Maestra sombra


Los estudiantes con TEA a merced de la informalidad y el desdén


Nidia Cayhualla Quihui es magistra en Educación, Fonoaudiología y Gobierno y Políticas Públicas por la PUCP con formación en evaluación de herramientas para la atención a poblaciones en situación de vulnerabilidad. Tiene experiencia de capacitación y asesoría a gestores públicos y privados en inclusión y diversidad en el campo educativo. Ha sido docente en áreas de inclusión educativa, atención a la diversidad y afines.


‘Se necesita auxiliar o estudiante de educación para niño con autismo’. A diferencia de años anteriores, este tipo de pedidos ha inundado las bolsas de trabajo de las redes sociales. Tan importante es la demanda que ha generado ofertas de capacitación rápida, fácil y económica destinadas a auxiliares de educación y público en general que deseen ser maestras sombra. Pero ¿tan sencilla es esta labor que no requiere más que una charla o un curso online?

Una mirada al exterior nos indica que, además de la formación pedagógica, una maestra sombra debe llevar cursos de especialización en atención a estudiantes neurodiversos; es decir, necesita formarse para saber responder a las necesidades académicas, emocionales, conductuales y sociales que exige un niño o niña con trastorno del espectro autista, dislexia, trastorno por déficit de atención —con o sin hiperactividad—, entre otros. 

Llegados a este punto podemos preguntarnos ¿por qué se solicita tan alto grado de especialización para una tarea que consiste solo en acompañar a un estudiante durante las horas de clase? La respuesta radica en las funciones que esta profesional debe llevar a cabo. A diferencia de lo que podemos pensar, ser maestra sombra involucra, además del acompañamiento pedagógico, realizar acciones que permitan una verdadera inclusión: sensibilizar sobre la condición del menor a estudiantes y padres de familia, capacitar a docentes sobre las características generales del trastorno y las particulares del menor, contribuir en la implementación del Diseño Universal de Aprendizaje (DUA) en el aula, etc.

De ser así, ¿por qué en nuestro país se acepta que personas con poca experiencia y nula formación profesional desarrollen una actividad tan compleja? La respuesta, aunque sencilla, involucra una trama tan difícil de explicar como por qué Sheldon, de la serie The Big Bang Theory, no deja que otros se sienten en su lado del sofá. Desde mi punto de vista, esto se debe a la informalidad. La inclusión de estudiantes en condición de discapacidad se hizo tan a la mala que no dio tiempo de hacer ajustes de infraestructura, menos aun a nuestras maneras de entender la discapacidad. Por ello, a pesar de haber transcurrido más de 20 años desde que se impulsó la inclusión en las escuelas regulares peruanas, todavía no entendemos su real objetivo, razón por la cual la verdadera atención a la diversidad en el sistema educativo tardará años en ser una realidad en nuestro querido Perú.

Aquí, ser maestra sombra es ser la niñera del aula. Nótese que uso el femenino para referirme a esta función pues en ella se visibiliza la precarización de la labor de cuidado, por cuanto esta solo está destinada a mujeres, quienes no reciben beneficios ni salarios justos. Pero ese es tema para otra columna. Volviendo a las tareas que se le atribuyen a la acompañante, cabe destacar que muchas veces termina siendo la cuidadora, vigilante, informante, compañera de juego e invisibilizadora del o la estudiante con TEA. Hago hincapié en esta condición porque las solicitudes laborales hacen referencia puntual a alumnos dentro del espectro.

Si bien la inclusión educativa ha avanzado —aunque no lo suficiente— al realizar adaptaciones físicas, no ha pasado lo mismo con la atención a la neurodiversidad. Tan es así que a la fecha la mayoría de docentes se resisten a aceptar estudiantes con esta condición, o, a modo de restitución, solicitan que vengan con su maestra sombra. Si pretendemos con esto dejar de sentir culpa por relegar a una persona de la dinámica social que transcurre en el aula; y si, además, con ello nos liberamos de la responsabilidad que pudiera suscitarse si se generase una crisis, esto resulta más fácil de sobrellevar y ‘trabajar en la inclusión’.

No me malentiendan, no estoy en contra de la importante tarea que tienen las maestras sombra en el día a día escolar; por el contrario, con estas palabras planteo valorar esta función, siempre y cuando sea bien desempañada. Considérese que no depende de la trabajadora, sino del sistema educativo que ve esta situación y mira para el costado en lugar de reconocer que hay una necesidad de formación por parte de los y las docentes. También se dan una falta de sensibilización de la comunidad educativa y una lamentable ligereza del lado de las autoridades educativas para asumir la responsabilidad de ofrecer una educación de calidad para todos y todas.


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