Las elecciones y el sacrosanto modelo económico


Breve historia de un persistente nudo 


Pasada una breve incertidumbre, tras confirmarse que Keiko Fujimori enfrentaría a Pedro Castillo en una próxima segunda vuelta, resultó evidente que la nueva campaña electoral se libraría únicamente desde el miedo y que, dado que más de 70% de los peruanos con derecho a votar no lo hicieron por ninguno de los dos candidatos, el descontento iba a ser enorme. 

            La batalla en las redes comenzó de inmediato entre quienes declaraban, como en contiendas anteriores, que “Fujimori Nunca Más” –acusados de querer convertir el Perú en Venezuela o de optar por el terrorismo– y quienes abogan por taparse la nariz y votar por Keiko Fujimori para mantener el sacrosanto modelo económico. Mi sensación ante esta postura no es que las acusaciones contra Keiko Fujimori no pesen: es que no pesan tanto como el peligro de vivir un cambio. 

            El lunes intenté explicarle a una periodista chilena por qué en el Perú no es posible para muchos votar por ninguna opción de izquierda. ¿De dónde sale esta demonización absoluta? Mi respuesta apeló a la historia y establece un paralelo: en Chile, la concertación que derrotó en las urnas a Pinochet incluyó a todas las fuerzas políticas, desde la Democracia Cristiana hasta los partidos de izquierda. En el Perú, en cambio, la aparición de Fujimori coincidió con la implosión de la Izquierda Unida, que fue durante la década del 80 una de las principales fuerzas democráticas que luchó contra el terrorismo impuesto por Sendero Luminoso. De los 90 en adelante, durante el Fujimorato, la derecha construyó una narrativa donde todo lo que fuera de izquierda era necesariamente lo mismo que Sendero Luminoso. Este relato estuvo acompañado del recuerdo del terrible manejo económico de Alan García y del mal recuerdo, en cierta élite, dejado por la Reforma Agraria y las estatizaciones del gobierno militar de los 70.

            A partir del 2000 la narrativa varió ante el proyecto de Chávez en Venezuela: en las elecciones presidenciales del 2006 Ollanta Humala fue visto como su representante, mientras que Alan García logró posicionarse, a pesar de su pésimo desempeño en los 80, como el defensor del modelo económico que ya había entrado al súper ciclo de las commodities gracias al crecimiento exponencial de China. Ese año, la primera vuelta mostró que toda la sierra del Perú quería un cambio, pero primó el miedo a Chávez: Alan García llegó a la presidencia para equilibrar el mal recuerdo de su manejo económico y, además, legar para la historia un festín de corrupción, el “Baguazo” y la teoría del perro del hortelano.

            El 2011 la situación fue muy parecida, pero la contrincante de Humala fue Keiko Fujimori. La campaña cobró particular fuerza con el fortalecimiento del antifujimorismo, que apeló a la memoria sobre el gobierno de su padre e hizo más conocido el caso de las esterilizaciones forzadas. A pesar de que Humala moderó su lenguaje, firmó una “hoja de ruta” y cambió su simbólico polo rojo por uno blanco, un sector del electorado acusó a quienes lo apoyaban de querer convertir al Perú en Venezuela. Una vez en el poder, Humala gobernó de manera moderada –pero igualmente corrupta– e introdujo algunos programas sociales, como Pensión 65, Beca 18 y los desayunos a niños necesitados, pero sin tocar el modelo económico.

            A la segunda vuelta del 2016 llegaron dos candidatos “promodelo”. En la primera vuelta el sur y muchas zonas rurales habían votado o por Verónika Mendoza o por Gregorio Santos, y una vez más el diagnóstico fue que “el modelo” no llegaba a todos. A pesar de ello, el antifujimorismo se unió contra Keiko Fujimori, quien perdió por centésimas. Ella nunca aceptó su derrota y desde su bancada en el Congreso se dedicó a dinamitar la gobernabilidad del país, lo que llevó a dos vacancias presidenciales y a una disolución congresal.

            Hoy el diagnóstico sigue siendo el mismo: “el modelo” no llega a todos. Sin embargo, el país sigue dividido entre quienes consideran que igual hay que defenderlo ante toda amenaza y quienes piensan que nada es peor que darle el poder a Keiko Fujimori. Nos encontramos, entonces, ante un escenario binario en el que el problema principal se mantiene: el desarrollo económico de los últimos veinte años ha traído corrupción y despilfarro, y hay muchos que no han visto beneficio alguno de este crecimiento. La pandemia ha desnudado la descarnada desigualdad en que vivimos y la ha colocado como el escenario ante el que se escenificará la segunda vuelta.

2 comentarios

  1. Honorata Herrera

    Es verdad que se percibe el miedo a perder “los privilegios” que nos permite el modelo económico pero que no brindan las mínimas condiciones de vida a los sectores históricamente señalados en el Mapa de la pobreza.
    ¿Como crear los puentes que nos unan? Todos aspiramos al bienestar, como lograrlo? Es una pregunta que me hago. Por un lado una respuesta es seguir en lo mismo apelando a tu miedo. La otra respuesta es desde la supuesta justicia de quitarte para yo tener. Ambas respuestas parecen diferentes pero son iguales, ambas apelan al miedo. Diálogo entre iguales no tenemos, porque nos vemos diferentes y antagónicos. Donde me expreso como ciudadana común y corriente? Desde la honestidad y sincero sentimiento de cambio? No se si existe ese espacio. Y si no existe lo creo. Espero encontrarte y actuar desde donde me toca. Gracias por su excelente artículo que me permite pensarme como ciudadana.

  2. Gloria Dunkelberg

    El Perú nació dividido y sigue dividido…La así llamada diversidad cultural no es un privilegio es una pesadilla…Diversidad desconectada, país desconectado, craquelado, desigual, dividido…Agota.

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