La desigualdad y el colesterol


¿Puede la desigualdad tener un aspecto positivo?


Este sábado, aquí en Jugo de Caigua, Gustavo Rodríguez escribió una columna formidable: “Toda sociedad trata de justificar sus desigualdades, pero algunas son demasiado cínicas para justificar las suyas”. Y nos ilustraba, en la línea de Piketty, que la justificación de la desigualdad en el mundo se ha dado, en gran medida, en torno al concepto de la propiedad y la herencia. ¿Pero hay otras justificaciones que sean menos cínicas?

Recordé entonces una perpectiva interesante sobre el tema. 
Chico Ferreira, profesor brasileño en la London School of Economics, propone esta analogía: la desigualdad es como el colesterol, tiene algo de bueno y algo de malo. Lo importante está en distinguirlos. 

¿Qué puede tener de bueno la desigualdad? Que cuando es reflejo de los esfuerzos, individuales o de equipos, compitiendo en condiciones justas y respetando las reglas de juego, induce a mejores esfuerzos en el futuro. La desigualdad vista como un resultado competitivo que, a su vez, es capaz de inducir al desarrollo económico. Un posible círculo virtuoso. 

Para distinguir la desigualdad buena de la mala –o la justificable de la injustificable–, los investigadores han seguido varias rutas. La más interesante y prometedora es la que diferencia la desigualdad de resultados de la desigualdad de oportunidades. Los esfuerzos de política deberían dirigirse a reducir esta última como sea posible, la de las oportunidades, porque es colesterol malo con triglicéridos.  

Nótese que el argumento que presenta a la desigualdad como un buen resultado funciona también para justificar otro argumento aparentemente menos controversial: la meritocracia. Cuando el éxito es conseguido sobre la base de los méritos, tendemos a aceptarlo con más naturalidad.

El debate sobre lo beneficioso o perjudicial de la desigualdad es el mismo que el de los méritos versus los privilegios. Visto de esta manera, tengo dos comentarios que hacer.

El primero es recordar otra columna de Jugo de Caigua. En noviembre pasado subrayábamos la importancia de salir del debate dicotómico y pensar en una tercera vía. El tercero excluido en el debate “méritos versus privilegio” es el azar. Poner los reflectores también en el azar es útil porque: (i) la evidencia indica que es mucho más importante de lo que creemos, pues nos permite explicar mejor los fenómenos, y (ii) nos ayuda a despolarizar los debates, tan necesario en nuestros días.

Mi segundo comentario viene a raíz del reciente libro de Michael Sandel sobre la tiranía del mérito. Aún no he podido leerlo, pero esta entrevista que dio en el Hay Festival hace pocas semanas es muy recomendable. En ella Sandel levanta varias señales de alerta, pero hay una que me ha llamado especialmente la atención: el impulso a los valores meritocráticos está acompañado del discurso “si tú quieres, puedes” que tanto ha calado aquí.  Y la verdad es que no todo el que quiere, puede. 

Pregúntenle por la validez de ese slogan al confeccionista de Gamarra que lleva varios meses sin poder producir ni vender, pero que ve en las calles la venta de polos que vienen de China o Bangladesh. Este confeccionista, que seguramente se hizo formal hace pocos años, está compitiendo en desventaja frente a un comerciante que, además de operar en la informalidad, lo hace en la ilegalidad. “Pepe el vivo” en acción.

En esta tierra de la informalidad le rendimos culto al oportunismo. El que puede, puede y el resto aplaude. El vivo vive del tonto. Las fortunas obtenidas a partir de vivezas no son tan cuestionadas, más bien son aplaudidas. Pero hay un problema con esto. 

Como apuntan Acemoglu y Robinson, esta es justamente una de las razones por las que fallan las naciones. Algunos grupos, en lugar de buscar mejorar su productividad, andan buscando “rentas oportunistas”, que es un eufemismo técnico para lo que aquí conocemos como lobby. Cuando esto sucede, el éxito mercantil de algunos no lleva al desarrollo económico de las mayorías. Aquí es cuando Adam Smith se queda manco. El abuso de los privilegios no solo es intrínsecamente malo, sino que termina haciéndole daño a todos.

Y es justo poniendo énfasis en los privilegios como me gustaría cerrar esta columna. En cinco días celebraremos el Día Internacional de la Mujer. Si hay una desigualdad que es claramente injusta e injustificable es la de género. Esta se sostiene por un conjunto de privilegios que ostentamos una mitad de la población. 
¿Qué nos ha hecho merecedores de ellos? 
No lo sé, simplemente los hemos heredado. ¿Para pensar, no?

6 comentarios

  1. pilar

    me guto y mucho! tengo problema con el teclado x lo que no hago ma comentario!

  2. Roselie Caballero

    Me parece muy interesante la analogía creada entre la desigualdad y el colesterol. Pero no debemos dejar de tomar en cuenta que mucha de la desigualdad de resultados (el colesterol bueno), deriva directa o indirectamente de la desigualdad de oportunidades (el colesterol malo) y pensar o anhelar que el colesterol malo desaparezca a corto o mediano plazo es muy positivista.

  3. Wagner Rieti Arias Llallico

    Las desigualdades son un tema muy profundo, me recuerdo la primera vez que escuche a Julio Colter, con está frase de las desigualdades, en verdad cuando logremos tenemos al menos oportunidades mínimas para poder salir adelante y tener la ansiada movilidad social, mejoraremos de nuestra precaria situación.

  4. Eren

    Hola, muy interesante, gracias. El enlace para la charla del profesor Sandel ya no funciona 🙁

  5. Nilo Espinoza

    Un saludo fraterno estimado Hugo, que pena que muchas veces las importaciones acaben con el esfuerzo nacional y peor aún cuán hay políticos que se aprovechen de ello.

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