Nuestro pasado también es historia del Perú 


El arcoíris LGBTQ es contemporáneo, pero la diversidad está aquí hace siglos


Giancarlo Mori Bolo es historiador y candidato a Magíster por la Pontificia Universidad Católica del Perú(PUCP). Jefe de prácticas del departamento de Humanidades PUCP en los cursos de Historia del Perú siglo XX, Investigación Académica y Ciudadanía y Responsabilidad Social. Investiga sobre historia de género, sexualidad y masculinidades en el Perú.


A propósito de la celebración del Mes del Orgullo LGBTIQ+ y la controversia alrededor del Festival de Cine Gay, Lésbico, Trans, Bi OutFest Perú que celebra su vigésima edición, valdría la pena reflexionar sobre la historia de la diversidad sexual y de género en nuestro país. Y es que, en la actualidad, uno de los argumentos más usados para negar la existencia de la comunidad es que se trata de una moda foránea y que la sociedad no debería permitir que se propague. Lamentablemente para los conservadores, la historia los reta con diversas fuentes que registran a individuos “fuera de la norma” en el pasado prehispánico, colonial y republicano.

Por un lado, como mencioné antes, las disidencias sexo-genéricas existieron en el pasado de lo que hoy conocemos como Perú. Por ejemplo, en el mundo andino, antes de la colonización hispana, existieron chamanes llamadas Qariwarmi, que representan la unión de lo masculino (qari) y lo femenino (warmi). Ellos cumplían una labor ceremonial y estaban asociados a la deidad Chuquichinchay. Asimismo, no se puede dejar de mencionar que entre los huacos eróticos de la cultura Moche existen representaciones de sexualidades no heterosexuales. En consecuencia, en ciertas culturas del Perú prehispánico existió una fluidez de prácticas e identidades sexuales. 

Serie “Chuquichinchay”. Cómic desarrollado por el colectivo Rosa Rabiosa [No Tengo Miedo], 2018. https://www.instagram.com/p/BuHCEF4h6y9/?hl=es

Es en el periodo colonial donde se institucionaliza la relación entre diversidad y pecado, la cual se refleja todavía en el uso del Levítico 18:22 por parte de ciertos sectores en la actualidad. Y es que, entre el siglo XVI y XVIII, en el virreinato peruano se persiguió la sodomía como pecado y delito al mismo tiempo. Gracias a las fuentes históricas, sabemos que las sexualidades disidentes no fueron exclusivas de la cultura andina, ya que los largos procesos judiciales por sodomía a esclavos, españoles, religiosos y autoridades civiles así lo demuestran. Estas prácticas sexuales no solo fueron entendidas como faltas a la fe, también fueron utilizadas como armas para destruir a oponentes políticos. Esto le sucedió al doctor Manuel Barros de San Millán, presidente de la Audiencia de Quito, quien fue acusado dos veces por sodomía. Y fue su segunda acusación, en 1590, la que terminó con su carrera y su honra[1].

Fuera de que la gravedad de la sentencia pudiera disminuir los casos, estas personas terminaron por ser parte de la cultura popular a fines del siglo XVIII y los albores de la república. Así lo demuestra la llamada “Extraña Sociedad de Maricones” y su icónico Juan José Cabezudo. Apodado “maricón principal”, este afroperuano fue reconocido por su carisma y buena sazón, que lo llevó a preparar una de las cenas de gala en honor a Simón Bolívar[2]. Su relevancia fue inmortalizada en las artes decimonónicas, como es posible observar en las tradiciones de Ricardo Palma, las acuarelas de Francisco Javier Cortés y Pancho Fierro, y en la única fotografía que se tiene de Cabezudo gracias al estudio Courret. 

Juan José Cabezudo y un amigo. Francisco Javier Cortés, 1827. 
https://coleccion.mali.pe/objects/24781/juan-jose-cabezudo-y-un-amigo

Por otro lado, el pasado de la comunidad LGBTIQ+ peruana también es un espacio de resistencia y lucha. La marcha de las travestis a la Asamblea Constituyente es, quizás, uno de los ejemplos más representativos. En 1978, en medio de la transición democrática, tres artistas del espectáculo nocturno irrumpieron en la asamblea del 5 de diciembre de aquel año. Damonett, Gisselle y Francis Day se presentaron para exigir que la nueva Constitución resguardara la integridad del tercer sexo. Lamentablemente, el escándalo de su presencia opacó su objetivo. Esto se pudo notar en los artículos periodísticos de los días siguientes, que, principalmente, criticaron su expresión de género[1].

