#LasChicasSoloQuierenDivertirse(YQueNoLasJodan)


Violencia contra la mujer: ¿es posible generar cambios sociales verdaderos desde el teclado de nuestro teléfono? 


Una mujer con una vida difícil y una peor relación de pareja se va un sábado a tomar unas cervezas a un bar. Mientras espera que su amiga termine su turno tras la barra, ella, que ya está un poco picada, se pone a coquetear con un tipo. Él se acerca, el gileo continúa, y se van a bailar al fondo del lugar. La chica, relajada y desinhibida, comienza una danza seductora. Hasta ahí, nada que debiera llamarnos la atención o resultar amenazante. ¿O sí? Lo que sucede luego es que poco a poco la va rodeando el resto de parroquianos. Ella se da cuenta, se pone nerviosa, quiere irse de ahí. Y entonces comienzan los problemas.

            Se lo impiden. Tres hombres la violan delante del resto, que aplaude, chilla, babea.  

            Otro sábado, otra mujer queda en verse con un grupo de patas. Han estudiado juntos, aparentemente tuvo en el pasado una relación sentimental con dos de ellos, pero eso no interesa, como tampoco con qué ánimo llegó a la casa, ni cómo está vestida, ni qué se mete al cuerpo por voluntad propia. (Más bien, luego encontrarán en su sangre restos de benzodiacepina, un poderoso sedante). Beben, conversan, se estén divirtiendo. Pero de repente las cosas se tuercen. La chica va al baño. La retienen. La encierran.

            Las investigaciones todavía no determinan si la violaron ahí cuatro o los cinco tipos que creía sus amigos.

            Ambas historias son prácticamente iguales y nos resultan familiares desde el inicio de los tiempos: hombres ultrajando mujeres. Lo que cambia es lo que sucedió después de dichos delitos.

            El primero pasó en New Bedford y es el inicio de The Accused, una película de 1988 por la que Jodie Foster ganó el Óscar a mejor actriz, basada en la violación verdadera de Cheryl Araujo cinco años antes (a Cheryl, en realidad, la atacaron seis sujetos). El segundo caso ocurrió hace menos de dos semanas en Surco. El nombre de la víctima se mantiene en reserva, pero conocemos bien el de los cinco agresores. Entre la cinta norteamericana y la noticia limeña median 32 años y un mundo que, en muchos sentidos, ha dejado de ser el que era.

            En la ficción —y en los hechos en los que se basa— la víctima debió enfrentar, tras la agresión física, el rechazo de la opinión pública y del sistema legal estadounidense, para los cuales, en resumen, “ella se lo buscó”: su estilo de vida, la manera como estaba vestida, lo que hacía en el lugar, su ebriedad, el flirteo y su baile eran motivos que casi justificaron lo ocurrido. Pero después de 1988 aparecieron Internet, las redes sociales y toda esa nueva forma en que también nos relacionamos, nos guste o no. Y lo que viene a cuento en estas líneas es la correspondencia entre estas, las redes, y la formación de corrientes de opinión que, innegablemente, logran impactos significativos, como en el caso limeño, en los estamentos reguladores de la justicia.

            Si la protagonista de The Accused sufrió una segunda y prolongada vejación porque no contaba con el apoyo de casi nadie (por el contrario, padeció la fiereza de todo un sistema); la chica de Surco recibió de inmediato la solidaridad y la indignación de la comunidad local que, desde el distanciamiento social y a través de sus teclados, expresó que no está dispuesta a tolerar ese tipo de crímenes contra las mujeres. Y no hablamos exclusivamente de las y los militantes formales del feminismo, sino de muchísimos ciudadanos que han asumido como propias muchas de sus causas por una combinación de peso de la historia, evidencia y sentido común y de justicia. Sin embargo, triste es decirlo, se han detectado también remanentes de ese ánimo cruel y estúpido que solía repartir la culpa con la víctima. La gota que colmó la rabia fue, claro, aquella cita de Paul Muñoz, abogado de los agresores: “A la señorita le gustaba la vida social”.

