¿Está a salvo nuestro dinero?


Economía y política no van por cuerdas separadas


Pese al pandemonio político y a la designación de funcionarios incompetentes en puestos clave, la economía peruana ha mostrado varios indicadores positivos el semestre pasado. Aquí tres: (i) El crecimiento del Producto Bruto Interno (PBI) ha sido tal que se pudo compensar la caída del 2021 y hoy producimos más bienes y servicios que antes de la pandemia. (ii) El precio del dólar —un indicador relevante para muchas empresas y hogares— hoy es menor al que teníamos el 28 de julio. (iii) La inversión pública creció notablemente, tanto en moneda corriente como en términos reales. ¿Será por eso que el presidente Castillo ha creído que no hay problema al nombrar personajes no calificados en las carteras clave?

En el ambiente crispado en que nos encontramos no hemos tenido espacio suficiente para la discusión. Hubiese sido bueno entender colectivamente que, así como hay algunos aciertos detrás del buen desempeño en algunos indicadores macroeconómicos, hay también una buena dosis de factores externos. El panorama global ha sido muy favorable. Pero, además, hubiera sido bueno entender que los factores aleatorios también han jugado un rol en nuestros resultados. En una economía tan informal (en lo laboral, transaccional, financiero y varios otros ámbitos), lo impredecible es muy amplio. Hemos tenido suerte. La economía ha seguido un buen rumbo pese a los timoneles políticos y técnicos tan precarios que tenemos. 

En los próximos dos o tres trimestres la situación seguirá boyante, también por factores externos sobre los que nuestros hacedores de política tienen muy poco control. Uno de ellos, aunque parezca inverosímil, podría ser el momento futbolístico: clasificar al mundial puede mover la economía hasta en medio punto porcentual y la aprobación presidencial en cerca de cinco puntos. Pero si tenemos tal suerte, no nos será eterna. De hecho, agencias multilaterales como las Naciones Unidas y el Banco Mundial vaticinan que el 2023 la economía global tendrá una desaceleración severa y con ello la demanda por nuestras materias primas caerá.

En este marco de turbulencia global resulta natural plantearse la pregunta contrafactual: ¿cuál hubiera sido el desempeño de nuestra economía sin turbulencia política y con técnicos competentes? No hay evidencia que nos permita aventurar una cuantificación concreta, pero seguramente nos habría ido mucho mejor. ¿Tendremos la misma dosis de suerte en el futuro? Difícil saberlo.

La semana pasada Roberto Chang y Cesar Martinelli abordaron una versión acotada de la pregunta contrafactual (¿Cuánto le cuesta a un país tener un líder no preparado?), presentando una revisión de literatura internacional muy interesante. La respuesta preocupa: el costo puede estar entre uno y dos puntos del PBI por cada año.  Pero hay más. Mientras las reglas del juego político sigan induciendo a la inestabilidad, seguiremos teniendo selección adversa: los lideres menos preparados irán a la política y los demás a otros quehaceres. 

Esto proviene de un estudio hecho para las municipalidades del Perú por Miriam Artiles, Lukas Kleine-Rueschkamp, y Gianmarco León-Ciliotta. Ellos han encontrado que la revocatoria de alcaldes y regidores indujo a que se presentaran más candidatos peor preparados en las elecciones subsiguientes. Valorar este resultado me parece muy útil en los momentos actuales, pues no siempre la buena intención lleva a buenos resultados.  Las revocatorias se crearon para que podamos deshacernos de malos gobernantes con mayor celeridad, pero esta evidencia nos dice que ello se consigue, parcialmente, a un costo que puede ser muy grande.

En estos días viene ganando fuerza, alimentada por la indignación, la idea de ajustar las herramientas legislativas para facilitar vacancias, destituciones, incapacidades morales y similares. “¡Que se vayan todos!” es un mensaje que condensa con fuerza el sentir popular. Para el cortísimo plazo probablemente esto sea bueno para el país, pero no hay que dejar de pensar en lo mejor para el mediano y largo plazo. La pregunta más importante, entonces, es: ¿cómo hacemos para que la política atraiga a los mejores? Eso pasa por legislar mejor sobre el acceso al poder y a los partidos políticos: democracias internas, financiamiento, representatividad.

Y en lo económico, más allá del éxito relativo en los indicadores macro de siempre, hay que prestar mayor atención a los pendientes microeconómicos. El del empleo es claramente urgente. Aquí, el gobierno anunció hace meses una apuesta por programas de empleo público, pero no se ven sus resultados. A decir verdad, difícilmente se verán, porque la capacidad de generación de empleo más importante está en el sector privado. Los trabajadores asalariados del sector privado cuadruplican a los del público. El número de trabajadores independientes (autoempleados) también cuadruplica al número de trabajadores públicos. 

Por último, para que las fuerzas privadas de la economía generen más empleo, se necesita un Estado más activo en la generación de oportunidades para todos (diversificación productiva), así como un ambiente de seguridad y predictibilidad que permita que las inversiones se materialicen. Un Estado mejor manejado puede hacer mucho más por la economía de todos. 

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