Anotaciones exprés de un cuarentón sobre esa maravillosa entelequia que acaba de recuperar nuestra democracia.
Tener las cosas delante no siempre ayuda a verlas bien, lo sabemos quienes padecemos presbicia. Hace años un amigo publicista me contó que una importante embotelladora de gaseosas mandó a hacer un estudio para determinar qué significa ser joven para los peruanos. Una cosa costosa y compleja que terminó arrojando un resultado que bien se los pudo explicar un adolescente o González Prada: no es solo un tema de edad, sino también de actitud. Los viejos cuidan lo que tienen, no arriesgan, prefieren conservar los bienes y seguridades que poseen. Recelan del cambio. Recelan, simplemente. Los jóvenes, por el contrario, se mueven, se abren, arriesgan. Unos temen, los otros son temerarios.
Desde la misma noche del golpe de Estado congresal la juventud peruana salió a las calles. Entre la pandemia y los prejuicios muy pocos adultos, me parece, previeron la revolución que aquellos estaban a punto de llevar a cabo. Hoy se habla con gratitud y en todas partes, desde Palacio hasta los grupos de WhatsApp, de “los jóvenes que salieron a defender la democracia”, de la “Generación del Bicentenario”, la “de Acero” y demás nombres que inventamos sobre el caballo para tratar de asir esa entelequia. “Los jóvenes”.
Participé en las manifestaciones desde el mismo lunes 9, y lo digo solo porque me permitió observar el fenómeno con cierta cercanía. Y lo primero que sucedió y que no me esperaba fue la cantidad de personas que se congregaron en muchas partes al menos durante cinco días y que, efectivamente y en su gran mayoría, estaba compuesta de chicas y chicos de la edad de mi hijo. Nunca en mi vida he visto tanta gente junta como la noche del jueves 12 en el Centro de Lima. Ahora sabemos que el 13% de los peruanos participó en las marchas, lo que significa que más de tres millones de gente joven lo hizo.
“¿No temen al contagio?” / “los están manipulando” / “puras ganas de joder” / “lo que pasa es que están hasta las huevas de tanto encierro”, soltábamos los Colores Desunidos de la Mediana Edad. Ya el miércoles comenzaron a confundirme algunas cosas: creí que los muchachos no sabían marchar ni gritar consignas, que había mucha efervescencia pero casi nula organización, lo que originaba, por ejemplo, que cada mancha humana se fuera por su lado. Incluso me planteé una teoría: estos chiquillos han nacido luego del 90, del dichoso “milagro económico” que, entre otras cosas, le bajó la llanta a sindicatos y gremios. Los manifestantes de hoy no conocen lo que es un paro de verdad, una huelga, una multitud granítica que te cierra un día sí y el otro también las calles del Cercado. No han visto al Sutep en acción. No conocen la CGTP. No saben nada.
Otra vez la presbicia. Estaba viendo el asunto con ojos de viejo. Casi diría que lesbiano.
Entonces me puse los lentes. Disculpen las obviedades, pero saber algo no significa comprenderlo. Facebook es para tíos, casi como sentarse el domingo a leer El Comercio. En Twitter hay puro ancianazo chillando. “Los jóvenes” mayoritariamente usan y se relacionan por Instagram (y WhatsApp y TikTok). En IG nosotros compartimos fotos, ellos se comunican. Ahí nomás tenemos una brecha. Su manera de asir la realidad no es leyéndola escrita, de izquierda a derecha y de arriba abajo. Es inmediata, interconectada, en mutación perpetua. Se dicen cosas a través de imágenes elocuentes y frases poderosas. Por otro lado, que la marcha sea instagrameable no la hace menos ni más. Es distinta, y es de hoy. Todos hemos visto un despliegue de ingenio inédito en los carteles que cada cual producía con lo que tuviera a la mano. Tampoco han crecido viendo noticiarios: ¿por qué lo harían?
