La distancia que nos separa


Voté por la virtualidad en el Congreso: reconozcamos algunas consecuencias


El actual Congreso de la República inició funciones en marzo de 2020, ya iniciada la pandemia y en los primeros días de inmovilización absoluta. Así, el primer gran reto que enfrentó fue el de poder funcionar sin poner en riesgo a los congresistas y los trabajadores, y sin transmitir un mal mensaje a la sociedad respecto al cumplimiento de las normas de emergencia. La solución fue asumir la virtualidad, tal como lo hicieron algunos otros congresos de la región.

            Soy uno de los autores de la ley que permite que el Congreso funcione de manera virtual, a través de videollamadas para las sesiones de comisiones de trabajo y del pleno. Creo que la medida fue y será necesaria durante la pandemia. El Congreso sesiona en un edificio mal ventilado y que favorece las aglomeraciones, lo que significa un auténtico peligro público para la salud. Sesionar de manera remota era y es lo más adecuado para salvar vidas. Sin embargo, creo que es necesario que reflexionemos sobre los aspectos negativos de esta virtualidad, en especial, ad portas del inicio de un nuevo periodo parlamentario.

            Temo que el principal problema bajo esta modalidad es que hayamos perdido el espacio de humanización del otro. 

            Cuando uno es elegido congresista, se tiene una percepción del rival político basada en sus intervenciones públicas y en las posiciones asumidas por su grupo político. En muchos casos, se trata de una percepción negativa, pues representa una serie de ideas y propuestas completamente opuestas a las tuyas. Además, la propia dinámica política y mediática en nuestro país busca exacerbar las diferencias y propiciar la confrontación. 

            Si nos quedamos en ese plano, pareciera que no queda más que polemizar permanentemente. Sin embargo, la labor parlamentaria te obliga a convivir varias horas a la semana en el mismo espacio con ese otro, y muchas veces lo que ello permite es conocer a la persona detrás de la imagen y el discurso político.

            Llegas temprano a una sesión y decides ir por un café. En la sala se encuentra el colega con el cual siempre existe polémica en las entrevistas y en las sesiones del pleno, pues los pensamientos políticos de ambos son como el agua y el aceite. Se saludan fríamente. Cada uno se concentra en su café, a pocos metros de distancia. Pasan un par de minutos y en la televisión aparece una noticia de tu equipo de fútbol. Sorpresa: también es su equipo de fútbol. Intercambian algunos lugares comunes. Vaya, no es tan antipático como en los debates. Terminan el café y cada uno vuelve a su trinchera. Pero algo ha cambiado, ahora hay una característica que ambos comparten y reconocen en el otro. Puede parecer una tontería, pero en pocos minutos se produjo un tímido acercamiento que sin ese café no hubiese existido.

            Hora del almuerzo. Comedor de congresistas. Todas las mesas están llenas, menos una donde no se encuentra ningún colega de tu bancada. No solo eso, son colegas de bancadas con las que nunca estas de acuerdo. Ellos votan verde cuando tu votas rojo, y viceversa. Mientras almuerzan, buscan tema de conversación para romper el silencio. De repente uno menciona que se reunió con alcaldes de su región y tienen problemas con el recojo de basura. Otro menciona que su tesis de pregrado fue sobre ese tema. Un tercero señala que está trabajando una nueva ley de residuos sólidos, tema que está dentro de tu agenda de interés. La próxima vez que quieras trabajar algún proyecto de promoción de reciclaje, ya sabes con quiénes puedes contar más allá de tu bancada.

            Ejemplos como estos ocurren cada semana, durante años. Poco a poco, el rival político se va acercando y humanizando. Evidentemente esto no significa que las diferencias desaparecerán, muchas de ellas son insalvables. Tampoco significa que podrás trabajar con todos, pues en algunos casos hay diferencias éticas irreconciliables. Pero, en muchos casos, esta convivencia sí permite entender más al otro, tener más oportunidades de diálogo –auténtico, sin cámaras de televisión encima– para encontrar puntos en común o, por lo menos, la posibilidad de plantear de mejor manera los insalvables disensos. 

            Esto último, además, es muy importante durante el debate legislativo. Uno puede “medir la temperatura” de cómo está el pleno del congreso respecto a un tema. Durante el debate te puedes acercar a otro escaño para conversar y entender mejor la posición del otro. Pueden haber intercambios más sinceros, libres de las poses y los gestos que muchas veces aparecen cuando la discusión es pública. A veces, llegar al buscado consenso depende solo de una conversación en el pasillo.

            Nada de esto existe con la virtualidad. En ella no hay la obligada convivencia en el mismo espacio. Cada uno se encuentra en su casa y toda intervención ocurre como parte del debate, con las cámaras siempre atentas. Cualquier malentendido no puede ser aclarado acercándote a conversar con el otro, y en muchos casos termina siendo magnificado. Tampoco existe el espacio para conocer al rival político. Más allá de la sala de videollamada, solo queda el Whatsapp y el teléfono, con la lejanía y la sospecha que ellos traen consigo. 

            Está ya por concluir este breve periodo legislativo y, más allá de los colegas de mi bancada, son poco los congresistas a los que he llegado a conocer de verdad, con los que he podido establecer una relación más personal. ¿Cuántas oportunidades se habrán perdido todo este tiempo para impulsar proyectos conjuntos, para encontrar puntos de consenso?

            El Congreso va a tener que seguir apostando por la virtualidad por un buen tiempo más para salvaguardar la salud de todos los involucrados en su funcionamiento. Sin embargo, es importante tomar conciencia sobre los sacrificios que ello implica, para buscar alternativas creativas. En momentos de gran crispación y enfrentamiento, la posibilidad de humanizar al otro y buscar puntos de encuentro debe ser una obligación de todo demócrata, especialmente de aquellos que ostentan un cargo de representación.

4 comentarios

  1. zeta

    Ni si quiera se me había ocurrido que esto podía pasar en la vida normal del congreso, muy interesante! La virtualidad es necesaria pero siempre viene con desventajas al parecer

  2. Nelly

    Es una situación que de ser atípica se volvió normal,eso de conectarte con la gente a través de una pantalla! El lado humano fuera como fuere era más enriquecedor, y por un buen tiempo no volverá . Gracias Alberto por compartir tu experiencia en ese diario vivir del Congreso!

  3. William Banda

    Interesante texto. a parte que usted es uno de los mejores congresistas señor De Belaunde. Continúe. Un abrazo.

  4. Leticia Pacheco

    Deshumanizar las relaciones es una virtud de la tecnología. Se ve ahora en los adolescentes que no pueden entablar una relación con sus pares, en adultos que no pueden comunicarse si no es por mensajes de Whastapp.
    Acabada esta pandemia, busquemos espacios de confraternización, nos podría devolver la sociabilidad que caracteriza a las personas.

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