La educación va a cambiar


¿Qué hacer en casa mientras tanto?


En marzo de 2020, cuando recién comenzaba el año escolar, todo se puso de cabeza. Pocos preveían que el resto del año funcionaria con educación a distancia y no solo lo terminamos así, sino que hoy nos enfrentamos al inicio de otro en las mismas condiciones. 
Es un hecho, por lo tanto, que el mundo de la educación va a cambiar radicalmente.

           Antes de la pandemia ya se discutía que la educación necesitaba renovarse. Se argumentaba que la manera en que se organizaban nuestros sistemas educativos respondía a unas necesidades de la revolución industrial y que hacían falta modelos más dinámicos y personalizados.

           Sobre esto, la educadora Inés Kudo escribió hace un año: “Imaginemos por un momento cómo sería si los niños y niñas pudieran aprovechar al máximo su tiempo de aprendizaje avanzando a su ritmo. Cada quien lee el libro que le interesa leer, escribe sobre los temas que le interesan, no lo que se manda a toda la clase. Usa softwares adaptativos para aprender a su ritmo. Estos detectan sus errores y pausas, y le dan exactamente lo que necesita: la explicación y el reto en su zona de desafío.”

           Algunos cambios ya venían gestándose en esa línea antes de la pandemia y la tecnología venía jugando un rol importante. Hoy esto nos está permitiendo encontrar nuevas rutas. Dentro de lo que se viene, creo que el cambio más grande estará en la eliminación de las fronteras. Ya nos resulta natural pensar que si parte de la relación entre maestro y estudiantes puede darse online, no importa dónde esté situado el profesor ni cada uno de los alumnos. 

           Estos meses hemos estado “en diversos lugares” y husos horarios sin salir de nuestras casas. El mundo de posibilidades que se abre con esto es enorme. Pronto será más evidente que las universidades y colegios que puedan elegir nuestros hijos, sobrinos y ahijados no necesitan restringirse a la oferta nacional. Lo mismo pasa con los profesores destacados: podrán enseñar sin restricciones geográficas.  Esto trae nuevos retos a la regulación educativa.

           Pero estas posibilidades, obviamente, no están abiertas para todos. Algunos hogares están más aptos que otros para aprovechar las oportunidades de la nueva normalidad. Para algunos, lamentablemente, han pasado dos veranos y todo el tiempo en el medio sin procesos educativos. 

           ¿Recuerdan ustedes cómo se sentían en la vuelta a clases después de un verano? El uniforme incomodaba, costaba concentrarse, y algo tan sencillo como tomar el lapicero y apuntar en un cuaderno se hacía difícil. Este es un fenómeno bien estudiado que se llama “efecto de verano”: después de las vacaciones las habilidades para el estudio se deterioran. Este efecto es más marcado en los hogares menos favorecidos, donde hay menos lecturas, conversación o modelos a seguir. 

           El efecto educativo de la pandemia puede ser enorme y tremendamente desigual, y en una sociedad como la nuestra eso alcanza niveles extremos. Pensemos en las desigualdades en tres capas, desde lo operativo hasta lo estructural.

           La primera, obviamente, es el acceso y la calidad del servicio de Internet. En la última década hemos mejorado mucho, pero las diferencias entre el decil más rico y el más pobre del país aún son enormes. Es más, entre los estudiantes el acceso se daba en gran medida en sus centros de estudio. Hoy, que eso ya no es posible, las desigualdades aumentaron.

           La segunda capa debería ser una aberración, pero por alguna extraña razón se ha normalizado a lo largo de décadas, y no solo en nuestro país: la posibilidad de educarse depende de la billetera de los hogares. Es irónico que si la educación es la herramienta por excelencia para la igualdad de oportunidades, su acceso dependa de las oportunidades que previamente ya se ganaron los hogares. Algo enorme necesita cambiar aquí, pero en la medida que la globalización se acelera, la solución es menos obvia.

           La tercera está en nuestros hogares. No todos nuestros estudiantes tienen la misma posibilidad de organizarse en casa para aprender. Esto ya era una realidad antes de la pandemia, pero se ha agudizado con los golpes emocionales y económicos que hemos recibido. Al inicio de las cuarentenas pareció establecerse la idea de que este virus era igualitario porque no distinguía la clase social en el contagio. Lo que esta noción ignoraba es que, claramente, la posibilidad de enfrentarlo es tremendamente desigual.[1]

           Al respecto, la misma columna de Inés Kudo que cité líneas arriba tenía un consejo: “Lo más importante en estos momentos no es lo académico, sino el bienestar. Si tus hijos se sienten tranquilos, acogidos, acompañados, bien tratados, podrán aprender otras cosas. Si no están bien, enfócate en lograr lo primero.” Aplica para los hijos y aplica para nosotros mismos. 
Doce meses después, ¿cómo repensar este consejo? 

           Por eso he invitado a Inés a un Caiguazoom este viernes. Conversaremos sobre los retos del inicio de clases en casa: ¿Cómo organizarnos en torno a lo esencial? 
Si están suscritos a Jugo de Caigua, les llegará el enlace. Y si no, atentos a las redes.
Allí nos vemos.


[1] A la desigualdad entre hogares se suma una desigualdad interior: de puertas hacia adentro, casi todo el trabajo en casa recae en las mujeres, y más aún, ahora que las actividades escolares se trasladaron a casa, las tareas aumentaron para ellas.

1 comentario

  1. pilar

    a la espera del viernes para escuchar a Inés cuando la tendremos en un caiguazoom muy interesante…

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