Médicos que contagian otros males


¿Qué hacer para que la comunicación no sea peor que la enfermedad?


“El Perú tiene que entrar en cuarentena sexual”, fue la recomendación de un médico que se hizo viral hace unas semanas. La frase provenía de un programa de televisión, pero lo irreal de la sugerencia la convirtió en meme automático. Algunos usuarios en redes indican que el mismo médico había hecho declaraciones igual de ilógicas respecto al coronavirus, sin nunca haberse corregido. A pesar de que otros expertos indicaron que la sugerencia carecía de evidencia científica, el médico fue invitado nuevamente a la televisión, dándole la oportunidad de continuar su desafortunado camino por los medios de comunicación. 

Sin embargo, los médicos locales no son los únicos que aspiran a los reflectores de los medios. También tenemos el caso de un médico español que se hizo viral tras un hilo de Twitter, donde compartió la foto de una persona supuestamente diagnosticada con viruela del mono. El médico dio rienda suelta a su creatividad y acompañó la imagen con una historia detallada de cómo el supuesto paciente le confió que había sido diagnosticado con viruela del mono, de cómo no le habían indicado cuarentena, entre otras historias más. Todos estos cuentos fueron desmentidos por el paciente, quien fue entrevistado por un medio español. Y  colorín colorado, el médico de Twitter su cuenta ha cerrado. 

Un médico local que da recomendaciones sacada de la manga, otro que alcanza la fama con un diagnóstico falso… ¿qué más podemos encontrar en redes? ¿Qué tal un médico que descontextualiza información sobre la vacuna —agotada— de la viruela del mono? Probablemente su TikTok —que ya fue borrado— no haya llegado a nuestros círculos de información, pues circuló más en inglés y entre grupos de antivacunas, pero lo resumo: el mencionado recita los componentes de esta vacuna y hace hincapié en la Ciprofloxacina, un antibiótico que se usa para prevenir el crecimiento de bacterias en las vacunas. El médico indica que este componente lo dejó parapléjico hace algunos años, por lo que no se debe recomendar esta vacuna. 

A diferencia de las dos primeras experiencias, que a simple vista nos generan cuestionamientos, esta tercera es un poco diferente. Primero, porque el médico siempre es visto como autoridad científica. Segundo, el médico está hablando con términos científicos que la mayoría desconocemos. Y tercero, hay una historia personal de por medio. Es evidente que todos reaccionamos a la injusticia,  especialmente si se ha dado por quienes tienen en mano nuestra salud. Sin embargo, en este caso, la experiencia personal funciona como una distracción. Es probable que la mayoría nos quedemos impactados por estas declaraciones en lugar de buscar que esta vacuna contiene menos de 0.000005 mg. de este componente que se usa para evitar contaminaciones, que es usado para diferentes tratamientos de forma segura, y que la cantidad de referencia que se da a pacientes con ciertas infecciones es de 500 mg. por día durante más de una semana. Como nos han enseñado los cuentos, el veneno depende de la dosis. 

Tres casos aislados no nos pueden llevar a concluir que los médicos son la principal fuente de desinformación: cualquiera puede producir todo tipo de información en redes sin ninguna consecuencia. Sin embargo, el personal de salud es uno de los grupos en los que la población tiene mayor confianza. Y, tratándose de ellos, elementos como los títulos, las batas blancas y la seguridad al hablar pueden confundir a cualquier espectador. 

Esta situación no es nueva y médicos charlatanes han existido siempre. Con la pandemia del coronavirus, algunos países intentaron regular las apariciones en redes implementando códigos éticos. Aunque es una medida necesaria, en la realidad es difícil de implementar. Primero, porque la información llega de países diferentes a los nuestros, por lo que una institución médica no puede regular lo que ven los usuarios tras sus fronteras. Además, cuando se trató de implementar códigos éticos sobre el uso de redes sociales, esto dio lugar a mayor desinformación, puesto que desinformadores recurrentes utilizaron las recomendaciones para decir que se estaba limitando su libertad de expresión. Por último, y probablemente lo más difícil, por lo difícil que es indicar qué es ético y qué no lo es. 

Saber trazar la línea muchas veces es cuestión de criterio. Por una parte, la evidencia científica está en constante cambio, por lo que es aceptable que un día un médico haga unas recomendaciones y que luego cambie de opinión, según cambie la evidencia. También es aceptable que exista evidencia opuesta. Que en un grupo de investigadores piense A, mientras que otro piense B. También es posible que las recomendaciones que se hacen en unos países necesiten implementarse de forma diferente en diferentes lugares, y que se tengan que hacer recomendaciones sin estudios concluyentes de por medio. Todas estas acciones no serían un problema ético si son tratadas con profesionalismo y reconociendo las limitaciones de nuestro conocimiento ante malas interpretaciones. Muy diferentes son las declaraciones sin ningún tipo de evidencia y que no están avaladas por ningún sector de la comunidad médica, u opiniones disfrazadas de opinión médica, así como esconder información que ayudaría al público a entender la información que se está presentando. 

Muchas instituciones médicas ya cuentan con lineamientos para regular las declaraciones en prensa y redes sociales. Sin embargo, estas suelen ser abstractas, sin incluir ejemplos completos y buenas prácticas. Al mismo tiempo, aunque el curso de ética es obligatorio en la mayoría de las carreras médicas, es frecuentemente enseñado con ejemplos de hace décadas, en los cuales es fácil identificar cuál es la falta, en lugar de ejemplos donde se necesita un criterio más formado. Y por último, como sucede en muchos países, las propias autoridades médicas son las primeras en cometer actos antiéticos, por lo que confiarles pronunciarse ante la desinformación es mucho pedir. 

Desde mi punto de vista, el problema esconde la solución. No necesitamos a menos médicos en medios y redes. Necesitamos a más. 

Más médicos con presencia en medios y en redes sociales, pero formados en comunicación científica y con apoyo de sus instituciones para la formación en medios. Algunos creen que el carisma es suficiente, pero no lo es. También hay que saber identificar qué información presentamos y de qué manera lo hacemos para no dar lugar a malas interpretaciones. En muchas ocasiones el público exige que sea otro médico quien refute la información, pues influye en nuestras nociones de autoridad. Sí, es necesario que organizaciones públicas y privadas inviertan en tener portavoces instruidos para comunicar contenido médico puesto que, al final del día, los pacientes no son los únicos que terminan perjudicados, y no queremos que la comunicación sea peor que la enfermedad. 

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