La vara con que medimos la vara


Confesiones y reflexiones sobre el Vacunagate


En mi país se acaba de descubrir que altos funcionarios públicos, personal médico y administrativo de dos universidades y un buen grupo de invitados se inmunizaron clandestinamente gracias a un lote de vacunas candidatas a ser compradas por el Gobierno. El escándalo es mayor porque entre los altos funcionarios inmunizados figuran un presidente que por entonces estaba en funciones y dos ministras, además de un nuncio apostólico y un conocido candidato al Congreso.

            Yo, honestamente, no sé cómo habría reaccionado si hace cinco meses, mientras preparaba mi locro semanal, un amigo hipotético me hubiera llamado desde la universidad encargada:


            –Es la vacuna de Sinopharm.

            –¿La china? 

            –Sí, pero está en ensayo de fase 3. Es casi seguro que se va a comercializar. 

            Yo por entonces buscaba postular al ensayo clínico de una vacuna así que, siguiendo esa línea de pensamiento, no puedo jurar que no hubiera aceptado. No me atrevo a proclamar un rotundo “no”, como veo que hace ahora la mayoría de mis compatriotas, segurísimos de sus convicciones.

            Pero voy a confesar algo más. 

            En la lista desclasificada de casi 500 inmunizados hasta hoy por el Vacunagate peruano, figura una persona que conozco desde hace mucho. Hace once años, cuando mi entonces suegro había agotado todos los medios para poder cobrar la pensión que le correspondía, decidí escribirle para que me aconsejara a qué instancia del Estado acudir. Ella me dio el contacto muy amablemente. Con estas dos confesiones se comprenderá que no me sienta moralmente autorizado para lanzarle la primera piedra. 

            No me da, simplemente. 

            El Perú no es el país del know-how, sino del know-who.

            Esta frase cínica, si bien puede ser entendida y aplicable en todos los países del mundo, en el Perú adquiere repercusiones anabólicas porque resalta las consecuencias de nuestra terrible desigualdad histórica, una inequidad de la que siempre salimos librados quienes tenemos mayores recursos. Dicha frase tiene una aplicación práctica en la “vara”: esa institución nacional parida por la desigualdad. Puede tratarse de una vacuna, del expediente de mi suegro, de una cama UCI o de una entrada para el estadio: la raíz es la misma y los excluidos también son los mismos.

            Evidentemente, una cosa es la propensión natural a compartir con los amigos la fortuna que a uno pueda tocarle –me gané una cena para ocho, ¿te das un salto?– y otra cosa muy distinta es que la fortuna siempre le sonría a los de siempre. Me refiero a las élites que no dejan de apoyarse mutuamente, en un toma y daca en el que se excluye a los demás escalones. Un habitante de Perú, Brasil, Rusia, Venezuela o Sudáfrica lo entenderá más fácilmente que uno de Nueva Zelanda o Suecia, estados donde ha primado la socialdemocracia y no el hipercapitalismo ni el monopartidismo. 

            Contra lo que se pudiera pensar, el drama de la desigualdad no reside en la asimétrica distribución del dinero, sino en la del acceso. Esto cobra mucha mayor relevancia en esta pandemia, donde estar mejor ubicado socialmente otorga más comodines para evitar el cementerio. ¿No fue el conocido periodista que hizo resonar la vacunación de Vizcarra el mismo que obtuvo una atención privilegiada del Estado cuando antes había enfermado de Covid-19?

            Sin embargo, Beto Ortiz tiene razón en su enojo.

            Una cosa es ser un ciudadano que, en última instancia, saca partido de su “vara” para salvar su vida, y otra es ser un funcionario público sano que ha jurado anteponer el bienestar de los ciudadanos a sus propios intereses.

            Da vergüenza Vizcarra, un expresidente que, una vez pillado, ha salido a pretender confundir con un supuesto ensayo clínico. Y da cólera recordarlo haciendo campaña para el Congreso, cara a cara en las calles y dando un terrible ejemplo en pandemia, porque siempre tuvo la ventaja de la vacuna contra sus oponentes.

            Da rabia que la exministra de Salud, Pilar Mazzetti, haya caído en el cinismo de declarar que ella sería la última vacunada del barco que comandaba cuando ya tenía las dosis en el cuerpo. Y da tristeza que haya sepultado con un acto de debilidad una carrera pública que era apreciada por varios.

            Da arcadas un médico como Ciro Maguiña, vicedecano del Colegio Médico que, luego de recomendar la controvertida ivermectina contra el Covid-19, cayera enfermo. Y que habiéndose vacunado clandestinamente contra la enfermedad, siguió diciendo que la levedad se la debía a ese medicamento del que incluso el fabricante ha tomado distancia.

            Y, ya que pasamos al sector privado, da mucha pena que Germán Málaga, el responsable del ensayo clínico en la Universidad Cayetano Heredia, haya cometido tantas irregularidades que ponen en duda el prestigio de una universidad importante y, de paso, el de la ciencia en el Perú. Que haya declarado que la vacuna que debía monitorear fue usada como moneda para comprar comida china es la cúspide de esta tragicomedia.

            Ser ciudadano en el Perú es como vivir en un universo escrito por Shonda Rimes: del júbilo de las vacunas que, contra todo pronóstico, empezaban a llegar, saltamos al vacío de un pozo privado de moral. No dudo de que algo esperanzador llegará pronto en este circuito de altos y bajos, pero, mientras tanto, haríamos bien en reflexionar, tanto quienes aportamos al Estado como quienes se encargan de administrarlo. 

            Quienes son funcionarios públicos: mandar al carajo ese modelo mental cuya gran aspiración es la de circular con escolta y circulina mientras el resto se aguanta el tráfico. Es decir: guardarse el “yo primero” para su casa.

