Sobre héroes y piscos


Veinte años después, ¿se repetirá nuestra búsqueda de orgullo?


Esta semana se cumplieron veinte años exactos desde que, siendo un sábado veraniego, el periodista y gastrónomo Raúl Vargas me invitara a su cabina radial en RPP para su programa La Divina Comida. A Raúl se le había ocurrido por esos día la idea de que el Perú tuviera su Día del Pisco Sour, ya que por entonces en Chile había surgido una iniciativa para tener su Día de la Piscola. La de Chile era una reacción de desquite, pues unas semanas antes, en mi oficio de creador de anuncios, se me había ocurrido una imagen que celebraba que por fin el Perú empezaba a pelear la denominación de origen del pisco en mercados internacionales. 

Dicho aviso nació como una colaboración para la revista Caretas —que necesitaba ilustrar esa noticia— y mostraba un racimo de uvas con la forma de Sudamérica, en el que la parte correspondiente a Chile estaba desgajada. Un texto provocador complementaba la idea: “Chile, despídete del pisco”.

Teniendo en cuenta que por entonces no existía Facebook ni red parecida, no deja de asombrarme cómo la dichosa imagen se hizo viral a través de los correos electrónicos. Recuerdo que en la Navidad de 2002 se vendieron polos con ese estampado, que hubo protestas diplomáticas, y que en el verano de 2003, antes de ser invitado por Raúl Vargas, capté impresionado a través del cable un noticiario chileno en el que ciudadanos de ese país rompían el aviso ante cámaras.

A la distancia —hoy se puede decirlo sin las ardidas emociones—, éramos dos sociedades que discutían por encontrar y defender su propia identidad.

A la distancia también vale la pena airear una reflexión que conecta ese pasado con nuestra actual coyuntura.

Un par de años antes de aquel episodio pisquero se había hecho público el primer “vladivideo” de aquella saga de imágenes grabadas que confirmaban la podredumbre de nuestras élites políticas, mediáticas y empresariales durante el Fujimorato bajo la influencia nefasta del principal asesor del entonces presidente. 

Aquellos videos repulsivos aparecieron en el contexto de un país que había sufrido la crisis económica asiática, la tercera reeleción fraudulenta de Fujimori, las insistentes marchas contra su régimen —que confluyeron en aquella de los Cuatro Suyos—, y que alcanzó su infeliz cima con la vergonzosa renuncia por fax del presidente. A ello podríamos sumarle que el fútbol peruano habia tenido su década más oscura, que cualquier Mundial con la blaquirroja era un sueño, y que los peruanos ni siquiera nos habíamos puesto de acuerdo para ofrecerle al mundo nuestra gastronomía. La Marca Perú, hoy literalmente abaleada, era una quimera lejana. 

Un desánimo fúnebre nos acompañaba, hasta que, como todo ser humano que busca aferrarse a cualquier esperanza, empezamos a buscar el orgullo que nos era esquivo en cualquier manifestación que escapara de la oscuridad. ¿Juan Diego Flórez había sido ovacionado en algún teatro extranjero cantando un género que aquí prácticamente nadie escuchaba? Adelante, a aplaudirlo. ¿Sofía Mulanovich se imponía con su tabla en aguas lejanas? Bravo. ¿Gastón Acurio y nuestra élite de cocineros recogían nuestra cocina ancestral y los medios extranjeros empezaban hablar de ese movimiento? Grandes reportajes. ¿Inca Kola no había podido ser vencida por Coca-Cola en nuestro territorio? Crónicas bien escritas y merchandising a la altura.  ¿Bembos abría una sucursal en la India? Portada en un diario principal. ¿Había que votar por Machu Picchu como maravilla moderna del mundo? A gastar nuestros planes de internet.

Con un clima así, no era raro que la noticia sobre la reivindicación del origen peruano del pisco tuviera tanto eco, más aún, con una imagen que hacía una referencia a la mutilación simbólica del territorio de nuestro vecino.

Un par de décadas después, parecemos confirmar que somos una sociedad que, al no afrontar sus males de fondo —el racismo, la desigualdad que conlleva y nuestro poco respeto a las instituciones—, se mantiene girando en el mismo círculo, alternando crisis profundas, recuperaciones y bonanzas falaces.

¿A que maderas flotantes nos aferraremos esta vez?

¿A quiénes le confiaremos nuestro orgullo?

Espero que ya no solo a singulares compatriotas que logren renombre internacional, sino a una generación de jóvenes que cambie aquí nuestra política, que exija la reestructuración de nuestras instituciones y que presione a los medios para que los micrófonos y reflectores caigan sobre voces sensatas y no sobre peruanos que exaltan la violencia y que idiotizan.

“Desgraciado el país que no tiene héroes”, dice un personaje de Bertold Brecht en su obra Galileo. “No”, responde el protagonista, “desgraciado es el país que los necesita”.

Ahí está nuestro Perú, en el limbo que existe entre ambas líneas, y yo no puedo más que desear que nuestro heroísmo algún día sea colectivo y anónimo.


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4 comentarios

  1. Querido Gustavo, los héroes y el orgullo son conceptos que vienen detrás de la memoria y las emociones compartidas, con ellas podemos crear políticas de vida en sociedad más justas, horizontales, inclusivas, democráticas etc etc etc. Todo si y solo si se comparten.
    Pues debemos compartir memoria y emociones. Entonces sugiero usar http://www.ojospropios.pe

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Andrés, por este gran complemento.
      Un fuerte abrazo.

  2. Esos años ya vivía en el extranjero mutando en apátrida y no supe de ese mapa sudamericano. Diseño Gráfico sencillamente GENIAL. Forma, material, concepto, mensaje y efecto, un excelente sentido de la abstracción y de síntesis. Mis felicitaciones!
    Como estamos ya medio nóicos con la IA, me pareció en un momento que el artículo había sido escrito por La Máquina, al parecer se le pasó al corrector y se repitieron varios párrafos, pero todo bien!

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Luis, fue un error de WordPress.
      ¡Un abrazo!

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