Habría que comenzar a comprender que nosotros somos los que estamos afuera. IG no es solo un soporte, sino también un ámbito protegido de los adultos. Así como antes la jerga servía para que el resto no te entendiera, la conexión a la que los que tenemos la edad de sus padres no estamos invitados es la que se da entre sus redes. No tenemos idea de lo que pasa allí. Suponemos que “los jóvenes que tomaron las calles” —que eran tanto hombres como mujeres, sino estas más— son anárquicos porque no tienen líderes que podamos reconocer. Aún. Nuevamente, se trata de lo que no vemos. Esta semana han trabajado duro influencers que nunca habíamos oído mencionar —con miles, incluso millones de seguidores—, dejando de lado sus temas habituales para usar su poder y llamar a la acción, recomendar fuentes de información confiables —cuando no brindándola ellos mismos— y medidas de seguridad. Es más, sus seguidores les han exigido compromiso, y los que no se pusieron las pilas por la causa —como el deleznable Osito Lima— fueron fustigados. Unos chicos liberaron los derechos de sus gráficas, otros produjeron aplicativos estupendos, los de allá desarrollaron tutoriales de cómo protegerse de los perdigones, cómo hacerse un letrero, un escudo, una máscara antigás. Cómo reconocer y grabar a los terna. Se organizaron para formar equipos de rescate, de evacuación, de primeros auxilios (que se pegaban con gutapercha una cruz roja sobre polos y cascos). Estaban los chicos y chicas que aprendieron a desactivar bombas como lo haría Heisenberg. El resto quedaba con los suyos y marchaba y opinaba mientras compartía información actualizada y real, memes, videos, fotos. Miles y miles de imágenes. Compartían todo. No es casual que la represión haya bloqueado la señal de internet y telefonía en el Centro tanto el jueves como el sábado.
No tienen la gravedad del sindicalista ni del estudiante de izquierda de antaño. Más bien, cuentan a su favor con el fervor bullanguero y reciente del Mundial, que suma además un componente revalorativo y nacionalista.
Más: damos —dábamos— por cierto que “a los jóvenes no les importa la política”, que es un poco como llamarlos frívolos. Y resulta que, como ha quedado demostrado, en eso también estábamos descaminados. Lo que pasa, creo, es que no les interesa como la entendemos, ni la manera en que se las pretendemos explicar con el rap del mundo real. Nosotros crecimos con la promesa de la institucionalidad, ellos no cuentan con ello. Hay que refundarlo todo. Además, el clasismo, el racismo, la discriminación sexual, el feminismo o la conservación no fueron nuestros tópicos. Sus banderas —como sus exigencias— no son las mismas. No quieren cambiar al país, sino levantar uno nuevo.
Ahora que lo lograron, que salvaron la democracia con los costos que todos lamentamos, ¿qué sigue? ¿Sigue algo? ¿Su proyección seguirá creciendo? ¿Continuará anarca, o se terminará organizando? ¿Surgirán cuadros para la formalidad, nuevos partidos? El 2021, por lo pronto, tendrán un problema de representación, salvo lo que logren seducirlos Guzmán, Mendoza, acaso Forsyth. Circulan videos de cómo votar y talleres para comprender mejor la Constitución. ¿Surgirá una especie de Podemos (ay)? Su estela electoral, si hacia ahí va, se verá recién el 2026. Son chicos, no tendríamos nada que exigirles, ni menos autoridad moral para hacerlo. Tienen derecho a la confusión, incluso al miedo al futuro. Mientras tanto, sin embargo, todo parece indicar que se mantendrán activos. Ahora mismo reclaman castigos para los jefes, los asesinos, los agresores y los secuestradores de las marchas. Están expectantes de las consecuencias que traerá la decisión del TC (hoy viernes hay una marcha prevista a sus instalaciones), no permitirán que Merino reciba una pensión vitalicia, escrachearán a cuanto cínico los desafíe, lucharán por levantar la inmunidad parlamentaria. Muchos quieren cambiar la Constitución ya. A algunos les caerá bien Sagasti, a otros no, pero todos lo estarán vigilando.
No sé si efectivamente estamos viviendo un gran momento de cambio. ¿Qué fue de los jóvenes que marchamos el 2000? ¿En que se tradujo ese fervor democrático? Hace 20 años clavados se dio una circunstancia muy parecida. Esa coincidencia, esa redondez diabólica de los números, ha logrado algo más que nadie vio venir, al menos no con esta magnitud: que serían los jóvenes de verdad, de todos los tipos y colores, los que le han dado sentido a un Bicentenario que venía ya un poco tela hasta que, encima, le cayó la pandemia. “Los jóvenes” están transformando realmente la narrativa del Bicentenario con pura vida.
A nosotros nos queda agradecerles, pero no con palabras. Los grandes de edad debemos asegurarles que hemos aprendido la lección. Que vamos a trabajar en reforzar nuestras instituciones. Que además de lo de siempre, buscaremos de verdad oportunidades para todos. Y esperanza. Y, sobre todo, que trataremos de apartar para siempre los prejuicios, y que escucharemos lo que tengan que decirnos.
Y punto. Lo siguiente es dejarnos los anteojos puestos, hacernos a un ladito y dejar que la gran marcha de esa juventud se abra paso y construya el país que sueña.
Mira que en política existe la profecía autocumplida. Las viejas y nuevas élites miran desde la tribuna y critican, meten miedo, quieren que nada cambie (obvio) y en ello se alejan más aún de la realidad. Entonces alguien desde algún extremo se atreve a decir «nueva constitución» y la élite se razga las vestiduras y amplifica el rollo con miedo y amenzas y lo convierte en un tema nacional sin darse cuenta. Y sabemos cómo son los jóvenes cuando quieren dar la contra.
