Mi estúpido pavor a una palabra 


¿En qué momento ser entretenido empezó a arrugar ceños?


El encargado de la editorial me avisa que acaba de salir el artículo de un exigente crítico que a algunos les parece despiadado.
Por el tono efusivo de su mensaje, imagino que voy a recibir buenas noticias.
Busco la publicación en el quiosco, encuentro la nota y, en efecto, mi novela sale bien librada. Gracias al cielo: uno no se encierra a escribir en soledad durante meses, sin más compañía que la de sus ansiedades y demonios, para luego ser denostado con pateaduras.
Me doy cuenta de que la descripción es entusiasta, de que los adjetivos no son ambiguos, que se habla de nervio, honestidad y de algo parecido a la trascendencia. 

Me alegro, por supuesto. 

Pero, ay. 

Así como cuando el ojo observa una leve muesca en una pulida superficie blanca y, conforme pasa el tiempo, el relieve inofensivo crece y se agiganta en nuestra percepción hasta ocupar las dimensiones de una hondura geográfica, una palabra saludable y bienintencionada ha empezado a herirme el ojo.
La palabra es «entretenida».
No seas idiota, me digo, ¿cómo va a entorpecer tu goce un concepto que es deseable en toda literatura?
Y sí: que un crítico haya reseñado que la última novela de mis desvelos es entretenida, no solo logra que termine teniendo una discusión conmigo mismo, sino que hasta me lleva a escribir este texto para desahogarme.
Que yo sepa, la literatura no nació al amparo de la lumbre prehistórica para que nuestros ancestros agarraran sueño entre bostezos. Al principio se compartían las peripecias del día y, poco a poco, se empezaron a relatar los afectos, se exageraron las andanzas y luego se ensalzaron las virtudes y, en cada paso de la escalinata de esa literatura oral que mucho después se volvió escrita, captar la atención de los acompañantes y mantenerla fue la hebra principal de la trenza narrativa.
¿En qué momento, pues, la pesadez se llenó de prestigio? 
¿Cuándo lo aburrido se convirtió en sinónimo de calidad?
¿Cuándo olvidamos que ese gigante que era Stendhal eligió al Quijote como su novela favorita tras leerla entre carcajadas?

¿Cuándo me convertí en un imbécil que teme que sus libros se consideren entretenidos?
Hoy somos conscientes de que hemos vivido un par de siglos de culto a la razón pura y que durante ese tiempo se proscribieron académicamente nociones que tienen parentesco con la intuición, las emociones y la espontaneidad.
También sabemos que toda élite —y más aún la burguesía que tomó la posta de la aristocracia—, busca maneras artificiales de colocar fosos alrededor de sus castillos, que inventa modales y crea contraseñas para el reconocimiento entre pares, y que el entretenimiento ligado a la cultura se convirtió en una parcela oportuna en la que, en algún momento, el artificio se salió de las manos y el sistema terminó jugando a alabar el traje del emperador que iba desnudo. 
No dudo que Finnegans Wake sea una gran obra, ¿pero me hace menos escritor admitir que no pude con ella? ¿Merezco la crucifixión de mis pares porque la segunda mitad de Los detectives salvajes me pareció tediosa?
Debemos admitir, además, que en los últimos tiempos la humanidad ha forjado un injusto malentendido al acercar cada vez más los conceptos de entretenimiento y liviandad.
Se puede ser entretenido y a la vez profundo. 
Y devorarse un libro no implica que la digestión no sea nutritiva. 
¿Es menos luminoso Zweig por extender una prosa que se recorre sin tropiezos?
Mueran, sí, los libros que entregan una historia con rueditas auxiliares, esos que traen todo predigerido y explicado, que presentan personajes con una sola dimensión mientras los hacen relacionarse con diálogos obvios y redundantes: que estos libros puedan ser asimilables por un infante no significa que sean entretenidos, porque el entretenimiento no tiene que ver con abrir la boca y tragar sin masticar, sino con enfrentarse a retos que adivinamos factibles de ser conquistados; algo así como intuir las claves de un rompecabezas y saber que de nuestra competencia depende salir triunfantes y bien librados tras haber pasado un buen momento. 
Y sí, pues.
Ahora que lo he pensado mejor, siempre quise escribir una novela entretenida, porque entretenida era la literatura que me convirtió en lector. 

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