La corneta para ir al colegio


Si algo bueno puede traer la pandemia es flexibilidad en la educación


Cuando me preguntan cómo imagino una educación de calidad, a mi mente acude una brevísima postal: la fantasía de millones de chicas y chicos caminando desde sus casas a un colegio cercano, público, con profesores motivados y satisfechos con su paga.

            Mis hijas tuvieron la fortuna de acceder a esta especie de quimera, aunque fuera de manera parcial. Su colegio sobresalía del promedio, pero tuvo que ser pagado directamente de mis bolsillos y no a través de mis impuestos. Pero aún dentro del privilegio de la educación de calidad, mis hijas disfrutaron de poder acudir caminando a clases. Podían dormir un buen rato más, respirar la brisa mañanera en vez del habitáculo de una movilidad escolar, y comer sus desayunos no tan a la volada.

            Tiempo después supe que en casa de mi novia las cosas eran más complicadas o, al menos, así lo eran antes de la pandemia. El colegio de Santiago se ubica a varios kilómetros al este, el tráfico de Lima se ponía denso desde muy temprano y, encima, al pobre le tocó la mala suerte de ser de los primeros en ser recogidos por la movilidad. Los pájaros empezaban a trinar en un cielo oscuro cuando el despertador sonaba emulando a las cornetas de los cuarteles: 5:30 am. Imagino a millones de hogares latinoamericanos pasando por un trance parecido: padres atravesando puertas con legañas, hijos a los que les cuesta despertar; admoniciones, advertencias, amenazas; luces encendiéndose en las cocinas mientras que los niños se visten sonámbulos, la preparación apurada de las loncheras, el reloj que no se detiene. En casa de mi novia, como en tantas otras, un portazo apurado y feroz solía cerrar ese ciclo diario en el que padres e hijos no habían podido empezar su día con tranquilidad. Ya ni se hable de haber podido compartir un desayuno con cordialidad.

            A pesar de que tal contrariedad ya no me sea cercana, escribo sobre ella debido a que hace poco Hugo Ñopo entrevistó a la educadora Inés Kudó en el marco de los Caiguazooms que creamos para los suscriptores de este portal. Fue cuestión de minutos para que en su conversación empezaran las conjeturas sobre cómo sería la educación luego de la pandemia. La turbidez del actual infortunio todavía no se asienta, pero algo que ya se puede sacar en claro de esta experiencia global, nunca antes vivida, es que así como antes teníamos juntas físicas cuya importancia dábamos por sentado, también teníamos reuniones de trabajo que eran sobrevaloradas. Pensando en ciertos empleos, ¿no sería ridículo que luego de la pandemia volvamos al mismo tráfico de la misma hora para marcar tarjeta todos al unísono? ¿No se ha demostrado que muchas coordinaciones que antes eran presenciales pueden seguir siendo a la distancia, con el consiguiente ahorro de tiempo, combustible y smog? Es muy probable, por lo tanto, que el trabajo de oficina adquiera en los próximos años un cariz más modular. ¿Pero tomarán las escuelas una decisión parecida?

            ¿Abandonarán el molde de la vieja revolución industrial, en el que los estudiantes fueron dispuestos en masa como obreros en telares movidos por vapor?

            Cada vez es más claro que el modelo del maestro impartiéndole conocimiento a un grupo de alumnos pasivos conlleva un desperdicio monumental de aptitudes: si el aprendizaje se forja con la emoción y si la curiosidad es su principal combustible, se entenderá por qué la actividad en un salón típico de clases tiene un buen porcentaje de desaprovechamiento. Sin embargo, aunque tome décadas cambiar este modelo, no se puede negar que al menos las escuelas como las conocemos proveen de aprendizajes que no aparecen en la currícula. La socialización con pares, la manera en que se enfrenta a la autoridad, la convivencia con las reglas, el descubrimiento de las injusticias, el despertar a los prejuicios, la camaredería y, por supuesto, también la crueldad de los otros, son aprendizajes que un niño no podría adquirir si se queda solamente en su casa. Dicho esto, nuestra educación tiene, tras esta pandemia, lo que hasta hace poco parecía imposible: la posibilidad de conciliar mejor los aprendizajes en casa con los del espacio escolar. 

            Mi referencia a las antiguas mañanas estresantes no es gratuita.

            Bastaría un poco de flexibilidad durante las primeras horas del día para que millones de niños puedan desayunar en sus hogares compartiendo mesa con sus padres o parientes. Los aprendizajes y la contención familiar alrededor de los alimentos nos acompañan desde que nos sentábamos alrededor del fuego y nos han sido mutilados en nombre de una idea de civilización fabril y febril. ¿Cuánto bien puede hacerle a un niño conversar con su padre o madre media hora temprano cada día, en lugar de enfrentarse a esa hora con disgustos, con el tráfico o con una clase de aritmética?