            Es decir, la defensa, sin argumentos, basándose en una supuesta descalificación de la agredida. Hoy eso resulta inaceptable, y las consecuencias de lo dicho por Muñoz lo demuestran.

***    

Sí, hay también terraplanistas, promotores del dióxido de cloro y simpatizantes de Forsyth por ahí, pero también pasan cosas buenas. La causa feminista ha sido una de las que mejor se han servido de los nuevos medios. Enhorabuena. ¿El mundo, la sociedad moldea el debate en las redes, o viceversa? ¿O simplemente ya son la misma cosa? Creo que lo segundo, si no es la realidad, lo será pronto. Facebook, Twitter, Instagram y demás dan forma a una nueva manera de ver las cosas, nos muestran lo que no sabíamos o no queríamos aceptar, nos interpelan ante la brecha salarial, las seducciones indebidas entre profesores y alumnas, la discriminación en todos los ámbitos, el mansplaining y, por supuesto, la agresión sexual. Que la corrección política tenga sus excesos también es innegable, como lo es que esto es una revolución, y como tal, aunque no sea lo deseable, a veces justos pagan por pecadores.

            Tras las declaraciones de Paul Muñoz se hizo viral el hashtag #MeGustaLaVidaSocial, a través del cual muchas mujeres de toda edad y condición expresaron lo idiota de tal argumento. También se recuperó un texto conmovedor, presente en todos los soportes y, al menos para mí, de origen anónimo —¿cómo se llama exactamente eso?— que empieza diciendo “Si un día de estos me matan, espero que sea entre las 1:00 y 7:00 p.m. (porque la Fiscalía de la Mujer solo trabaja hasta esa hora). Espero andar con pantalón y camisa flojos y sin maquillaje (porque si no, dirán que yo andaba provocando, que lo buscaba y es mi culpa)…”. La mayoría suscribimos dichos mensajes porque entendemos que una mujer puede hacer lo que le venga en gana sin que ello le otorgue a nadie el derecho de disponer de su cuerpo. Pero vale la pena notar que eso que hoy nos parece lógico y natural, hace solo unos años —y aún ahora en ciertos ámbitos— resultaba una anomalía. Una anomalía normalizada. 

            Mientras vamos pensando en ello, tiendo a creer en la eventual efectividad y utilidad de las redes sociales. El CAL ha rechazado las declaraciones de Muñoz y le ha abierto una investigación. Guardando las distancias —pero demostrando a la vez la omnipresencia del asunto—, esta semana la Academia Peruana de la Lengua tuvo que rearmar a las carreras un ciclo de charlas que incluía solo hombres entre sus diez participantes. Son cosas distintas, pero tampoco tanto: ambas reacciones fueron la consecuencia de un rechazo nacido en las redes sociales que, en tiempos de distanciamiento social, se hacen aún más poderosas. Indignarnos detrás de la pantalla no va a lograr los grandes cambios estructurales que necesitamos, sería cándido suponerlo. Pero expresar nuestra voz y rechazo colectivamente sí puede lograr determinados ajustes.

            Cada vez que se comparte un comentario, se suscribe una idea, o, mejor, se reescribe, se está aportando un punto de vista, una toma de posición. Es una forma de política. Que el sentir sea genuino no podemos comprobarlo a la distancia, pero a veces en la proximidad tampoco. Y de alguna manera nos ayuda a saber qué forma parte del discurso del otro, en qué cree, qué defiende, con quién no se casa. 

            Si vas a repudiar a un fiscal inmoral que se ha zurrado en la denuncia de una docena de víctimas de un depredador, cuéntame, quiero saber, conversemos. Si vas a votar por Urresti, por favor bloquéame.

1 comentario

  1. Miriam Martínez Delgado

    Ahora hay que agregar a la lista de las cosas prohibidas para una mujer, usar una truza roja de encaje. Lo triste es que la indignacion se pierda con la cantidad y frecuencia de los casos mientras se sigue percibiendo que no se logra justicia.

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