¿Cómo la representación y la democracia se convirtieron en sinónimos?
Conforme nos acercamos a las elecciones, aumentan las especulaciones sobre quiénes nos representarán en el sistema político, como si fuera una decisión ajena a la propia ciudadanía. Desde hace un tiempo vivimos lo que se conoce como una crisis de representación política: la ciudadanía ejerce el voto, pero no se siente representada por quienes ocupan los cargos políticos. La raíz de este problema tiene muchas dimensiones, y reparar en la representación como concepto puede darnos algunas luces.
En general, la idea de representación implica una paradoja: algo puede estar ausente y simultáneamente presente. Por ejemplo, un mapa es la representación de una ciudad y una fotografía es la representación de un objeto. En ambos casos tiene sentido que ni la ciudad ni el objeto estén presentes literalmente, pero sí que lo estén simbólicamente. Otra forma en la que usamos esa misma palabra tiene que ver con la política y el gobierno. El Congreso es un espacio de representación política: los 32 millones de peruanos no están allí, pero están presentes mediante 130 congresistas. Las decisiones son tomadas en nuestra ausencia, pero estamos presentes de algún modo. Las elecciones son, en ese contexto, el mecanismo a través del cual se asegura esta representación. Sin embargo, los hechos recientes de la política peruana nos han mostrado que la ciudadanía no está presente, ni literal ni simbólicamente.
En 1967, la teórica política Hanna Pitkin publicó El concepto de representación, un libro clave en los estudios sobre representación política. Por entonces, ella estaba preocupada por la naturaleza del concepto como elemento inherente de la democracia, como si la relación entre democracia y representación fuera simple, axiomática. Ciertamente, los sistemas democráticos pueden beneficiarse de mecanismos de representación. Pero asumir que la representación es la única forma de lograr la democracia no es exactamente falso, mas es engañoso.
El Perú no es el único lugar en el mundo con una crisis de representación política. Países alrededor del mundo, presuntamente democráticos, padecen desde hace varias décadas del mismo fenómeno. Tales condiciones llevaron a Pitkin, años después, a replantear sus ideas iniciales sobre la relación intrínseca entre representación y democracia.
Ambas palabras tienen en común que son usadas al mismo tiempo para expresar un ideal y para designar los mecanismos que supuestamente encarnan ese ideal. Si entendemos, en términos de Pitkin[1], la democracia como autogobierno popular (el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo), ¿en qué momento ese ideal se transformó en el gobierno de algunos en representación del pueblo?
En la antigua Grecia, donde el concepto de democracia surgió, ni siquiera existía una palabra para expresar “representación”. Aunque directa y participativa, tal democracia no era universal. Los bárbaros y las mujeres eran considerados incapaces de ejercer política. En sus inicios, la democracia no usaba la representación y, por el contrario, excluía a amplios sectores de la población.
La representación surge mucho después, en la modernidad temprana, cuando aún predominaban las monarquías en Europa. Por conveniencia, y con fines de control administrativo, los reyes elegían a representantes por barrios y condados para recaudar impuestos especiales. Con el tiempo, el rol migró de ser una imposición a un derecho. A través de sus representantes, las comunidades expresaban su descontento al rey e incluso oponían resistencia a la Corona.
Según Pitkin, la alianza entre ambos conceptos fue propiciada por las revoluciones de fines del siglo XVIII que reemplazarían la monarquía con otros sistemas de gobierno. Así, la democracia (re)surgió en el mundo moderno con la premisa básica de elegir a los gobernantes por voto en lugar del mandato divino. La transición no fue simple. Por el contrario, la representación se convirtió en una herramienta de la oposición para controlar a las clases más bajas. Al mantener el gobierno y las decisiones en manos de algunos representantes, las clases dominantes se aseguraban de mantener su poder. Las elecciones y la representación eran entonces una forma de perpetuar desigualdades de poder dentro de un sistema que se hacía llamar democrático en oposición al orden monárquico. Este es sólo el comienzo de esa historia.
Los orígenes europeos de estos conceptos nos ayudan a entender de alguna forma que hoy la ciudadanía no se sienta representada por sus gobernantes. Cuando en noviembre abundaban los carteles con el mensaje “#EsteCongresoNoMeRepresenta”, yo me preguntaba: ¿y quién sí nos representa? Los índices de aprobación de instituciones como el Congreso y la Presidencia muestran que la sensación de falta de representación se ha convertido en una constante. Ni este Congreso, ni el anterior, ni el anterior a ese, han sido considerados representativos de la ciudadanía. Tal vez necesitamos más que mejores candidatos para tener una democracia efectivamente representativa.
[1] Pitkin, Hanna (2004) Representation and Democracy: Uneasy Alliance.
¡Muy interesante! Quizás el sistema de representación funcionaría si la sociedad generase mejores ciudadanos. Los griegos tenían un concepto que definía esa formación Paideia. El problema que tenemos es que hacer cambios en la sociedad es como cambiar una llanta en un auto en movimiento.
Muy interesante! Siempre me pregunté, si el congreso de verdad representa al pueblo, porque creían que las marchas y gente en las redes sociales eran «influenciados por los medios»? Quiero decir, siendo ellos representantes del pueblo, pueden considerar que la opinión de su pueblo es influenciable y por lo tanto no debería tomarse en cuenta? Entonces a quién representan?
Muchas gracias, Sharun. La idea de los mapas y las fotos como representaciones imprecisas e incompletas (donde ademas se esta y no se esta) es buenaza. Me hizo recordar a los mapas desmesurados de Borges.
Muchas gracias.