Otra vez, 25 de noviembre


Si terca es la violencia, más terca debe ser la lucha


Con ocasión de Jauría, una obra que estuvo en cartelera hasta hace unos días, y cuya dramaturgia se escribe con base en extractos del expediente del caso La Manada —una violación grupal de 5 muchachos contra una joven cometida en 2016 en España—, una productora teatral escribió en un post personal: ¿De cuántas maneras habrá que seguir hablando de lo mismo para que deje de ser normalizado y se atienda con urgencia?

Le confieso que por estos días siento lo mismo. Escribir sobre la violencia contra las mujeres en el Perú se siente, muchas veces, como gritarle al vacío. En los cuatro o más años que vengo escribiendo sobre esto escucho incomodidad colectiva, algo de indignación, pero ciertamente no la suficiente como para generar realmente un cambio en nuestros hábitos, nuestros valores, o algún tipo de acción colectiva realmente movilizadora. Cuando expongo las maneras en que las mujeres y los varones colaboramos para que nuestro sistema social siga siendo permisivo con las diversas violencias contra las mujeres, parezco tener algo de audiencia, ¿se produce de verdad un cambio? Cuando explico cómo solemos romantizar las formas “leves” de violencia que empiezan desde muy pequeños —como cuando un jalón de colitas “significa que le gustas”—, o segmentamos o individualizamos las formas “más graves” de violencia que ocurren luego —ese victimario solo puede ser “un monstruo”, pero yo no soy así—, ¿los efectos que vemos hoy cobran mayor sentido?

Por otro lado, el recurso de presentar cifras parece haber dejado de ser efectivo hace mucho. Puedo comentarle, por ejemplo, que entre enero y octubre de este año, solo los Centros de Emergencia Mujer (CEM) atendieron 112.889 casos de violencia contra las mujeres a nivel nacional. También le puedo recordar que los 430 centros a nivel nacional no son el único foco de atención de violencia, y que las violencias en el ámbito intrafamiliar son uno de los crímenes menos reportados, por lo que esos más de 110 mil casos son, en realidad, solo una fracción. Y aun así, sospecho que luego de indignarnos por un día, y por mostrar nuestra alianza mañana —cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer— es seguro que entre el Mundial y nuestro escenario político esta información habrá dejado de ser recordada el lunes.

Podría, tal vez, desagregar un poco la información con la esperanza de que algo más personal le llame la atención, o le convenza de que la acción está en nosotros mismos. De los 45.511 casos atendidos por el CEM cuyas víctimas fueron niños, niñas o adolescentes, poco más de 15 mil involucraron a niños y niñas de entre 6 y 11 años. De los 7.766 casos atendidos cuyas víctimas fueron adultos mayores, el 22 % fue en realidad una reincidencia. El 48 % de la violencia ejercida sobre personas extranjeras (2.156 casos) fue física, mientras que el 19.1 % fue sexual. De las casos de violencia cometidos contra personas en situación de discapacidad (2.977 casos), el 72 % se dio sobre mujeres, y en el 60 % de los casos existe un vínculo familiar entre la víctima y su agresor.

Por último, podría recordarle los “casos más graves”, cuyos detalles han sido explotados y pintados de amarillo por la prensa; no obstante, esto solo sumaría al morbo con que solemos tratar los casos de violencia contra las mujeres y, de paso, revictimizaría a las víctimas que ya bastante tienen con nuestra —siempre presta— sospecha, sobre todo si no actúan como deberían actuar: ser, verse, o moverse como “una víctima”.

Noto con desasosiego que este texto no solo descorazona mientras escribo, sino que tampoco le ofrece soluciones. Sin embargo, sí le ofrezco lo siguiente: los problemas no desaparecen si nos negamos a hablar de ellos, como comentaba mi invitada de la semana pasada, Ana Lucía Mosquera Rosado. Tampoco se resuelven si los individualizamos, invisibilizando o negando su naturaleza estructural, como argumentaba Ximena Benavides Reverditto. Este es un problema de todos, porque obedece a un sistema que todos y cada uno de nosotros protege. 

No le dejo con una frase motivadora esta vez, porque no la tengo. Pero le ofrezco dos videos como recurso (aquí y aquí); además de un recordatorio: la violencia contra las mujeres está en todos lados, a nuestro alrededor; está también en nuestras palabras, en nuestras acciones y se protege detrás de nuestra inacción. 


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1 comentario

  1. José Octavio Ugaz La Rosa

    Hola Mariella, sin duda una terrible realidad a la cual no nos atrevemos, o peor aún, no nos interesamos y comprometemos a enfrentar. Se me ocurre una idea: Si esos 112,889 los convertimos a segundos, tendríamos 1,881.48 minutos o 31 horas, 21 minutos y 29 segundos. Pues habría que promover una actividad masiva, tipo Teletón, que dure exactamente todo ese tiempo. Se comienza un viernes a las 16:38:31 y termina el sábado a las 24:00:00. Debería tener el respaldo y la difusión de la mayoría o todos los medios de comunicación y redes sociales. Sin duda, son muchas las actividades, testimonios, estadísticas, normas, patrocinios, convenios, etc., que se podrían difundir y alcanzar.

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