En verdad que entro a Twitter y me mata de risa el nivel de chillidos que dan los viejos y parece que entre ellos mismos no más se conocen. Ahora somos «la generación equivocada», increíble cómo es que no quieren ver más allá de sus narices
Felicitaciones por el artículo. Muy fuerte porque nos demuestra lo poco, o nada, que conocemos de la Generación del Bicentenario. Pero muy esperanzador porque nos hace ver que nuestro país estará en mejores manos.
Gracias!
Montados sobre el caballo o subidos al tren de la transformacion de la sociedad impregnada de tecnologias y globalizacion, que duda cabe q la generacion 21 es digna del bicentenario
Pensaba dar una opinión así brutal para completar lo leído pero me quedé en nada, estoy conmovida, esta es mi generación y es tan acertado lo que escribiste y piensas. Dante, esto me hizo explotar el corazón, jajaja siento una dicha grande de ser parte del equipo que quiere levantar el nuevo Perú.
Gracias, Ximena. Ahora tú me has conmovido.
Las y los jóvenes tienen el poder!
Muy buen artículo!
Gracias!
El joven peruano es un joven planetario, he ahí su fuerza.
Excelente artículo!, como decía la Pulgarcita de Serres: “Os burláis de nuestras redes sociales y de nuestra nueva manera de emplear la palabra “amigo”. Alguna vez habéis sido capaces por vuestra parte, de formar grupos tan considerables que su tamaño se aproxime al de la propia humanidad? (…), teméis quizás que de estas tentativas surjan nuevas formas políticas que barran las anteriores, obsoletas?”…lo dejo ahí
🙂
Feliz de saber que a pesar de mi edad comparto plenamente con la juventud, puedo decir que es posible ser crítico del sistema independientemente de la edad. Motivar a los jovenes a seguirse informandose y construir vida en el partido político que elijan y participar en ella.
“Los jóvenes” están transformando realmente la narrativa del Bicentenario con pura vida.
Nos conminan a cambiar las estrategias comunicacionales, despierten, nos dicen.
Excelente artículo que compartiré y analizaré con mis alumnos de la universidad.
Gracias, qué honor
Aunque no me esperé para nada la organización que tan bien describes y la envergadura de la movilización de los jóvenes peruanos que vimos la semana pasada, he de decir que nunca me ha parecido una generación indiferente. Siempre he tenido la impresión que conocen mejor sus derechos, tienen en muchos casos un sentido cívico que va más allá de las fronteras nacionales, y tienen menos de ese «respeto» a la autoridad mal entendida, que nos inculcaron a generaciones anteriores. Pero son nuestros hijos, como dices, así que algo no hicimos tan mal. Abrazo
Muy buen artículo, directo y fuerte pero excelente!!!
Me conmovió leer tu post, tu explicación del acercamiento de mi generación y la de mis padres está muy buena descrita. Nunca pensé escuchar a mi mamá decir : “Gracias a tu generación se pudo lograr esto”. En lo personal, me falta mucho por aprender y comprender de este mundo de “grandes” pero como leí en un cartel mientras asistía a la vigilia de Inti y Bryan : “Quisieron enterrarnos, pero no sabían qué éramos semillas”.
Gracias por abrirme el panorama…en efecto, son los «jóvenes de verdad»…no los de espíritu…Muy buen artículo
El modelo de representatividad está desapareciendo y se está refundando nuestro país y el mundo, en un modelo de consciencia colectiva, yo creo que entre más burros sean los congresistas, suma para la causa de la transformación y el bien común, ya que provocaran cambios inmediatos y necesarios como una nueva ley de partidos políticos, la nueva constitución y por supuesto, el poder al servicio del pueblo. Una gran revolución social señores, ayer escuchaba las entrecuchadas de los políticos chilenos y una abuelita parlamentaria y consciente, le decía a su presidente “esto mis nietos lo arreglan, no les vas a mirar la cara de tontos” le respondían los politiqueros, si era una amenaza? Es la nueva realidad, el poder de quien es ahora¡¡¡¡¡¡¡ Estamos viviendo una transformación estructural e individual, una gran oportunidad para evolucionar….
De acuerdo con Francisco Aquise
Muy buen artículo Tito. He Estado revisando información sobre eventos similares y lo que tú dices es muy esclarecedor. Muchas gracias y un abrazo.
Para leer y compartir, muchas gracias
Excelente artículo! Me gustó mucho, yo fui a la marcha del sábado 14.11, fue gratificante escuchar que Merino renunció por nuestra «culpa» 😉