Éramos niños que se sobaban


Si mi educación sexual fue pobre, la que viene puede ser miserable 


A los cinco años, casi seis, mis padres me matricularon en un colegio de varones. Ese año recuerdo haber usado pantalones cortos, a diferencia de los grandazos del grado siguiente que sí usaban pantalones largos, y no veía la hora de usar lapicero y no los lápices con que nos limitábamos a hacer palotes. Cuando a los siete años por fin cambié de pantalones y de lápices, también cambiaron algunas interacciones. La pulsión por demostrar quién era más hombrecito ya había asomado en primer grado en forma de cacareos que no siempre desembocaban en peleas, pero ahora había aparecido un nuevo reto: quién se cachaba a quién. 
Y sí: ese verbo peruano tan crudo era el que utilizábamos a tan corta edad.

Cualquiera de nosotros podía estar de pie, hablando con un amigo en el patio de recreo, y de pronto algún majadero pegaba su pubis a nuestros traseros ensayando movimientos que hoy calificaría como lascivos. Algún tipo de mensaje atávico viajaba por nuestra memoria genética, porque las risas nerviosas de los testigos estallaban sin saber exactamente por qué. Lo único que nos quedaba claro es que quien era cachado no podía quedar mancillado de esa forma y debía ver la manera de cacharse a otro. Ahora que lo pienso, aquel era también un llamado muy temprano a interiorizar que quien recibe el embate masculino es la parte débil de una relación.

Yo era un niño muy ingenuo o, mejor dicho, poco educado en temas sexuales. Basta decir que durante un buen tiempo creí que los hijos eran concebidos automáticamente luego de que la novia se colocaba el anillo en la boda, pero me consuela que, al menos, algo de penetración había involucrada en mi fantasía. No recuerdo que durante la primaria alguien me hubiera explicado la relación entre la cópula y la procreación, y también se me hace borroso en qué momento caí en cuenta. Lo que sí tengo claro es que estudiando en un colegio de solo varones, sin hermanas en casa, y sin la guía de mis padres, por un buen tiempo pensé que las mujeres no tenían vagina. Si orinaban sentadas, tal como yo defecaba, seguramente era porque el líquido les salía por el ano. Y, claro, cuando los varones copulaban con ellas, pues también debían hacerlo por ahí: ¿no era lo que sugería aquel juego de dominación que vi en los recreos?
Ya era casi un púber cuando vi una vulva por primera vez: un primo mayor que llegó de visita me la mostró en una revista Penthouse y para mí fue ver un órgano extraterrestre. Luego vendría la pornografía de los cines, los dudosos consejos de los amigos, el terror al SIDA, los rótulos que decían ATRAZOS en algunas paredes, los embarazos de algunas conocidas a las que dábamos por perdidas: un oscuro guiso en el que se habían cocinado a fuego lento la ignorancia, el miedo y la violencia. Nunca nadie nos explicó nada. Nunca escuchamos una voz autorizada o avalada por la ciencia que nos guiara en la oscuridad.

Lo que más me asombra es que aquello ocurría en un entorno urbano y de clase media, cerca de la cúspide social de mi país. ¿Qué podía esperarse de entornos que, en teoría, tenían menos acceso a la información? Sin embargo, me impacta mucho más que cincuenta años después de aquellos recreos infantiles en los que había que cuidarse el culo hoy tengamos representantes políticos que quieran retrocedernos a la desinformación de esa época. O, incluso, a algo peor.

Según el proyecto de ley que el Congreso peruano aprobó el pasado 5 de mayo –fruto de una comisión de Educación presidida por un sujeto que opina que un terremoto en Chile había sido un castigo divino porque en dicho país se había aprobado el matrimonio igualitario–, 

los padres de familia van a participar obligatoriamente en la elaboración de programas y el contenido de los materiales, textos y recursos educativos para la educación básica de manera institucional.

La retórica es atractiva porque, en teoría, los padres son los primeros llamados a estar involucrados en la educación sexual de sus hijos. ¿Pero acaso lo están? Mis padres no quisieron estarlo en mi hogar algo afortunado, ¿querrán estarlo los de hoy? ¿Cuántos de ellos quieren, de verdad, hablar de estos temas con sus hijos, siendo ellos mismos el producto de una educación conservadora y hasta negadora?

Sin embargo, la alternativa que plantea la ley de que los padres intervengan a través de comités y asociaciones civiles podría ser peor que el vacío. La razón está en que los padres organizados detrás de esta medida y que han tenido acceso a los medios tienen toda la intención de desinformar. Cuando era pequeño, el vacío se llenaba con nuestra imaginación, pero escuchando las declaraciones de Esdras Medina –así se llama el principal impulsor en el Congreso– ahora se llenarían con dogmas ligados a un pensamiento religioso que nada tiene que ver con las evidencias de la ciencia.

Es tristísimo que en mi generación nadie se ocupara de educarnos sexualmente, pero casi prefiero ese silencio a un posible aterrizaje de estupideces largamente superadas en sociedades modernas: que un niño puede volverse homosexual si se enseña que hombres y mujeres merecen igualdad de oportunidades a pesar de sus diferencias biológicas, que el principal objetivo del matrimonio es tener hijos, que una persona homosexual puede ser “curada” en centros correctores, que es preferible la futura vida de un embrión a la vida de una niñita que ha sido violada o a la de una joven que se arruinará la existencia porque nunca recibió educación sexual acertada.
Es decir, el oscurantismo inflamado y vociferante, cuando lo que mi niñez recibió fue un simple silencio. Aparte de los sobajeos, claro.

