La revolución de los tibios 


La necesaria sensatez en tiempos arrebatados


Alejandro Neyra es escritor y diplomático peruano. Ha sido director de la Biblioteca Nacional, ministro de Cultura, y ha desempeñado funciones diplomáticas ante Naciones Unidas en Ginebra y la Embajada del Perú en Chile. Es autor de los libros Peruanos IlustresPeruvians do it better, Peruanas Ilustres, Historia (o)culta del Perú, Biblioteca Peruana, Peruanos de ficción, Traiciones Peruanas, entre otros. Ha ganado el Premio Copé de Novela 2019 con Mi monstruo sagrado y es autor de la celebrada y premiada saga de novelas CIA Perú.


“Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis, 3:15-16). Desde niño en un colegio católico y, luego, en algunas agrupaciones también religiosas de las que formé parte siendo adolescente, escuché esta cita contra la tibieza que llamaba al compromiso militante y desdeñaba el papel de aquellos que no podían tomar partido ferviente para defender la fe frente a los incrédulos. Por mucho tiempo pensé que la frase la había dicho el propio Jesucristo, sin duda un revolucionario de su tiempo, pero descubrí que es, literalmente, apocalíptica. Y es potente, no cabe duda, pues se quedó resonando en mi mente hasta que la he vuelto a escuchar hace poco para caracterizar a quienes, desde un lado u otro de la tribuna política, defienden el ‘centro’ y, peor, no son capaces de atacar, condenar y hasta insultar a los ‘enemigos’ del momento: caviares, comunistas o terrucos, frente a fachos, viejos lesbianos o DBA.

Varios amigos y antiguos colegas con los que compartí trabajo en anteriores gobiernos —todas personas íntegras y capaces que decidieron entrar a la función pública en momentos complejos por compromiso con el país— se muestran sorprendidos por ataques e insultos cada vez más frecuentes de quienes creen que la aparente impunidad de las redes sociales se puede trasladar también a la vida cotidiana. Ensayamos respuestas posibles: los efectos nocivos de la pandemia (o mejor, de las medidas sociales que trajo esta); la incapacidad de autocontrolarse en un mundo hiperconectado que parece obligar a que uno se pronuncie frente a todo; el simple deseo de llamar la atención y ganar una momentánea fama celebrada por los que piensan como uno, etc. Pareciera que es tiempo de los fanáticos, pues esto es algo que no solo ocurre en nuestro país, sino que se expande peligrosamente por todo el mundo, y eso me ha recordado algunas lecturas recientes. 

En el jardín de las bestias es una excelente obra de no ficción del investigador Erik Larson que relata la vida de William Dodd, historiador y embajador norteamericano en Berlín entre 1933 y 1937. Durante su estancia en Alemania, Dodd y su familia —y notablemente su hija, una mujer liberal que tuvo relaciones con personajes vinculados al partido nacionalsocialista, pero también al espionaje soviético— fueron testigos desde su residencia cercana al Tiergarten (literalmente jardín de bestias, el zoológico) de cómo Hitler y el nacionalsocialismo fueron consolidando su poder, pero, sobre todo, de la forma en que el fanatismo se fue expandiendo hasta volverse la norma frente a la mirada sorprendida de quienes pensaban imposible que un país como aquel alcanzara esos niveles de impunidad e irracionalidad que los llevó, finalmente, a la guerra y a gestar el holocausto. 

Dodd y su hija, quienes llegaron incluso con simpatías por lo que sucedía en Alemania como ejemplo de recuperación tras la Gran Guerra, y lo comparaban con lo que hacía Roosevelt frente a la terrible depresión norteamericana, poco a poco no solo se fueron desencantando de Hitler y los suyos, sino que presenciaron cómo quienes parecían representar la calma y el orden frente a los excesos del partido y de sus brazos militantes se terminaban uno tras otro alineando a los ucases del Tercer Reich, o desaparecían impunemente. 

Frente a eso, desde el otro lado del Atlántico, Dodd solo encontraba interés cuando hablaba del pago de la deuda alemana a los acreedores norteamericanos y, en ocasiones, cuando relataba las agresiones a las que se veían expuestos los judíos, pero también los turistas americanos que, por ejemplo, no se plegaban al saludo nazi en las cada vez más frecuentes manifestaciones y desfiles en favor de Hitler. Dodd era considerado un académico poco preparado para lidiar con la diplomacia, un alarmista: básicamente lo que se diría un tibio.

Parte de ese descenso al infierno nazi lo he encontrado también en las extraordinarias novelas de espías de Alan Furst, cuyos personajes diplomáticos y espías centroeuropeos, entre salones de nobles o sets de filmación —en una aparente calma cotidiana— ven cómo se van dando los cambios en Alemania y dejando entrever la manera en que los nazis iban conquistando mentes y eliminando enemigos en un mundo en el que la racionalidad parecía ir poco a poco dando paso al fanatismo. 

Vivimos en una época muy distinta a los años 30 europeos, es cierto, pero lo que me queda como llamada de atención de estas lecturas es que el sendero nada luminoso hacia lo irracional se iba abriendo sin que las mayorías se fueran dando cuenta y en los ambientes más inesperados. La cotidianidad, siempre tenaz y abrumadora, fue dejando que, paso a paso, se ejerciera cada vez más violencia, y que las voces que llamaban a la calma fueran justamente condenadas por tibias en un mundo feroz de extremismos. 

Sabemos cómo terminó el mundo que describen en sus obras Larson o Furst, ese ambiente de opresión en el que se denostaba a los tibios, y que dejó que se normalizara la agresividad contra ellos, que terminó siendo la violencia contra todos, la maldad pura e irracional llena de crueldad y muerte. 

Es necesario llamar la atención sobre todo tipo de violencia. No dejemos que los fanáticos, fríos o calientes, se salgan con la suya. 


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2 comentarios

  1. jorgelortega2055

    La tolerancia ha sido desbordada por la polarización de los extremos. Este peligroso fenómeno social ya trajo en el pasado una virulenta desgracia mundial con el fascismo y el nazismo. La historia es un espiral que se repite con diferentes actores.
    En el Perú grupos como la Resistencia o los afines a Sendero podrían tener potenciales para crear zozobras y arrastrar a “los tibios” al mundo del caos, un lugar donde el extremismo se enquista en la discriminación, el racismo, la mentira y el falso nacionalismo. Desenmascarar a los extremistas es una obligación.

  2. Alicia Sanz

    Si, lo estamos viviendo tenemos una vicepresidenta llevando las riendas de nuestro Perú y que su accionar solo son tibiesas; es hoy que se necesita mano dura para erradicar la mala hierba apoderado de la zona Sur del Perú y sino se hace ahora no se hará nunca…..

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