            Y los que no somos funcionarios públicos: recordar siempre que cada vez que echamos mano de un contacto directo en el Estado, estamos confirmando lo desigual que somos como sociedad.

16 comentarios

  1. Federico Alponte-Wilson

    Quien no recuerda al dr Chantada de los 80s, a ese amigo del partido de turno que te facilitaba cualquier trámite en entidad pública … buen resumen: “El Perú no es el país del know-how, sino del know-who.”

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Federico.
      Ese sketch no solo delata la vara, ¡también la edad, jajaja!

  2. José Miguel Lobatón

    Nuestra situación es grave ,parece ser que los condenados a «perder» son los que tienen esa capacidad camaleónica de adaptarse al infortunio, enfrentarlo y en ocasiones ganarle. Autoridades se encargan de ese sector de ciudadanos con la delicadeza de un torturador medieval. Lo verdaderamente delirante es que ese mismo sector en medio de su shock inducido hasta el hartazgo y con solo fuerzas para seguir en la brega por su familia, le dá las llaves del despensero a los gatos techeros que juegan a la ruleta rusa con las ratas-y con la vida de «otros»- en ya no extraño contubernio. Nos vienen momentos más ingratos aún , la experiencia lo confirma porque también tenemos el talento de fregar nuestra calma. El diván es un imperativo.

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, José Miguel.
      Entiendo el diván como la metáfora de un problema de mentalidad y que solo empezará a curarse cuando aceptemos nuestros privilegios y dejemos de naturalizarlos.
      De acuerdo.

      • Gracias, Gustavo. Has verbalizado aquello que hacia rato me daba vueltas, pero no hallaba la manera.
        Destaco (sin desmerecer todo lo demás) que el gravísimo tema de la corrupción, en todas su variantes, debe ser asumido por todos. La punta del iceberg está en el vergonzoso comportamiento de nuestros personajes públicos, pero el virus de la coima, el arreglo bajo la mesa, la «vara» se agazapa en la vida diaria y nos contagia a casi todos.
        Ojalá que artículos como el tuyo lleven a la reflexión: el anhelado cambio debe incluirnos a todos. De lo contrario, sólo viviremos una cadena de venganzas hasta que no quede nada.

        • Gustavo Rodríguez

          Querido Richar, muchas gracias por tu comentario.
          Da en el clavo: empezaremos a cambiar cuando asumamos nuestras taras viéndolas en nosotros mismos y no solo en «los otros».
          Un abrazote.

  3. Valeria Vela

    Sin vara se logra poco o nada…. lamentable. Pero aun más lamentable es que lo tengamos tan normalizado. Y que anti ético es tener una vara y tomar ventaja.

    • Gustavo Rodríguez

      En efecto, lo terrible es llegar a naturalizarlo.
      Necesitamos este tipo de cachetadones, cada cierto tiempo, para ir encarrilándonos.

  4. Ana Ibarra Pozada

    Buen artículo, en realidad existe un mundo paralelo, los de los estratos más bajos son los más perjudicados en pandemias, desastres natrales, acceso a servicios, de todo esto me apena más lo de la ex ministra Mazzetti, ella es técnica, muy capaz, pero la fregó, Vizcarra a quien antes lo defendí es político y los políticos mienten toda la vida, no somos santos, nos faltan valores y eso viene de cuna así vivas en Pueblo Libre o Ayaviri (Puno).

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Ana.
      En efecto, nuestra incapacidad de pensar en «todos» y no en uno parece ser transversal.
      Un abrazo.

  5. Daniel Portugal

    Que buena reflexión Gustavo…Habrá recurrido a la vara el periodista (y mentores) que sacó a la luz este caso? Estamos diseñados como especie a pensar en otros; que no sean nuestros parientes cercanos, cuando nos ronda la muerte? Lo hecho por los funcionarios públicos que se aplicaron la vacuna es repudiable pero no sé si alegrarme por las innumerables muestras de indignación de los peruanos y pensar que todos hemos cambiado para bien y por lo tanto vienen tiempos mejores o preocuparme porque seguimos en modo farándula política…Me temo que nos esperan más casos similares conformen lleguen más vacunas; mientras tanto a seguir cuidándonos.

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Daniel.
      Claro que vendrán irregularidades: somos un país donde muere gente a causa de vehículos que acumulan papeletas y de discotecas que incumplen normas. No podía ser distinto tratándose de vacunas.
      A combazos aprenderemos, pero será un proceso largo.
      Un abrazo.

  6. Luis Alfredo Ramírez

    Bien señalas al ombligo de nuestras conciencias, cuando una vez más nos asquea el mal olor ajeno, pero cuantos millones de peruanos se hubiera retirado de la salita del Doc, sin los millones de la mesa, que nadie sabría nunca? Como no hay justificación, tampoco hay consuelo en el otro, el problema está en nuestra conciencia colectiva y ahí hay que curarla

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias por el comentario, Luis Alfredo.
      Asumir que todos contribuimos al estado de nuestra sociedad y no el otro, es el primer paso.

  7. Diana Calderón

    Qué lamentablemente ciertas tus palabras… tengo, como muchos peruanos, una sensación de desazón inexplicable; aunque tal vez la explicación esté en que, al final, quizás yo también lo hubiera aceptado, a pesar de que ahora, desde mi posición, definitivamente contesto con un rotundo «no» si me lo preguntan. 🙁

  8. Jesús Moises Burgos Huaman

    Excelente reflexión, sobretodo en el comentario de los funcionarios y personal médico que tenían supuestamente principios y desapego.

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