Jugueros en un salón de clase


La diversidad que descoloca es el combustible más potente 


Hace un par de semanas no pude asistir a la reunión de coordinación editorial de Jugo de Caigua, pero días después pude ingresar a verla como cualquiera de nuestros suscriptores. Observar el partido desde la tribuna fue más interesante de lo que esperaba, al punto que el debate y las bromas entre mis compañeros me dieron la idea para un artículo, que es este. Natalia Sobrevilla arrancó confesando el reto que significó para ella cursar la escuela, la universidad y hasta su esfera profesional siendo disléxica, y la conversación encontró otro cauce de interés en la sinestesia de Dante Trujillo, esa condición neurológica por la que los sentidos se combinan a la hora de percibir el mundo. Luego, mientras Hugo Ñopo, tan amante de las matemáticas como de la música, hablaba sobre un conocido para quien las abstracciones matemáticas adquirían vida cual personajes humanos, a mí me daba ganas de intervenir para compartir cómo a mí me ocurría lo contrario: un número irracional me es incognoscible. Fue en ese momento que me imaginé a mí y a mis compañeros de Jugo de Caigua en un hipotético salón de clases, todos de la misma edad, pasando por el aro de la educación que me tocó. Cuando les compartí en la siguiente reunión de coordinación este momento de ensoñación, las bromas y las risas no demoraron: nos imaginamos a Natalia, con el cordón de brigadier, ganando todos los debates; a Alberto de Belaunde siendo su contendor socarrón, a Dante Trujillo pidiéndole prestado a Hugo su cuaderno impecable y a Hugo negándose a cambio de explicarle con paciencia cada clase perdida; a Alejandra Ruiz León trayéndonos con picardía las últimas novedades y, claro, a Carlos León Moya, nuestro juguero vitalicio, poniéndonos apodos sin dejar de sopesar las relaciones de poder en nuestro colegio imaginado.

En efecto, mis compañeros en este portal son muy diferentes entre sí. Y son brillantes desde su manera de entender el mundo. En este hipotético salón de clases, ¿sería lógico pretender evaluarlos siguiendo un solo patrón rígido? En matemáticas, ¿se podría pasar bajo el mismo tamiz del 1 al 20 a Natalia, quien por la dislexia no podía sumar dígitos abultados, y a Hugo que soñaba con ecuaciones? ¿Cómo comparar en una evaluación a Dante, a quien la Batalla de Austerlitz traería una paleta de colores –y quién sabe si de olores­– con la misma Natalia, a quien los acontecimientos en el tiempo se le fijan de manera espacial?

Un esfuerzo que hace algunos años debimos haber celebrado como logro del Ministerio de Educación fue la consolidación del Curriculum Nacional, el documento marco de la política educativa que contiene los aprendizajes que los estudiantes peruanos deberían lograr; es decir, las competencias que se esperan de ellos y sus progresiones a lo largo del tiempo. Según UNESCO, la elección de la competencia como principio organizador del curriculum es una forma de trasladar la vida real al aula, lo cual significaría dejar de lado la teorización exagerada y el memorismo, ese peligroso culto al conocimiento estático, en lugar de incentivar su persecución. Yo lo entiendo como centrarnos en la emoción de la búsqueda en lugar de pretender memorizar el trofeo inanimado. 

En la vida real, a ningún peruano le sería útil grabarse que el 15 de enero fue la Batalla de Miraflores, pero entender que el ejército chileno ocupó Lima cerca de tres años y que la bandera chilena ondeó durante ese tiempo en Palacio de Gobierno ayudaría mucho a comprender de dónde vino el antichilenismo que nuestros abuelos sintieron y del que aún se sienten rumores. Ser un amante de los bosques y memorizarse el teorema de Pitágoras parece no tener sentido, hasta que descubrimos que gracias a su formulación puede calcularse la altura de un árbol.

Estas reflexiones y “momentos ajá”, como le gusta decir a Hugo Ñopo, surgen del contraste de diversas experiencias. Si cada salón de clases ya de por sí trae distintas sensibilidades y capacidades neurológicas para percibir el mundo, esto puede entenderse como una gran oportunidad que el mundo real aporta en las aulas para que las maestras y maestros pongan en juego la riqueza de la diversidad en vez de imponer la pobreza de una misma regla.

En vez de frustraciones, bienvenidas sean las soluciones inesperadas, los consensos, la empatía; todo eso que los pedagogos llaman aprendizaje cooperativo y que le es tan esquivo a esas esferas que hoy impactan en nuestras vidas: el poder Ejecutivo, el parlamento, los gremios, los partidos.

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