Tampoco es posible dejar de lado las luchas del activismo moderno frente a la epidemia del VIH y la violencia estructural de las décadas del ochenta y noventa. Desde su aparición en 1982, el Movimiento Homosexual de Lima (MHOL) fue uno de los enclaves más representativos de su época y se convirtió en un soporte en la lucha frente al VIH en sus primeros años de propagación en nuestro país[2]. Fueron años en que el desconocimiento y los prejuicios se unieron al poco interés del Estado por plantear políticas públicas para su contención y así resguardar la salud de los pacientes. 

Gisselle, Francis Day y Damonett en la Asamblea Constituyente. Caretas, 1978.

Podría seguir con ejemplos a lo largo del siglo XX: la cofradía en la calle Belaochaga[1], el baile de la Laguna[2] o la masacre de las Gardenias en Tarapoto[3]. Sin embargo, mi interés no es repasar la historia de la comunidad LGBTQ+, sino recordar —o dejar en claro— que las disidencias siempre estuvieron, están y seguirán aquí, pese a la violencia y marginación de ciertos sectores de la sociedad. Ya no es posible negarnos un lugar en la historia peruana, pues nuestra lucha y perseverancia ha dejado su rastro en el pasado nacional. 

Si bien cada 28 de junio celebramos los disturbios de Stonewell Inn y el nacimiento de las luchas LGBTIQ+ modernas, no es verdad que esta sea solo una moda, pues el Perú también tiene un pasado lleno de diversidad. Durante este Mes del Orgullo celebramos las vidas de quienes estuvieron antes que nosotres y que, gracias a sus formas de resistencia, podemos salir a marchar. Asimismo, esta celebración es una oportunidad para recoger y difundir las memorias de una comunidad que hasta hoy no puede ejercer una ciudadanía plena. El orgullo LGBTIQ+ es para recordar que aún no tenemos una ley de identidad de género, de matrimonio igualitario o una que prohíba las terapias de conversión, pero que en algún momento tendremos. 


[1] Velazquez, M.(2020). El Caso Belaochaga (1907): Represión policial y representación periodística de la homosexualidad masculina en Lima. Anuario de HIstoria de América Latina. Volumen: 57. (pp. 324 – 351). Recuperado de: https://journals.sub.uni-hamburg.de/hup1/jbla/article/view/197

[2] Galdo-González, D. (2023). The Ball of La Laguna: Class, Race, and Gender in a Mid-Twentieth-Century Cross-Dressing Ball in Lima, Perú. GLQ 1 de junio; 29 (3): 353–385. doi: https://doi.org/10.1215/10642684-10437236

[3] Montalvo Cifuentes, J. J. (2021). Crímenes de odio durante el conflicto armado interno en el Perú (1980-2000). Revista Del Lugar De La Memoria, La Tolerancia Y La Inclusión Social +Memoria(s), (1). Recuperado a partir de https://revistas.cultura.gob.pe/index.php/memorias/article/view/8


[1] Mori Bolo, G. (2021).  “Con ustedes, La Prostituyente”: Una reflexión alrededor de las transexuales en la Asamblea Constituyente (1978). [texto inédito presentado en el Congreso Bicentenario 2021].

[2] Marreros, J. (2022) Homogénesis. Una historia del Movimiento Homosexual de Lima en los años 80. Lima: Editorial Gafas Moradas.


[1] Mori Bolo, G. (2020). El peso de Sodoma: el caso del doctor Manuel Barros de San Millán como arma política en el virreinato peruano a fines del siglo XVI. Histórica, 44(1), 7-40. https://doi.org/10.18800/historica.202001.001

[2] Alegre, M.(2012). Androginopolis: Dissident Masculinities and the Creation of Republican Peru (Lima, 1790-1850).

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