Primicia, teníamos racismo


¿Quién es racista en el caso Tai Loy?


Digamos que convivimos en un país sin racismo hacia la población racializada negra. En ese país todas las personas tienen un amigo o una abuela que clasifican como negro o negra. A algunos habitantes de ese país les gusta el festejo o son hinchas de Luis “Cuto» Guadalupe (la fe), lo cual hace imposible que sean racistas. 

            De pronto, de forma súbita, se hace visible y mediático un evento denominado “racista” contra un cuerpo racializado negro. Entonces, las personas no racializadas como negras “descubren” que el racismo existe. Algunas se escandalizan, piden que el racismo se acabe, y exclaman que  “todos somos iguales”. Otras se escandalizan, pero por la osadía de llamar las cosas por su nombre. “¿Será realmente discriminación racial o son un grupo de acomplejados?”, dicen las voces escépticas. La cobertura mediática se centra en “los racistas” y en justificar o satanizar sus acciones. Las “víctimas” pasan a un segundo plano. 

            Así discurren los días, hasta que el evento “racista” es desplazado de la agenda mediática y ya nadie pregunta nada más. Ni los indignados, ni los reticentes. El seguimiento a la denuncia y la sanción es pequeño, comparado con el ruido generado por el evento en primer lugar. ¿Recuerdan qué pasó con Paulo César Fonseca en Huancayo en el 2014?

            En cuestión de una semana volvemos a ser el país armonioso, mestizo y orgulloso de todas sus sangres. El país donde, solo por coincidencia, las personas racializadas negras tienen más probabilidades de ser pobres, estar subempleadas y no acceder a educación superior. Vivimos en armonía y entre meras coincidencias, hasta que un nuevo evento “racista” se haga mediático y le brinde a algunos la posibilidad de apuntar con el dedo al racismo que se niegan a reconocer dentro de sí mismos. O, por lo menos, de apuntar al racismo del que son cómplices en el día a día con el chiste, con la indiferencia, con la normalización. Los racistas están entre nosotros. Todos participamos al mantener al racismo vivo. Tal vez por eso muchos no lo quieren ver. 

            Así, aparentemente, hasta el 3 de julio no existía racismo hacia los cuerpos negros en el Perú. El 4 de julio surgió el racismo cuando una empleada de la tienda Tai Loy en Barranco (Lima, Perú) persiguió por cuadras a una persona acusándola de robar objetos de valor porque su color de piel, sexo y maternidad la hacían sospechosa. Más importante que el racismo, surgió la oportunidad para externalizarlo. El actuar de una persona pasó a encarnar un sistema compuesto por varias instituciones, discursos, políticas, leyes, grupos de personas, etc. La persecución, al parecer nunca antes vista por algunos, pasó a simbolizar un hecho horrible. ¿Alguien alguna vez desde los medios se ha detenido a preguntarle a las personas racializadas como negras cuántas veces son detenidas y cuestionadas en las puertas de negocios? 

            Ahora que el asunto es mediático y llama la atención, los medios quieren buscar a la denunciante para revisitar los hechos del domingo una y otra vez. No importa que se trate de una revictimización constante. No importan las declaraciones previas. Las personas quieren saber quién, cómo, cuándo y dónde sucede el racismo a todo costo, como si no lo vieran todos los días. El racismo vende y, por lo tanto, hay que ir tras la noticia.

            Y las entrevistas a quien hoy ocupa el rol de “víctima” en la narrativa que los medios construyen sobre el racismo son valiosas porque alimentan el morbo. Cada medio ha decidido llamarla con distintos nombres y distintos apellidos. Algunos dicen que estaba en la tienda con su sobrino, cuando en realidad era su hijo. Los medios tradicionales e independientes se han apresurado en citar las declaraciones de su supuesto hermano, sin detenerse a verificar si es un verdadero vínculo sanguíneo, legal o un trato afectuoso entre compañeres en la lucha antiracista. 

            Quienes vivían en un Perú sin racismo hacia los negros y negras —ya que ellos bailan, cantan, pelotean y comparten su alegría— se han sorprendido. Siempre me resulta increíble que sucesos como estos sean vistos con asombro. Me pregunto si aún puede ser  noticia que una mujer racializada negra y su hijo sean acosados por policías y civiles. La noticia es que esto siga sucediendo y las acciones sistemáticas y estructurales para evitarlo sigan siendo insuficientes. Un titular jamás visto. 

            No sé por cuántos días más continúe este tema en la agenda pública. Durará mientras sea rentable, provea clics, retuits y corazones. Esta no es la primera vez que Anaí fue acosada por la policía: hace unas semanas, cuando hacía música en un parque, unos oficiales se acercaron a pedirle que se fuera, mientras otras personas realizaban actividades similares en el mismo lugar. Como no había una famosa tienda de por medio, esa noticia no era tan jugosa ni rentable. 

            Tampoco sé si este evento nos lleve a un cambio real en las percepciones y las acciones de las personas o si continuaremos en el loop de la discriminación racial. La empleada de Tai Loy tuvo una conducta discriminatoria basada en ideas racistas. Lo mismo ocurre con la propia tienda que, a través de un comunicado, avaló el accionar de su empleada como parte de sus procedimientos. También está respaldado por ideas racistas el accionar de los medios que no toman en serio la información y datos sobre la denunciante de los hechos. 

            El racismo no surge de la noche a la mañana. Vivimos en una sociedad en la que el racismo es la regla y no la excepción. Es decir, el racismo es un fenómeno estructural y seguirá existiendo mientras seamos cómplices de las condiciones que lo posibilitan. Satanizar únicamente los actos individuales nos deja en el mismo punto en el que comenzamos. Ya no quiero escribir sobre acontecimientos “racistas” como algo nuevo, por favor. 

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