Nuestras alfombras de bienvenida 


A propósito de los peruanos de origen europeo


Esta semana las redes ardieron discutiendo sobre una reciente película peruana producida para Netflix en la que una pareja blanca se enamora en un Cusco de postal. El tema central de la disputa es aquello que Marcos Avilés llamó, citando a Bolívar Echevaría, la “blanquitud”. En su artículo para el Washington Post, Avilés define la necesidad de diferenciar entre la blancura como color de piel y la blanquitud, que vendría a ser “la forma de ejercer el poder ligada a la historia colonial”.

Nadie que viva en el Perú o que haya pasado tiempo aquí puede negar que vivimos en una sociedad donde el color de la piel sirve para clasificar y colocar a las personas en una pirámide imaginaria, donde la blancura se corresponde con el ápice y que, si bien es imaginaria, no es por ello menos poderosa. Se trata de un sistema heredado de la Colonia, pero que se mantuvo tras la Independencia, y cuya cúspide se fue engrosando con la llegada de nuevos migrantes europeos.

Junto a las críticas a la película, esta semana también llegó hasta mí un artículo de mi colega Lucy Riall, de la Universidad Europea de Florencia, donde analiza la experiencia de los italianos en el Perú y cuenta cómo el suyo fue un proyecto de expansión llevada a cabo principalmente por los genoveses. Uno de los aspectos más interesantes sobre la colonial italiana en el Perú es que fue una de las más prósperas en la región y lo lograron en muy poco tiempo, pues a veces sus integrantes lograron formar parte de  las élites económicas del país en una sola generación. 

Un ejemplo es el de Giuseppe Canevaro, que fue cónsul de Piemonte entre 1847 y 1867. Hijo de un comerciante mediano, comenzó su vida como pulpero en Panamá en 1833 y llegó a expandir su negocio a Guayaquil y Lima, creando una inmensa red en todo el continente que unía a Centroamérica con las costas del Pacífico, desde San Francisco hasta Valparaíso. Uno de sus negocios más lucrativos fue el transporte de trabajadores chinos,  llamados en ese tiempo culíes. Canevaro ingresó al negocio del guano, así como al del establecimiento de los primeros bancos en el Perú y tal fue su éxito que su familia compró palacios en Italia y se estableció entre los comerciantes más importantes del país.

La semana pasada participé en varios eventos organizados en Londres por el lanzamiento de la versión en inglés del libro Gran Bretaña y el Perú, una historia en común editado por Mauricio Novoa. El libro investiga con mucho detalle la migración de una colonia que, si bien no fue muy numerosa, ha tenido un rol excepcional tanto en el comercio como en la cultura y la política peruanas. Los británicos —recordemos que existen diferencias entre los ingleses, escoceses, galeses e irlandeses—, participaron de la economía por medio de las casas comerciales, los ferrocarriles, y luego el caucho y el petróleo, dedicados principalmente a las actividades extractivas.

Pero los británicos también trajeron sus espacios de sociabilidad, el fútbol, el cricket, el tenis, la hípica, actividades todas con las que dejaron una profunda huella. Los anglicanos fueron los primeros en recibir permiso para establecer una iglesia que no fuera católica, la del Buen Pastor en 1847, que funciona hasta ahora y donde se custodia la información de todos los anglicanos que pasaron por Lima.

Mi primer trabajo de investigación para graduarme en la Universidad Católica hace 25 años fue sobre los migrantes tiroleses y del valle del Rin que llegaron a Pozuzo. Desde entonces vengo reflexionando sobre la importancia de entender las motivaciones que llevaron a que se impulsara la migración europea al Perú, que nunca llegó a ser masiva. Las únicas colonias que se han mantenido como tales son justamente las de Pozuzo y Oxapampa porque, en gran medida, fueron parte de un movimiento más grande, continental incluso, y ambas fueron creadas como “islas” donde se pudiera mantener la identidad “alemana”.

A diferencia de ellas, los alemanes en el resto del Perú siguieron un patrón muy similar al de los italianos y los británicos, asimilándose con mucha facilidad a las élites peruanas y engrosando el ápice de la pirámide de la “blanquitud”. Lo mismo sucedió con los franceses, cuya migración fue descrita en 2007 por el investigador Pascal Riviale como “discreta”. Se dedicaron principalmente al comercio, en muchos casos de artículos suntuosos, y contaron también entre sus filas a artesanos especializados y a profesionales.

Estas fueron los cuatro grupos de europeos más importantes que llegaron al Perú entre mediados del siglo XIX y mediados del XX. Fueron pequeños en cuanto a la cantidad, pero importantísimos en cuanto a su influencia, en gran parte debido a que llegaban a integrar casi inmediatamente la cúspide de la pirámide en una sociedad muy desigual. 

¿Habría sido creíble que en la película nombrada la chica peruana y blanca se enamorara tan fulminantemente de un migrante que no hubiera sido blanco y europeo? Se lo dejamos a la ficción.

1 comentario

  1. Beatriz

    Cuando leo, pienso en el futuro de mis hijos con tanta desigualdad, en como reducirlo para que puedan tener opotunidades .

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Volver arriba