16 comentarios

  1. Fernando Fernández Marcellini

    En aquellas épocas, principios de los 80’, aprendíamos de sexo a través del boca a boca, el más “cachero” era el “gurú”. Levantarse a una “ruca” era coronar. Hoy, siendo padre hablo de sexo abiertamente con mis hijas, sin embargo, me doy cuenta que ellas antes ciertas dudas, recurren más a las redes que a su madre.

    • Gustavo Rodríguez

      Y hay que ver los mitos que pueblan las redes. Pero tus hijas, con vuestra guía, seguramente sabrán buscar.
      ¡Un abrazo!

      • Nancy Goyburo

        “… quien recibe el embate masculino es la parte débil de una relación.”. Qué buena frase! La pura verdad! Y que lo diga un hombre, pues, tiene más mérito.

    • Miguel Ángel Guerrero

      Muy bien, Gustavo. El sexo debe desmitificarse de una buena vez por el bien de nuestra muy machista y pacata sociedad. La falsa pátina sagrada con que la cubrieron por siglos curas y grupos conservadores, confinaron su uso solo al hecho reproductivo, censurando y castigando la más pedestre , usual y benéfica de todas sus funciones: darnos placer.

      • Gustavo Rodríguez

        Exacto. A hablar claro de una función tan natural como la de la digestión.

      • Nancy Goyburo

        “… quien recibe el embate masculino es la parte débil de una relación.”. Qué buena frase! La pura verdad! Y que lo diga un hombre, pues, tiene más mérito.

  2. Elmer López Guevara

    Debo decirte una vez más que lo que escribes aquí y en tus libros me son como una droga que no puedo dejar de disfrutar desde la primera línea hasta la última. Soy tu nuevo admirador. En lo que escribes acerca de las costumbres nada santas lo viví a finales de los 60 e inicios de los 70. Entonces la procacidad campeaba en las escuelas fiscales -soy producto de una de ellas-. No quiero infectar mi comentario con lo que pueda decir de la base retrógrada de la nueva disposición educativa.

    • Gustavo Rodríguez

      Elmer, qué amable y generoso.
      Muchas gracias y un abrazo.

  3. Federico Alponte-Wilson

    Me hizo volver a los años 80s y concuerdo totalmente con la similitud actual de nuestra ignorancia política … que tales recuerdos de colegio en Trujillo. Gracias Gustavo!

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias a ti, Federico, como siempre.

  4. Eddy Romero

    El tabú del sexo en las escuelas. Efectivamente, la manera en que los niños de antaño aprendíamos del sexo, era a través de maneras desagradables como comentarios soeces de los amigos y/o compañeros mayores del barrio o la escuela, o por medio de la pornografía que llegaba de una forma u otra. Sí, desde primaria, se empezaban prácticas de tocamientos indebidos, frotarse contra una compañera o manosear al niño amanerado del grupo. La verdad, la escuela pública a la que asistí fue algo traumática, por el bullying, hurtos y la miseria del entorno. La violencia estructural, simbólica, sexual, psicológica y física, estuvo muy presente. Así comenzó mi educación sobre el país en que vivía, desde una escuela nacional en Villa el Salvador. Hoy como docente, observó la inexistencia de la educación sexual en mi país. Los maestros reales de los adolescentes son la pornografía de internet, con contenidos de alta violencia como las “fantasías de violación”. Se prioriza un curso de religión antes que uno de educación sexual; se prefiere el silencio antes que la guía de áreas como la psicología; se opta por los prejuicios de los grupos ultraconservadores, antes que por la formación integral. Mientras tanto, como señalas, continuaran los embarazos adolescentes, la propagación de ETS, la violencia en las relaciones sexuales o prácticas homofóbicas desde un machismo arraigado. Me pregunto todavía si mi compañera de 15 años en la escuela, hubiera evitado su embarazo (y abandono de la escuela), si la educación sexual no le habría ajena en nuestro colegio, como lo fue para todos.

    • Gustavo Rodríguez

      Eddy, tu experiencia es más que elocuente. Gracias por ese complemento.

  5. Recuerdo aquella época de desconocimiento total, en el barrio y en el colegio se hablaba efectivamente de cachar, por la ciudad (Trujillo en mi caso) habían dibujados penes y culos en las paredes (más que mensajes políticos, eran épocas de la dictadura militar), hasta que un compañero del colegio descubrió un libro «Venciendo» antiguo de su hermano mayor donde lo explicaba todo. De inmediato pedí que me compren un «Venciendo» y me llevé la sorpresa que el libro «corregido» para Educación básica regular, omitía totalmente el tema. Saludos.

    • Gustavo Rodríguez

      Qué retroceso, Jorge.
      Gracias por dejarnos conocer ese dato.

  6. Lucia Ruiz

    Gracias. Termine hace menos de una hora “treinta kilómetros a la media noche” y ahora este necesario “marcar la cancha” sobre un tema que debemos encarar a la brevedad… por cierto, nueva “fan”!

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