Entre Bridgerton y Andy Polo


222 años y dos representaciones sobre la violencia de género


Erika Janos es Magistra en Psicología con especialidad en Psicología Social. Docente del departamento de Psicología de la PUCP y miembro del Grupo de Psicología Política y Social de dicha universidad. Abocada a la investigación en temas de Psicología Política, Psicología Social y Género y Psicología Social y Violencia de género. Consultora en temas de investigación e intervención contra la Violencia de Género. Cuenta con publicaciones en libros y revistas indexadas nacionales e internacionales.


Hace unos días Netflix estrenó la segunda temporada de Bridgerton. La serie retrata el mercado matrimonial de la Inglaterra de 1800 y en este escenario somos testigos de las ilusiones y responsabilidades de hombres y mujeres — casi niñas—, estas últimas esperando ser desposadas para cumplir con su propósito de vida: ser esposas. Bridgerton nos muestra, entre otras cosas, cómo era representado el matrimonio, el amor, las mujeres y los hombres hace 222 años. Entre alegrías, suspiros, llantos y frustraciones nos preguntamos ¿qué tanto ha cambiado?

No podemos negar importantes cambios en la sociedad, la inclusión de muchas mujeres en espacios académicos y su rol actual en la fuerza laboral. De hecho, la serie nos muestra el inicio de muchos de estos cambios. En los personajes de Eloise, Kate y Madame Delacroix se reflejan tentativas de cambio dando lugar a la coexistencia de representaciones más periféricas —menos comunes en la época— sobre la mujer que más adelante cobrarán fuerza y se convertirán en el motor de lucha de los primeros movimientos feministas. 

Las personas formamos nuestras expectativas, reaccionamos, actuamos y juzgamos lo que está bien y lo que está mal en función de cómo representamos las situaciones a las que nos enfrentamos. Las representaciones, desde la psicología, pueden entenderse como aquellas imágenes mentales que tenemos de las cosas, situaciones y fenómenos. Contienen las creencias y actitudes que tenemos al respecto de estos objetos psicológicos. Lo curioso es que, si bien cada individuo tiene sus propias representaciones del mundo, estas suelen ser más o menos consistentes dentro de un mismo grupo de personas que pueden tener en común el compartir una misma época en la historia, un mismo espacio geográfico, una misma cultura. Si podemos hablar de realidades objetivas o no, es tema de otros escritos; lo cierto es que si queremos comenzar a entender las conductas de las personas más vale que empecemos a entender cómo representan el mundo social que compartimos.

Bridgerton nos da también un vistazo a cómo era representada la violencia sexual, la cual en realidad dejaba de existir siempre que el agresor y la víctima se casaran, restaurando así su honor y el de sus familias. ¿Saben qué es lo curioso de este retrato? 222 años después, esta representación no ha cambiado tanto. En el Perú este tipo de leyes ya no existe, pero hace tan solo 25 años, en 1997, aún se estaba discutiendo si era apropiado eliminar la ley que libraba al violador de la cárcel al casarse con su víctima. Países del llamado primer mundo, como Francia e Italia, las eliminaron hacia fines de los 1980 e inicios de los 90. Las leyes de Bridgerton seguían vigentes 200 años después. ¿Cómo podemos explicarlo?

Actos de violencia sexual como la violación en 1800 —y en gran medida ahora— no eran representados como un problema de violencia, sino como un problema personal, como un desacato del honor. Por tanto, lo que había que hacer era restaurar ese honor. La manera en que representamos las situaciones define entonces la forma en que se interpretan actos del calibre de violencia sexual y dicta el rumbo de acción para “enfrentarla”. 

Ahora, podríamos anclarnos en la ilusión de que leyes como esa ya no existen, por lo menos en nuestro país; sin embargo, ¿qué tanto ha cambiado nuestra representación de la violencia sexual y de género?

La semana pasada, Universitario de Deportes fichó al delantero Andy Polo, denunciado por su esposa por violencia física y psicológica. La decisión del club despertó cierta resistencia, mujeres hinchas protestaron ante el caso y la noticia se elevó a los medios dejando al descubierto lo que por lo menos era una decisión polémica. El administrador del club decidió dar una conferencia y en esta hizo alarde de una representación común en nuestro contexto sobre la violencia de género: reforzando la idea de que la violencia de género es un asunto privado le dio a Andy Polo unas semanas para llegar a un “entendimiento” con su expareja. Expresó, además, su preocupación por el alcance mediático que esta situación había alcanzado: nuevamente el honor restándole protagonismo a la violencia. 222 años después, no mucho ha cambiado. 

Distintos estudios sobre representaciones sociales de la violencia de género nos dan algunas luces para comprender esta situación. Existe una imagen compartida de la violencia de género expresada solo a partir de dos elementos: la violencia física y la violación sexual. Estos dos tipos de violencia de género, además, se interpretan como tal (o no) dependiendo de quién y cómo es el agresor y la víctima. Para aterrizar este fenómeno en la realidad tenemos múltiples ejemplos, entre ellos el fallo en Ica en enero de 2019 que libró de cargos a un agresor sexual sosteniendo como argumento que la víctima utilizaba ropa interior de encaje rojo al momento de la agresión. La mujer agraviada no se ajustaba a la representación que se tiene de una víctima de violación sexual; la ropa interior roja no coincide con la imagen de niña inocente que “debe” tener una víctima de violencia sexual. 

En lo poco que va del año, se ha registrado que 10.522 mujeres peruanas han sido víctimas de violencia de género. ¿Qué consecuencias tiene el que sigamos sosteniendo estas representaciones limitadas y cargadas de mitos? 

Detrás de los procesos de acompañamiento, denuncia y justicia hay personas, todas ellas inmersas en esta cultura nuestra, sosteniendo este tipo de representaciones que se traducen en culpabilización de la víctima, desestimación de denuncias y revictimización. ¿Cómo cambiamos entonces estas representaciones? 

No existe una respuesta sencilla a esta pregunta, las representaciones cambian y evolucionan con el tiempo, pero requieren de una realidad social que las obligue a ajustarse. Tiene que existir para las personas la necesidad de cambiarlas. Visibilizar, conversar y educar sobre estos temas es importante, pero también se requiere de estructuras de justicia que nos fuercen a ampliar y adecuar nuestra representación a las verdaderas expresiones y situaciones de violencia. 

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