Palabras prohibidas


Un futbolista uruguayo y una candidata peruana nos recuerdan un viejo debate sobre “raza” y lenguaje


El castellano es un idioma riquísimo. Nos permite hacer juegos de palabras, trabalenguas, chistes en doble sentido… ¡y cómo le sacamos el jugo a estas potencialidades! Como lo dijo un integrante de este portal, el lenguaje es la herramienta más asombrosa que el ser humano ha inventado en su evolución. A esto añadiría que el lenguaje es asombroso además por su ambivalencia: así como nos permite comunicarnos, también interviene en nuestras formas desiguales de relacionarnos. Tradicionalmente, a través del lenguaje hemos exprimido también las potenciales formas de oprimir.

           Hace unos cientos de años, cuando el sistema racializado estaba asentándose en América Latina, los colonizadores españoles se toparon con un problema: la clasificación racial inicial tripartita entre blancos europeos, negros africanos y rojos indios no daba para más. Era muy difícil mantener las jerarquías si las personas continuaban “mezclándose” de arriba para abajo y de abajo hacia arriba en la pirámide racial. Así se crearon nuevas categorías, hasta devenir en lo ridículo. Esas categorías eran consignadas en grandes pinturas que incluían imágenes de parejas racialmente diferentes y sus hijos, el producto de su “cruce”. Espero que ya no sea así, pero quienes fuimos al colegio en los 90 teníamos una clase sobre las castas. Aún recuerdo a mi profesor de Historia del Perú preguntándonos en voz alta: “¿español con mulata?”, para evaluar si habíamos entendido la tabla de clasificación. No recuerdo la respuesta, porque fue una de las clases más frustrantes de mi vida: ¿acaso no habíamos visto en la clase de Ciencias Sociales que las razas no existían? 

           Hoy sería extraño designar a alguien como “lobo” o “saltapatrás” para referirnos a su pertenencia “racial”, tal como se hacía en el siglo XVIII. En este caso, pongo racial entre comillas porque está confirmado que las razas no existen: genéticamente, no hay forma de diferenciar a las personas con características físicas diversas. Es esto, justamente, lo que hizo a la clasificación por “castas” insostenible. Distribuir privilegios en una sociedad jerarquizada de tal manera era un trámite engorroso si no se sabía con exactitud dónde una “casta” o “raza” empezaba y dónde terminaba. Algunas categorías han sobrevivido con mucha fuerza, tanto como formas de clasificar a las personas, como maneras de autoidentificarse. La pregunta de pertenencia étnica y racial del censo peruano tenía entre sus opciones la respuesta “negro, zambo, mulato y moreno”, al lado de pueblo afroperuano y afrodescendiente. Nuevamente, la ambigüedad del lenguaje y su uso abre interrogantes: ¿cómo quedamos? ¿Debemos o no debemos usar categorías raciales? 

           Dos sucesos recientes relacionados al uso público de esta palabra nos alertan sobre los complicados matices detrás del debate. 

Un futbolista uruguayo del Manchester United, Edinson Cavani, posteó hace unas semanas un comentario considerado inapropiado por la Asociación de Fútbol de Inglaterra: escribió “gracias, negrito” para agradecerle a un amigo que lo había felicitado luego de marcar un gol. Para las autoridades futbolísticas inglesas, el contexto era irrelevante ya que el uso del término “negrito” era racialmente insensible. Por eso, el futbolista fue suspendido por tres partidos y multado con 100 mil libras. En respuesta, la Asociación Uruguaya de Fútbol salió en defensa de Cavani. Uno de sus argumentos fue que “negro”, en la cultura uruguaya, es una forma de referirse con cariño a un amigo. 

           La semana pasada, cuando celebrábamos el fin del 2020 (¡por fin!), una candidata fujimorista al Congreso peruano aprovechó el potencial del lenguaje en su campaña electoral. Su spot promociona la nueva lejía “Negrita”, que promete desinfectar, quitar manchas, y DISOLVER ideologías radicales, como aquellas que apoyan la legalización del aborto. Hay muchas cosas que decir sobre el video. La principal, ahora, es que su narrativa recicla un debate mediático del cual la candidata formó parte hace unos meses. Autoidentificada como afroperuana y negrita, ella estuvo en contra del cambio de nombre de la marca “Negrita” de Alicorp, porque no le veía nada de malo. Su opinión aquella vez y su spot reciente muestran el mismo discurso de normalización de las desigualdades a través del lenguaje extendido a otro problema: el de los derechos sexuales y reproductivos. Qué loco, ¿no? 

           En la clasificación por castas, la última categoría era “noteentiendo”. Creo que ahí los colonizadores se dieron cuenta de que no tenía sentido insistir en separar al milímetro a la población según las “razas” de sus antepasados. En su lugar se crearon otros mecanismos para perpetuar las desigualdades raciales. Mecanismos más sutiles y efectivos. Ignorar la valoración negativa detrás de la palabra “negro/a” y sus derivados hace tanto daño como convertirla, sin más, en una palabra prohibida. Un paso hacia adelante sería debatir si vale la pena seguir utilizando un lenguaje que inicialmente se utilizó para oprimir. Prometo continuar la conversación.  

2 comentarios

  1. Cecilia Garavito

    Esperaba su opinión sobre esto. Siendo el producto de múltiples «mezclas», y habiendo siendo niña cuando aún se usaban estos adjetivos ya sea en forma cariñosa o despectiva, estoy ,muy interesada en este debate. MI abuela materna lloraba cuando, siendo yo muy joven, le explicaba que tenía sangre africana y que estaba bien (su madre fue rubia, su padre visiblemente afro descendiente y de familia de dinero). No sabía yo cuanto había sufrido por ser señalada como negra en discusiones con gente racista. Solo trataba de hacerla sentir orgullo por sus orígenes.

  2. William Banda Aparicio

    Ya no se cuantas veces me habrán dicho «cholito» durante toda mi vida, todos juran que es de cariño, a algunos les creo, a los otros no tanto. Yo pienso que decir cholito o negrito si se debería prohibir, la connotación es negativa se mire por donde se le mire. Por otro lado, el escritor Marco Avilés, propone una campaña para revertir el significado interno de las palabras cholo, indio o negro, «si alguna vez te dicen cholo y ya no te duele o te ofende, entonces le estas quitando la piedra con la que el abusador te atacaba». Yo no estoy de acuerdo. De hecho en Guatemala que alguien le diga «indio» a otro, esta cometiendo un delito.

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