Por qué marcho con maricas


Un testimonio de parte en el Mes del Orgullo


Mi hija Maira nació zurda, como el diez por ciento de la población del mundo, pero no ha sufrido mucho por ello. De pequeña, su manito izquierda empuñando el lápiz concitaba la curiosidad de algunos compañeritos, pero nunca se vio tratada cruelmente por su condición, ni tuvo que esconderla; a lo más, se vio obligada a encajar en un mundo que no está diseñado para esa minoría. Su abuelo materno, en cambio, sí fue obligado a usar la mano derecha a punta de palos, pues en su infancia aún imperaba algo de ese espíritu retrógrado que relacionaba a la izquierda con el diablo y el pecado. Es sabido que en la Edad Media quemaron a zurdos en hogueras y, hasta hace no mucho, en Japón un hombre podía repudiar a su esposa si descubría que no era diestra. 
Estos son, pues, mejores tiempos para ser zurdo, ¿pero cuándo lo serán para ese otro diez por ciento de personas que, por otro capricho aleatorio, no son bioquímicamente heterosexuales?

En mi país, la primera marcha por el Orgullo Gay se organizó en 2002. Mis hijas eran aún pequeñitas, pero recuerdo haberme preguntado si, llegado el caso de que resultaran lesbianas, marcharía por ellas. Al final, en mi familia la heterosexualidad resultó ser la norma y nunca vi la necesidad de salir a las calles. Pero eso se acabó. Algo tarde, me he dado cuenta de que mi familia se ha extendido más allá de la que se crió en mi casa. 

En lugar de marchar por mis hijas, hoy marcharé por y con Timmy, y también con su novio, su hermano y su cuñado. Timmy me ha dicho que se pondrá la bandera del arcoíris como taparrabos y que, con su vozarrón barbado, lanzará alaridos, porque si esta sociedad le robó la adolescencia haciéndolo sufrir dentro de un clóset, él se desquitará al menos por un día, gritando calato y desbordado.

Marcharé por Alberto y Diego, que vivieron por separado una adolescencia igual de angustiada, con un primer beso de amor manchado por la culpa y bailes de promoción con una pareja distinta a la anhelada; amigos queridos que tuvieron que irse lejos del país para casarse, sabiendo que al volver tendrían que enfrentarse a una sociedad que no les iba a reconocer derechos que en otros países ya son obvios: que en tu lecho de enfermo tu compañero de vida pueda hacer valer tu voluntad, beneficiarse del seguro que pagaron juntos, o heredar lo que adquirieron como pareja, porque aquí basta con que un familiar amparado por la ley retrógrada decida ser ambicioso o ruin para que el amor de tu vida termine en la calle.

Marcharé por Ricardo, que toda su vida soñó con ser padre y que, al no poder adoptar un niño por su condición de homosexual, decidió embarcarse en una larga, tediosa y costosa aventura en un país con mayor desarrollo tecnológico y legal. Hoy, que quiere que sus hijos sean peruanos como él —es decir, que no sean menos que nadie aquí—, su propio estado les niega la nacionalidad, olvidando que patria y paternidad comparten la misma raíz desde el inicio de los tiempos.

Marcharé por Valeria, por Luisita, por Katya, por Verónica, por Regina y tantas amigas que, dentro de sus universos únicos y valiosos, tienen historias similares que contar, manos que han debido esconder, abrazos que se han cuidado de dar, palabras que han tenido que maquillar, un cúmulo monstruoso de sinapsis adicionales que un heterosexual no tiene que cargar consigo, incluida esa reciente estupidez de enfrentarte en tu país a todo un embrollo porque una película de Disney muestra a dos mujeres dándose un beso de afecto maduro.

Podría terminar diciendo que marcharé por un sentido elemental de equidad, porque una sociedad con grupos que no se sienten integrados jamás será plena, o porque no se puede decir que un equipo juega al cien por ciento si a uno de sus integrantes no le dejan tocar la pelota. Pero, a pesar de ser verdad, hoy se me antoja un motivo algo abstracto.

En el fondo, más concretamente, marcharé por la amistad, esa patria chica que tiene su capital en el pecho. Porque si a un amigo el Estado le niega un derecho que a mí sí me otorga, sin haber hecho yo nada especial, ese estado puede irse al carajo y juntos lo tendremos que cambiar.

10 comentarios

  1. Paul Naiza

    Como siempre querido Gustavo, los jugos sabatinos son plausibles.

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Paul. ¡Un gran abrazo sabatino!

  2. Pablo Carriòn

    Por ellos Gustavo y por los q partieron a la eternidad sin poder hacerlo

    • Gustavo Rodríguez

      Otra gran razón, Pablo.
      Gracias.

  3. Tito Icochea

    Gracias Gus ! Me emocionaste muchísimo ! ❤️ Que hermoso eres

  4. Jose Angel

    Que reconfortante artículo, un gran abrazo Gustavo

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, José Ángel.
      Un gran abrazo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Volver arriba