¡No lo publiques!


Contar lo que más nos da miedo siempre nos libera y nos reconcilia


Alain Espinoza Vigil es un escritor de narrativa de ficción y de no ficción. Ha publicado artículos en revistas científicas indexadas sobre temas relacionados a su profesión, la ingeniería civil. Es Maestro en Ciencias por la Universidad de Bristol y fue reconocido con el Bristol PLUS Award. Actualmente es catedrático en la Universidad Católica de Santa María y publicará la tercera edición de El Colector de Orgasmos.


“El título es una obscenidad”, me dijo mi madre. “Jamás leería un libro como este”. 

Yo había llegado a casa con la ilusión de mis últimos meses materializada en la mano y ella, que estaba sentada en la cocina, le añadió a su frase una mirada despectiva, de esas que ya me había soltado antes cuando la realidad se asemejaba a ese título, a ese arcoíris en la portada. Y yo no entendía. O quizás entendía perfectamente que, a pesar de ese intento agónico por demostrarle a mamá, una vez más, que mi orientación sexual no me definía, sería infinitamente improbable que ella cambiara su forma de aproximarse a esa parte esencial de mi vida: que había escrito esa novela con los colores LGBT en la portada y el título El Colector de Orgasmos para sanar, y como último recurso para salvarme de esa sociedad arequipeña que me había oprimido y pisoteado.

Mi madre tiró el libro al suelo. Sus páginas contenían más de tres años de trabajo, de superar miedos, de llantos sobre el teclado, de obligarme a sentirme mal para retratar esa autoficción de la forma más verídica posible, de contar una historia para redimirme. Ese tiempo fue rebasado por la gravedad. Las páginas del libro se estrellaron contra el piso. Y no solo las páginas. Arrugadas, rotas, menospreciadas, frágiles, como una extensión de su autor. El libro no cambiará nada, pensé. Me sentí tan desalentado como cuando cuatro editoriales arequipeñas me dijeron que no me publicarían; como cuando Vanesa, mi mejor amiga, hermana y confidente, me dijo que no era el momento: “Alain, espera un poco, piensa cómo se van a sentir nuestros abuelos. No lo publiques aún”. Pero, ¿cuándo me permitiré sentir yo?, me preguntaba. ¿Cuándo podré ejercer realmente mi libertad?

En parte, mi hermana tuvo razón. No es que solamente quería cuidarme, prevenirme de ataques derivados de la vulnerabilidad de esas páginas crudas y caóticas. El libro tendría consecuencias nefastas en la familia. Tías renegando del otro lado del mundo. Audios de más de diez minutos con reclamos entre lágrimas. Textos interminables en WhatsApp con mayúsculas innecesarias, sin puntos, comas, ni puntos y comas. Sin razón. Sin argumento. Sin lógica. Reclamos escudados en el prejuicio, en el miedo a la libertad, a lo disidente. Miedo a, por fin, quebrar el statu quo.

Yo también había tenido miedo. Por mucho tiempo me esquivé, me cohibí, me restringí ser yo mismo. Me apreté las cuerdas vocales y, durante un largo periodo, no pude contarle a nadie que había experimentado la peor etapa de mi vida a mis diecisiete años cuando exploré mi sexualidad por primera vez con otro chico. Corrí el riesgo. Me dejé llevar y surgieron los sentimientos; aquellos que me volvieron un esclavo: primero del amor, luego del engaño, y siempre del olvido.  Nadie, en lo absoluto, me generaba la confianza suficiente para abrirme y exteriorizar lo que estaba sintiendo: angustia, depresión, ansiedad, una soledad destructiva, culpa, culpa y más culpa. Renuncié, sin querer, a una vida más o menos normal. Pero luego pensaría, con la novela publicada: ¿para qué quiero una vida “normal”, si puedo tener una vida con sentido y trascendencia?

Afligido, me pregunté si debía recoger el libro que aún yacía en el suelo de la cocina. Y, de paso, recogerme a mí mismo también, una vez más. Así lo hice. “No importa que no te guste el título, ni que no quieras leerlo. Simplemente, quería que el primer ejemplar del tiraje que me acaba de llegar de Lima sea para ustedes. Tiene una dedicatoria”. A pesar de todo, mis papás, junto a mi hermana, siempre iban a tener el primer lugar en mi corazón.

Inesperadamente, ese primer tiraje se agotó en un par de meses. La recepción de la novela, particularmente en Arequipa, fue sorprendente. Me percaté de que el libro, además de cumplir un rol catártico, visibilizaba a la diversidad sexual. Los lectores se identificaron con la historia y la hicieron suya. No habían estado solos después de todo, tampoco yo. Solo nos faltaba una voz. Fue así que publiqué una segunda edición y publicaré dentro de poco una tercera. 

Un día de esos, luego de haber leído el libro, mi mamá me tocó la puerta por la mañana, entre lágrimas, y me preguntó dónde había estado ella cuando viví esos momentos tan angustiantes que relataba en la novela. Me dio un abrazo sumamente fuerte, apretujándome los huesos y cualquier resentimiento. Finalmente expresamos cómo nos sentíamos y nos comprendimos. 

Ahora, en retrospectiva, pienso que valió la pena recoger el libro del piso, valió la pena contar la historia y entregar un pedacito de mí. Tenía un nudo en la garganta y mediante la novela se deshizo, así como se deshicieron todos mis miedos. También: mi mamá tenía razón, el título es realmente obsceno, pero es imposible cambiarlo, porque sería como cambiar mi esencia, como traicionarme, y eso es algo que jamás me lo volvería a perdonar.


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2 comentarios

  1. Alessandra Pinasco

    Amé leer este artículo. Muero por leer el libro. Sí, así es. Dejar salir la luz en todo su espectro para que no nos consuma desde adentro.

    • Hola, Alessandra!

      Gracias por el comentario. Presentaré el libro en Arequipa este viernes 23 y en Lima este martes 27. Quedas invitada!

      Para más información puedes contactarme por aquí: 997725119.

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