            Como bien decía Inés Kudó, que nuestros hijos se sientan bien es más importante que se sienten a adquirir conocimientos.

            A veces, cuando por mi mente pasan ideas como esta, temo caer en un sesgo mesocrático: hay muchos niños en pobreza extrema que reciben un desayuno vital en sus colegios, o situaciones de vulnerabilidad en casa que hace de los colegios un espacio más seguro que la propia familia. Abogo, por lo tanto, por una mayor flexibilidad y una adecuación a distintas realidades.

            Nadie me podrá convencer, sin embargo, de que una generación que empieza todas las mañanas de su infancia entre gritos y apuros crecerá con más vacíos que una generación que la arranca con más sosiego familiar.

8 comentarios

  1. Jesús Sánchez Rivas

    Cierto, Gustavo. El teletrabajo ha llegado para quedarse, hasta donde el propio laburo lo permita. Obviamente hay oficios que sólo pueden funcionar de modo presencial. Pero el tele-estudio no es lo bueno que se pudiera desear, en términos globales. La interacción con los iguales es parte del crecimiento personal y eso no tiene precio ni puede sustituirse por una laptop. Ahora toca optimizar los conocimientos que esta situación nos ha puesto encima de la mesa. La revoluciones suelen nacer de situaciones inesperadas a veces. Habrá que aprovechar lo aprendido. Abrazo.

    • Gustavo Rodríguez

      Jesús, muchas gracias, has sintetizado lo esencial de la mejor manera.
      ¡Un abrazo!

      • Claudia Chávez

        Pienso que el unico halo de luz de esta pandemia es justamente el habermos hecho remover enormes paradigmas en todos los ámbitos de la vida y eso debemos capitalizarlo, regresar a lo anterior sería un total desperdicio y desaprendizaje. Pero me temo que los colegios serán los que más demoren en asimilarlo cuando la mayoría ha buscado encajar con calzador en el sistema virtual, las mismas horas y contenidos aburridos y poco utiles del colegio. No he visto una sola propuesta escolar innovadora que haya pensado primero en el alumno (encuarentenado) y luego en la curricula y hoy tenemos niños y adolescentes extremadamente agotados y estresados. Ojalá puedas tocar este tema en alguno de tus brillantes articulos Gustavo.

        • Gustavo Rodríguez

          Tomo nota, Claudia.
          ¡Muchas gracias por tu confianza!

  2. Ana Ibarra Pozada

    Comparto esa utopía de que los niños vayan caminando al colegio, que los profesores estén bien pagados, ojalá se cumpla algún día, la realidad es que en las sierra miles de niños caminan un par de horas para llegar a sus centros educativos. El compartir con tus pares travesuras, gustos, ser cómplices, no tiene precio, el vínculo con el otro siempre nos hace mejores.

  3. Hace años que muchos soñamos con un sistema educativo más afectivo, respetuoso y cercano a los alumnos . Que se base en sus intereses y promueva valores para una adecuada convivencia, ciudadanía así como deseos de aprender. El 2020, obligó al Minedu y a los colegios a adaptarse sobre la marcha frente a la pandemia. Sin embargo, se continúa con el mismo paradigma tradicional en modo virtual. Acaba de iniciarse el año escolar con niños sin vacaciones, con un verano en cuarentena, con padres estresados y con miedos y pérdidas importantes ! Frente a todo esto observo horarios extensos de clases virtuales para niños desde los 3 años! Y para adolescentes hartos y aburridos !
    Mi sueño ahora es que padres y maestros, no olviden el contexto que estamos viviendo, abran espacios de escucha, prioricen los sentimientos de sus hijos y alumnos y que recuerden que para aprender se necesita de estabilidad y contención emocional . Será posible un nuevo currículum más humano, flexible y empático?

  4. Carlos Guiulfo

    Estupendo articulo Gustavo. Quizás añadir que uno de los principales beneficios del sistema escolar público -que obliga a que los alumnos asistan a un colegio cercano a la zona de residencia es que hace que estos centros educativos sean menos excluyentes en términos socioeconómicos, desarrollando en los alumnos desde una temprana edad, habilidades sociales básicas para ejercer una ciudadanía mas productiva. Asimismo, se ha constatado que esta interacción produce más oportunidades para los chicos de menores recursos permitiendo una mayor equidad social. Y bueno, este ejercicio neuronal provocado por tu articulo, me trae a memoria escenas de mi niñez cuando luego de llegar de clases de mi colegio de añeja raigambre escocesa y británica en San Antonio, acudía raudamente a mi barrio -a la vuelta de la esquina, muy cerca a un callejón típico del San Miguel de los sesentas y setentas, donde compartíamos con muchos chicos de variados estratos, partidos y sueños de llegar a un mundial.

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