Empleo de calidad: ¿cómo vamos?


Últimos datos que esperanzan y preocupan


Todos aspiramos a poder decir de la actividad que “nos da de comer” que nos encanta: que tenemos el privilegio de que nos paguen por hacerla y que hasta la haríamos gratis si se dieran las condiciones.

Y digo que es un privilegio porque somos pocos quienes podemos afirmar que nuestro día a día está lleno de actividades que nos gusta hacer. Por supuesto que en el camino hay días buenos y días malos, personas con las que es más fácil interactuar que con otras, pero, al final, el balance es positivo y nos reafirmamos que elegimos bien.

Para muchos, sin embargo, el día a día de cómo pagar las cuentas sería la última elección que harían. La ocupación cotidiana resulta una mochila pesada de cargar: entre el transporte, las condiciones de trabajo, el tiempo para recuperar energías —comer u otra actividad— y las interacciones con jefes, colegas o subordinados nos hace odiar el lunes y amar el viernes.

Pero incluso el empleo que amamos no siempre es un “empleo de calidad”, si nos atenemos a las estadísticas que la Organización Internacional del Trabajo, las Naciones Unidas y otros organismos internacionales compilan para ayudar a los países a monitorear y diseñar políticas de empleo que contribuyan con la dignidad de las personas.

Un empleo de calidad comprende múltiples dimensiones: no solo se trata de las condiciones de trabajo, sino que también debe permitir un ingreso razonable considerando las calificaciones logradas en educación y experiencia, y debe también mantener motivadas a las personas.

Lo expresado hasta aquí trasluce que la manera de abordar la calidad del empleo tiene que ver con lo que los peruanos entendemos como empleo formal, y que es disfrutado solo por uno de cada cuatro personas de la población económicamente activa (población en edad de trabajar que está ocupada o, que no estándolo, busca activamente empleo). Los otros 3 de cada 4 peruanos están ocupados en el sector informal.

Como sabemos, el crecimiento económico suele imponer el ritmo del crecimiento del empleo formal, no solo en términos de aumentos de los bienes y servicios producidos, sino en cuanto a innovación y mejoras de productividad. Si el crecimiento es relativamente bajo, como viene siendo desde hace tiempo, el número de empleos formales que se agreguen será reducido, limitando así las posibilidades de que más peruanos disfruten de un empleo de calidad.

La pandemia le dio un golpe duro a la economía y se manifestó en una caída de todo tipo de ocupación. Si vemos solo al trabajador formal, notaremos que se está recuperando poco a poco y que en junio mostró, según cifras de la planilla electrónica, un aumento del 6 % respecto de junio 2021. En el sector privado, en particular, el incremento llegó a 7,8 %, respecto de junio 2021, y a 4.4 % respecto de 2019. Son incrementos importantes, pero lamentablemente insuficientes.

Pero, como ya hemos dicho, un empleo formal es algo muy diferente a estar ocupado. Aquí, los datos de la planilla electrónica ya no sirven, sino que tenemos que recurrir a las cifras que provienen de la Encuesta Nacional de Hogares —conocida como ENAHO— y que permite hacer seguimiento de las condiciones de vida de los peruanos.

Si nos alejamos de las cifras del empleo formal y vemos a la población ocupada, en el agregado las cifras también son esperanzadoras. Respecto de 2019, el número de trabajadores ocupados ha subido 4,6 %. Este incremento ha sido heterogéneo, tanto por edad como por nivel de educación. Entre los más jóvenes, ha decrecido 1,4 %, así como entre quienes han completado la educación superior universitaria (incluyendo posgrados): 7,5 %. 

Esta última cifra es muy preocupante: para los más calificados en el Perú, el empleo formal está cayendo. Para ellas y ellos, ni el magro crecimiento económico es suficiente: estamos recuperando el empleo, pero nos estamos alejando del empleo de calidad.

¿Se puede ser un país feliz con compatriotas a los que, a pesar de estudiar y esforzarse, no les encanta su trabajo?


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