Miedos a medias y medias verdades


La posverdad electoral no existe sin miedo que la acoja


Desde el inicio de la campaña electoral hemos visto noticias que apelan más a las emociones del electorado que a la necesidad de mantenerlo informado. Usualmente, para conectar con las emociones, creencias o deseos del público objetivo, los medios de comunicación recurren a medias verdades. Este fenómeno ha sido bautizado en este siglo como la posverdad

            La posverdad no necesita ser una mentira flagrante o un titular que polarice directamente a la audiencia. Por el contrario, la sutileza es su mejor aliada y sus mecanismos son más antiguos que el término. Noam Chomsky y Edward Herman introdujeron en 1988 la idea del consenso manufacturado. Según esta idea, los grandes medios estadounidenses mantenían los comentarios políticos moderados y marginalizaban las perspectivas de izquierda y derecha a propósito. Algún idealista podría asumir que esto se alinea con las pretensiones de objetividad del periodismo. En realidad, Chomsky y Herman interpretaban la moderación como estrategia para maximizar las ganancias: mientras más moderado el comentario, más amplio el espectro de personas dispuestas a seguir consumiendo –pagando– la información de esos medios. 

            La dinámica de negocio detrás de los medios ayudaba, entonces, a explicar el retrato parcial de la realidad dibujado por las noticias. Ante la situación de consenso manufacturado, las opiniones políticas de izquierda y derecha, cuando eran cubiertas, eran mostradas como extremistas. Conforme las fuentes de información aumentaron debido a las nuevas tecnologías, ese consenso aparente se hizo más difícil de mantener. 

            T. V. Reed, autor de Digitized Lives: Culture, power and social change in the Internet era, explica cómo los nuevos medios han acelerado la polarización y el escepticismo sobre la información. En este punto hemos pasado de un consenso manufacturado a un disenso manufacturado. Es decir, el pensamiento político al que tenemos acceso a través de los medios digitales exagera deliberadamente la polaridad entre la audiencia. 

            Cuando leemos las noticias y sentimos miedo, este disenso manufacturado está en acción. La realidad estadounidense de Reed puede sentirse lejana pero, ¿acaso no les ha pasado que leer los titulares les provoca retirar sus fondos de la AFP, mudarse de país, comprar/vender dólares o simplemente gritar? No es fortuito. Tampoco creo que sea exclusivo de los nuevos medios digitales o de los grupos de WhatsApp.

            Ante el poder desmesurado de este tipo de noticias falsas, la sociedad ha intentado culpar a lo nuevo. El boom de las fake news es atribuido a las tecnologías de la información más recientes, los medios sociales y la digitalización de la información. Sin duda, las nuevas formas en las que parte de la ciudadanía está conectada facilita la viralización de contenidos. No obstante, un par de situaciones pueden ayudar a matizar el sobredeterminismo tecnológico y digital.

            La desinformación y propagación de la posverdad es una elección individual y colectiva constante. Las nuevas tecnologías de por sí no opacan cierta información. Los medios digitales tampoco pueden amplificar contenido tendencioso sin la ayuda de las personas que lo comparten. Por el contrario, mediante las mismas tecnologías, ahora existe más información política disponible en distintos formatos. En teoría, eso debería incrementar el entendimiento entre diferencias políticas. 

            Bastaría con guglear “comunismo” o “neoliberalismo” para encontrar una serie de fuentes explicativas sobre el asunto desde el punto de vista histórico, social, económico y político. En su lugar, en esta campaña electoral se ha normalizado retuitear, compartir y subir a las historias posts que exacerban actitudes anticomunistas o que acusan de todos los males al neoliberalismo. El disenso ficticio no necesita de mayores conspiraciones. Ofrece información y encuentra eco en creencias y emociones previas.

            La brecha digital en el Perú nos coloca frente a otro matiz del boom de las noticias falsas y medias verdades en el entorno digital. Aunque lo sabemos, es fácil olvidarlo mientras leemos o escribimos una columna en un medio digital. Si no toda la ciudadanía accede a este tipo de medios, ¿entonces tampoco son impactadas por la información tendenciosa o el clickbait

            La semana pasada, dos portadas de diarios impresos en Perú nos gritaron a la cara que la posverdad no es exclusiva de las nuevas tecnologías. Los titulares de sendos diarios mostraban dos “verdades” opuestas en cuanto a las reformas sobre los fondos de pensiones de un posible gobierno de Perú Libre. La decisión sobre a cuál de los dos diarios creerle reside más en las creencias previas que en la información consignada. 

            La ciudadanía tiene ahora más información a su alcance pero prefiere consumir y compartir aquella que se alinea con sus creencias. Victor Vich cuestionaba en el 2017: “Hoy hay tantas mediaciones que ya no vemos la realidad, ya no vemos la producción, ya no vemos la producción de la realidad. ¿O sí la vemos, pero ya no nos importa y actuamos como si no la viéramos?”. Aquí es difícil determinar si el problema es el dominio de una posverdad manufacturada o el reinado de nuestros propios miedos. 

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