PARA NO SEGUIR MURIENDO


El ecosistema nacional del libro en emergencia


Licenciada de la especialidad de Lingüística y Literatura de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Experiencia laboral en edición integral de publicaciones y en gestión de proyectos relacionados a la promoción de la industria del libro. Se ha desempeñado como investigadora y curadora de exposiciones literarias en la Caslit (2010-2012); como editora en Editorial Planeta Perú S.A (2012-2014); como especialista y, posteriormente, como coordinadora del Área de Producción y Circulación de la Dirección del Libro y la Lectura del Mincul (2014-2017); entre otros. Desde septiembre de 2018, es editora de la Biblioteca Nacional del Perú.


Desde hace varios años se escucha que el libro impreso cederá su lugar al digital. Que dejaremos de ser lectores analógicos para convertirnos en lectores guiados por algoritmos —de hecho, esto último ya está sucediendo con plataformas como la Biblioteca Pública Digital de la Biblioteca Nacional, que ofrece recomendaciones basadas en la experiencia de los usuarios⸺. Que las bibliotecas y las librerías desaparecerán, que ya para qué pagar alquileres y ocupar peso y espacio si todo puede caber en la nube.

También se dice que en el Perú no se lee porque según los datos más actualizados, arrojados en una encuesta del Instituto de Opinión Pública de la PUCP del 2015 ⸺sí, tal atraso llevamos con las cifras⸺, solo el 15% de compatriotas lee habitualmente. Además, por ese mismo estudio sabemos que somos muy pocos los privilegiados que contamos con más de 10 libros en nuestras casas: solo un 4%. En 2021 un reporte de la Dirección del Libro y la Lectura del Ministerio de Cultura señaló que de esa minoría que compra libros, la mayoría lo hace con una frecuencia anual. 

Se escucha, se dice, se supone. Igual, leamos en papel o en digital; poco o mucho; en nuestra apacible sala o en una biblioteca comunitaria en las alturas de Cajamarca, lo cierto es que el libro está ahí. Y el libro peruano, terco, diverso, empecinado en florecer en el desierto como buen hijo de este país del mañana, está, vive, resiste. Se levanta para no seguir muriendo. 

Pero no lo hace solo. Ahí están las editoriales independientes, esas pequeñas o medianas empresas que representan casi el 90% del rubro. Son ellas las que, con su empuje, hacen que el libro de autoras y autores peruanos circule, no solo en Lima, sino en regiones como Cusco, Trujillo, Arequipa y Huancayo, los focos editoriales que registran más títulos tras la capital. Pero no nos engañemos, el centralismo se impone y esto hace que la oferta no sea tan bibliodiversa como lo es nuestra naturaleza: las voces regionales llegan como un eco, las lenguas originarias no se escuchan, los contenidos asequibles para personas con discapacidad no se encuentran, los espacios como librerías o bibliotecas fuera de Lima (e, incluso, en algunos distritos de nuestra desigual capital) son oasis que se encuentran en poquísimos desiertos. Lima, como siempre, cree ser el Perú. 

Esas editoriales pujantes, muchas veces, empresas incluso unipersonales, han debido generar comunidades de lectores para no hundirse, y encontrar y formar a su propio público a través de ofertas diferenciadas. También han buscado un espacio alternativo para mostrar sus catálogos: ahí están las ferias como La Independiente, que, desde el 2017, reúne cada año a editores de distintas regiones del Perú que, sin esta vitrina, pocas oportunidades tendrían de mostrar su producción; las redes sociales como plataformas de encuentro y de venta; y, por supuesto, las librerías independientes como aliadas frente a las grandes cadenas que suelen colocar, atrás, en los rincones que las mesas de novedades esconden, su producción. Editores y libreros independientes, ante lo adverso, están abriendo camino, y ya quisieran muchos emporios contar con la fidelidad que las y los lectores les profesamos. 

Sin embargo ⸺como también ha sucedido con las grandes empresas transnacionales, muchas de ellas obligadas a cerrar sus operaciones en nuestro país o a reducir dramáticamente su personal y su plan anual⸺, les ha costado. La pandemia les dejó el cuerpo maltrecho: a muchas editoriales las agarró sin contar con una web o un espacio virtual de venta; a varias librerías las condenó al pago de alquileres que fueron ahuecando sus bolsillos sin que hayan podido abrir las puertas. Y, aunque nuevamente se percataron de esa grieta por la que se filtraba algo de luz y encontraron nuevos modelos de negocio ⸺así nacieron las tiendas en redes y en web, o la primera librería virtual⸺, lo cierto es que según el Sondeo sobre los efectos de la pandemia en el sector del libro en el Perú, publicado en marzo del 2021 por la Dirección del Libro y la Lectura, el 90% de los entrevistados (161 agentes editoriales de 16 departamentos) confesó que sus ingresos se vieron reducidos el 2020.  

Lo mismo pasó con las ferias, esos espacios necesarios de encuentro entre editores, autores y lectores, en los que las ventas se disparan. Tuvieron que migrar al espacio digital, pero, sin las actividades y sin los diversos espacios de socialización que tenían lugar de modo presencial, no pudieron conseguir el impacto deseado. El año pasado algunas volvieron a los espacios abiertos, pero la feria principal, la FIL Lima, aún no anuncia si volverá a abrir sus puertas el próximo julio. 

Ahora, un poco de esperanza: en julio del 2020 se promulgó la Ley 31053, que reconoce y fomenta el derecho a la lectura y promueve el libro. Se trata de una norma muy esperada que, pese a los vacíos que pueda tener o a las mejoras que pudieran plantearse, contempla un horizonte mucho más amplio: la lectura y el libro como un ecosistema integral en el que todas las partes deben funcionar como en un reloj. Y es que, sin lectores, la industria no se sostiene; sin libros diversos, solo una minoría se seguirá viendo representada; sin espacios de acceso gratuito como las bibliotecas públicas o de comercio como las librerías, apenas algunos serán o se harán lectores; sin ferias que se extiendan a lo largo y ancho de este país de juguete, los autores y autoras regionales seguirán invisibilizados; sin un verdadera política nacional del libro y la lectura, una de las grandes tareas pendientes, todo avance seguirá siendo aislado, producto de esfuerzos individuales que, con toda razón, empiezan a agotarse. Hay, pues, hermanos, mucho, muchísimo por hacer.

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