Guerrilla urbana


La refriega entre J Balvin y Residente conduce a la música urbana a su primera crisis ideológica


Francisco Melgar Wong es Licenciado en Filosofía y Magíster en Musicología por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Su tesis «La construcción de lo punk en el discurso historiográfico sobre la música de la banda peruana Los Saicos» ganó el fondo para investigación PAIP 2019, otorgado por la PUCP. Ha publicado en Contrapulso, revista latinoamericana de estudios en música popular; Centro de Sonido, archivo digital de música experimental y arte sonoro en el Perú, y Antec, revista peruana de investigación musical.


A punto de cumplir la mayoría de edad –su éxito decisivo, Gasolina, ingresó al Hot 100 de Billboard en noviembre de 2004–, la música urbana pasa por su primera crisis ideológica. El año pasado, una de sus estrellas más representativas, J Balvin, hizo un llamado a boicotear los Grammy por el poco reconocimiento que otorgan a los reguetoneros. Residente, excantante de Calle 13 y viejo ícono del género, lo acusó de hipocresía –“como de las trece nominaciones [del año pasado] ganaste solo una, ahora [pides] boicot”– y, luego, comparándolo con un puesto de comida, lo ubicó en la escala más baja del valor estético: “Tu música es como si fuera un carrito de hot dog, que a mucha gente le puede gustar… Pero cuando esa gente quiere comer bien, se van a un restaurante y ese restaurante es el que se gana las estrellas Michelin”. Según un artículo de El País, lo que está en juego en la refriega entre Balvin y Residente “no es el talento entre dos cantantes, sino distintas formas de leer el placer como ideología”.

Haciendo a un lado la terminología posmoderna que el periodista toma del desaparecido Mark Fisher, no hay mayor novedad en su tesis. La historia de la música popular puede verse no tanto como una sucesión de revoluciones estilísticas, sino como la eterna oposición entre dos polos: autenticidad y artificialidad, arte y espectáculo, artistas serios y cantantes de pop. Desde esta perspectiva, el enfrentamiento entre Balvin, el despreocupado cantante comercial, y Residente, el músico serio y comprometido, es sólo la más reciente encarnación de un conflicto ideológico que se remonta, por lo menos, hasta comienzos del siglo XX.

En su bien documentada revisión de la música popular titulada How The Beatles Destroyed Rock N’ Roll, el escritor estadounidense Elijah Wald argumenta que la preferencia por un tipo de artista –uno al que podría etiquetarse de “serio”, “honesto” y “auténtico”– produjo un sesgo ideológico en la historiografía de la música. Este prejuicio, señala Wald, llevó a historiadores del jazz a resaltar personajes míticos, épicos, poseedores de un aura artística como Duke Ellington y Benny Goodman, por encima de otros más “comerciales” y “complacientes” como Paul Whiteman y Guy Lombardo.  

Si la autenticidad fue un problema en el jazz, su ideología se diseminó y dominó por completo a la música rock. Cientos de libros y revistas nos enseñan a admirar las hazañas estéticas, culturales y políticas de The Beatles, Bob Dylan y The Rolling Stones, pero el fuego del olvido consume a ídolos adolescentes como Ricky Nelson y a bandas de chicas como The Ronettes. Ahí donde los Sex Pistols y The Clash son encumbrados como héroes de la civilización occidental, Donna Summer y Chic son estigmatizados como símbolos de la decadente, frívola, superficial –además de negra y homosexual– música disco. En el Perú, los Saicos son reciclados como “pioneros del punk” y se les desarraiga de la escena de la nueva ola a la que en realidad pertenecieron. En el universo de la cumbia, las cosas no parecen ser muy distintas: desde el discurso de la teoría crítica, Chacalón y Los Shapis son revalorados como iteraciones de la lucha por la representación sonora y visual de la segunda generación de migrantes andinos, pero los análisis y comentarios sobre la música de Agua Bella brillan por su ausencia. Invisible pero imbatible, la ideología de la autenticidad sobrevuela el horizonte, justificando anacronismos, omisiones y prejuicios.

Al igual que Putin, Residente está inmerso en una guerra unilateral –una guerra oportuna, que le está devolviendo la fama y las portadas que perdió hace más de una década–, y el lenguaje que utiliza para atacar a J Balvin está plagado de la retórica de la ideología de la autenticidad. 

En su más reciente diatriba, una potente colaboración con Bizarrap titulada “Bzrp Music Sessions, Vol. 49”, el ex-Calle 13 afirma que el autor vence al intérprete, el artista comprometido vence al artista comercial y el músico honesto aplasta a la estrella de pop. Canta: “El pueblo luchando, los están matando, y el tipo sube fotos de Gandhi rezando… Yo no creo en las estrellas de las plataformas digitales…solo creo en mi nivel y en el carbón de mi lápiz corriendo por el papel… Una cosa es ser artista, otra cosa es ser famoso… El autotune y el playback activado, estos bobos cantan hasta con el micrófono apagado”.

Pero debajo de este discurso reivindicativo del trabajo del artista se esconden frases totalitarias, sentencias represivas de impronta fascista y referencias a dictaduras comunistas: “Estoy un poco intranquilo mientras el género urbano vigilo, asomando la mirada como un cocodrilo en el río Nilo… Para dos minutos de canción tienen veinte escritores, hasta los manejadores son compositores… Son artistas de quinta, que escriben menos que un bolígrafo sin tinta… Con mi rima impongo disciplina como en China, mi retina ve cabezas rodando por la colina, la revolución francesa con la guillotina”.

Al atacar a Balvin –de un modo inconsciente y metafórico– Residente está aludiendo a uno de los grandes problemas de la historiografía de la música. Si le encargáramos reescribirla, no sólo sería Balvin quien desaparecería, sino que no veríamos a Michael Jackson bailar mientras hace playback en la legendaria presentación de Billie Jean en el aniversario 25 de Motown, ni tendríamos a Elvis, Madonna y Britney Spears interpretando cientos de temas que no han escrito. En pocas palabras, tendríamos que eliminar a la música pop de la historia de la música popular. Y esto es algo que, más allá de la potencia lírica y musical de Residente, no deberíamos perder de vista. Si por él fuera, rodarían cabezas por la colina. Como en la revolución francesa. Como en Rusia. Como en China.

1 comentario

  1. Ru

    El tipo es un totalitario; más allá que pregone autenticidad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Volver arriba