una problemática que podría encajar perfectamente en su afiebrada narrativa. Me refiero a la dramática situación de violencia que traen las armas y los tiroteos masivos en escuelas, iglesias, centros comerciales y cualquier espacio público.

De acuerdo a estadísticas del Gun Violence Archive, en lo que va del año ha habido 309 tiroteos masivos en Estados Unidos. 309 tiroteos masivos en solo 184 días. Mientras escribo estas líneas, escucho en la televisión sobre un nuevo tiroteo en Illinois, donde un joven estadounidense disparó indiscriminadamente en un desfile por el 4 de Julio y mató a seis compatriotas e hirió a docenas más. En este primer semestre, más de 22.000 personas han muerto a causa de violencia vinculada a armas en dicho país.

Por años se ha intentado enfrentar esta problemática con proyectos de ley para regular armas. Por ejemplo, para que sea obligatoria la revisión de los antecedentes de las personas que compran una, para que en algunos estados comprar una pistola no siga siendo tan fácil como comprar una cajita feliz en el McDonald’s. O para limitar el acceso a los rifles de asalto y evitar que sigan siendo el arma más usada en este tipo de atentados por su mortal eficacia. Son muchas las propuestas, muchos los esfuerzos desplegados, los cuales siempre se han estrellado contra un bloqueo feroz en el Congreso norteamericano.

¿No es este un caso más que alimentaría perfectamente las teorías de conspiración? Un ejemplo claro del gobierno negándose a solucionar un problema que genera la reducción de la población de manera violenta, con un ritmo sostenido a lo largo del tiempo. ¿Por qué no hay cadenas por Whatsapp denunciando que el “nuevo orden mundial” no quiere acabar con la violencia de las armas? ¿Por qué no hay fake news de Bill Gates financiando fábricas de escopetas, o un fotomontaje de Soros con un rifle de asalto?

La respuesta es simple: porque no les conviene. Los sectores que promueven estas teorías de la conspiración son los mismos que se oponen rabiosamente a cualquier tipo de regulación de las armas. Los políticos que los representan son abiertamente financiados por las empresas de armas y sus lobbies

Así, parece que cuando los intereses se alinean es fácil dejar de lado las narrativas a las que nos tienen acostumbrados. O adaptarlas de forma poco convincente, tratando de argumentar que en realidad lo que quiere el gobierno es quitarles las armas para que no puedan defenderse de este “nuevo orden mundial”. Cualquier cosa, con tal de no pisarle los callos a su propia gente, de poner en riesgo los feudos de poder que han conseguido.

Las teorías conspiranoicas pueden estar muy alejadas de la realidad, pero las personas que las traman y difunden no lo están. Saben perfectamente lo que están haciendo. 

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