Sentir el dolor


La sociedad y la ciencia ante el desafío de comprender los malestares ajenos


Cada cierto tiempo en mis redes sociales aparecen unos videos en los que un hombre experimenta el dolor que producen los cólicos menstruales. Los videos son siempre muy similares. Un hombre y una mujer, que no necesariamente son una pareja, suelen estar en un centro comercial, o cualquier lugar concurrido, y quien dirige el experimento se les acerca con un aparato que simula el dolor punzante de los cólicos. Al inicio los hombres de estos videos —a más estereotípicamente fuertes más reticentes— suelen excusarse para terminar participando ante la insistencia de sus acompañantes. Poco a poco la intensidad de los dolores va a aumentando junto con algunos gritos tímidos, hasta que, finalmente y tras solo unos minutos, piden que pare el experimento. La respuesta de las mujeres suele ser similar. Ellas explican que en sus casos no pueden pedir que pare cuando les viene la regla; más bien indican que los cólicos las acompañan las 24 horas por varios días al mes, y que no suelen gritar de dolor en espacios públicos. 

Estos videos intentan ser cómicos, reflexivos y, por último, venderte algún producto. Pero realmente reflejan una cuestión importante para la medicina: cómo interpretamos el dolor ajeno y cómo las percepciones sociales de género influyen en los tratamientos.

En los últimos años se han desarrollado grandes líneas de trabajo para entender cómo nuestra visión del mundo moldea el conocimiento médico y su aplicación. Diferentes disciplinas como los estudios de género; la salud pública; y la ciencia, tecnología y sociedad, entre otras, se han concentrado en estas inquietudes para entender cómo en espacios médicos los pacientes son tratados de diferente manera por su género, raza y condición social. Aunque coinciden en que el género es una construcción social, también reconocen que las diferencias son tan arraigadas y profundas en nuestras comunidades que interfieren en las prácticas médicas, que usualmente consideramos objetivas y que cuentan con números, estándares y procedimientos que ‘no ven género’, pero en que en la práctica sí lo hacen. 

Una pregunta que se hacen los investigadores es cómo interpretamos el dolor de otros dependiendo del sexo y género de una persona. Como nos lo muestran los videos de TikTok es muy difícil entender el dolor que siente otro sin vivirlo. Nuestra empatía tiene la limitación física de realmente no saber qué experimenta otro individuo hasta que uno lo vive. En muchos de esos videos los hombres sabían que las mujeres que los acompañaban sufrían de cólicos menstruales. Reconocían saber que estos eran intensos, frecuentes y que no eran un experimento pasajero. Sin embargo, ese reconocimiento tenía límites físicos por lo que al inicio de la prueba no pensaban que realmente fuesen a sentir un dolor que no iban a poder ignorar. En algunos de casos los hombres, incluso doblados por el tormento, dicen que las mujeres ya están acostumbradas, por lo que seguro no lo sufren tanto. 

La falta de reconocimiento de un dolor crónico como real, o ser llamadas histéricas por compartirlo son solo una parte de la recurrencia de ignorar el malestar de las mujeres. Quienes investigan las implicancias del género en la percepción del dolor indican que las consecuencias en ambientes médicos pueden tener impacto en la salud. Eso se ve, por ejemplo, en las variables en los tiempos de espera en emergencias entre hombres y mujeres. Un estudio publicado por la revista de la Asociación Estadounidense del Corazón reportaba que las mujeres que se acercaban a urgencias con un dolor en el pecho esperaban hasta casi un 30% más de tiempo que los hombres para ser evaluadas por un posible ataque cardiaco. También se observa en las diferencias en los tratamientos que reciben los hombres y las mujeres. En una revisión bibliográfica titulada ‘Hombres valientes y mujeres emocionales’, investigadores suecos recogieron 77 artículos en los que se describía cómo las diferencias de género reconocidas por el personal médico influían en los tratamientos que recibían ambos grupos. Por ejemplo, los investigadores indicaban cómo en determinadas enfermedades las mujeres recibían menos tratamiento específico para el dolor, pero sí se les prescribía tratamiento psicológico, a diferencia de los hombres, lo cual tenía implicancias negativas para los últimos.

Además, el rol de las interpretaciones de género en los tratamientos médicos no solo se ve en comparaciones entre hombres y mujeres. Un caso que lo ilustra se encuentra en el popular podcast The Retrievals, publicado por el New York Times y Serial. Este narra el caso de 70 mujeres que fueron sometidas a intervenciones médicas sin sedantes en el Centro de Fertilidad de la Universidad de Yale en los últimos cinco años. Estas no recibieron los tratamientos indicados porque una enfermera del centro había robado sistemáticamente los sedantes, intercambiándolos con solución salina que no tenía ningún efecto. Sin embargo, esta es solo una parte del crimen, ya que, ante la queja de las pacientes, el personal médico repetía que “un poco de dolor era esperable”, aunque las pacientes —sin sedantes— insistían y pedían una solución a un dolor extremadamente fuerte que fue ignorado por todos. Esto permitió que el delito continuara durante meses. 

En algunos casos, ignorar el dolor de las mujeres puede dar lugar a TikToks cómicos, mientras que en otros a crímenes impensables. El rango de las consecuencias es muy amplio, así como lo es el propio dolor. En el libro Principios de la Medicina Género-Específica, publicado este año, se recogen las investigaciones más importantes sobre el dolor y el género. Como se dice a lo largo del texto, estudiar el dolor es algo muy complejo, ya que es personal y varía de enfermedad a enfermedad. Además, sus interacciones con las percepciones difieren mucho entre una sociedad y otra. También indica que el personal de salud está entrenado para interpretar el dolor, pero en este proceso no solo se tienen herramientas numéricas o indicadores, sino que también se interpreta lo que dice un paciente, cómo lo dice y sus expresiones corporales. Algunos de estos indicadores son subjetivos y no solo van a depender de lo que diga el paciente, sino también de la experiencia de quienes lo tratan. 

En muchos de los estudios y casos que he mencionado se llega a la conclusión de que lo que se busca es dar el mejor tratamiento para todos y todas. Que en el caso de las mujeres no se ve el dolor como ‘algo normal’ a lo que deberíamos estar acostumbradas por tener una enfermedad crónica o un malestar frecuente. Tampoco se busca tener que llegar a producir dolor en otros para entender el que sentimos, así sea por unos minutos para un video viral.  Lo que estos estudios, personal sanitario y pacientes pretenden es autoestudiar la medicina para que sea más sensible a las vivencias, empatía y comprensión de cómo nuestras construcciones sociales son parte del diagnóstico, tratamiento y curación de los pacientes. 


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