El voto de Esperanza


Por una vez, todos los peruanos contamos por igual


Cuando usted lea este artículo estará camino a votar, ya habrá emitido su voto o habrá decidido no ir a ejercerlo. Sea cual sea el momento, lo invito a tomar en cuenta que este es uno de los pocos instantes en que todos los peruanos contamos de la misma manera: un adulto, un voto. En un país tremendamente desigual como el Perú, en el que no todos los peruanos tenemos los mismos derechos, este “equilibramiento” no sucede muy a menudo.

Pienso, hoy más que nunca, en las víctimas de las esterilizaciones forzadas, aquellas mujeres y hombres que no tuvieron el derecho a decidir sobre sus cuerpos y perdieron para siempre la posibilidad de tener hijos. En estos días, como en cada cierre de campaña en que participa la señora Keiko Fujimori, el tema se aviva. Por un lado, los negacionistas dicen que no hubo una campaña organizada de esterilización y que, si se dieron algunos excesos, se debe castigar a los culpables de manera individual, mientras que, por el otro lado, las víctimas llevan décadas buscando justicia.

En una columna del pasado 3 de junio María Cecilia Villegas sostiene que “se ha instalado una verdad absoluta sin evidencia que la sostenga”, argumentando que hay una “misión por deformar los hechos”. Arguye que cómo se puede argumentar “que hubo una política de Estado de esterilización masiva con 300.000 víctimas” cuando son unas 7.000 personas las inscritas en el registro de victimas del Ministerio de Justicia (REVIESFO) y son “solo” 1.326 las mujeres que han denunciado penalmente a Alberto Fujimori y a sus tres exministros de Salud. 

Pero en su argumento hay un problema: sabemos que unas 300.000 personas fueron esterilizadas, pero no sabemos cuál fue la proporción que lo hizo dando su consentimiento informado y con ganas de tener una manera segura para no tener más hijos. Lo que sí sabemos es que, más allá del Registro de Víctimas –al que, dicho sea de paso, es imposible acceder en línea en el portal del Ministerio de Justicia–, o de las querellantes contra el Estado Peruano, la proporción de esterilizaciones que se dieron en el periodo 1996-2000 excede lo usual. Además, nos acompañan los testimonios tanto de las víctimas como de algunos participantes, como personal de salud, enfermeras y miembros del Serum.

Por fortuna, gracias a este documental interactivo en línea podemos oír las voces de las propias víctimas y, si busca algo más de detalle, puede ver este reportaje reciente de Ojo Público que sintetiza lo que conocemos hasta este momento. Tal es la cantidad de información sobre el caso que la señora Villegas y muchos otros quieren negar o minimizar, que el 3 de febrero las víctimas de las esterilizaciones forzadas fueron incluidas en el Plan Nacional de Reparaciones, después de años de lucha

La búsqueda de la justicia no ceja y el 3 de junio la Corte Superior de Justicia de Lima admitió la acción de amparo interpuesta por las víctimas, que busca que el Estado realice las reparaciones económicas y de salud a las que se ha comprometido. El juicio a Alberto Fujimori y a sus ministros continúa y seguirá el sinuoso camino de la justicia peruana. Mientras tanto, Alejandro Aguinaga acompaña a Keiko Fujimori –quien declara que se trató de un programa de planificación familiar– y sigue tan tranquilo porque se vacunó de manera irregular con Sinopharm y porque ha llegado al Congreso. Pero la mano de la justicia puede aun llegar hasta él.

Mientras escribo estas líneas no puedo dejar de pensar en Inés Ruíz, alumna mía de doctorado, cuyo libro sobre este caso, fruto de su tesis y titulado Pájaros de medianoche, sale publicado esta semana. Gracias a Inés no solo conocí tanto sobre este caso, sino que su tenacidad y entrega logró sacar adelante la investigación y que numerosas mujeres se sintieran acompañadas en su búsqueda de justicia. 

Gracias a ella también conocí a Esperanza Huayama, una mujer de la sierra de Piura que fue esterilizada de manera forzada cuando tenía cuatro meses de embarazo y que perdió a su hijo. Con Inés y Esperanza acudimos al parlamento británico, a la radio, a representantes del gobierno y no deja de conmoverme cómo Esperanza nunca perdió la entereza ante la mirada atónita de quienes la oíamos. El camino había sido largo, desde la tragedia personal de haber perdido un hijo que ya llevaba gestando, a la lucha en su comunidad y, luego, dentro y fuera del Perú, una lucha donde se dio cuenta, con horror,  que lo que le pasó a ella no fue una desgracia individual, sino que fue algo que sus “hermanas” –como las llama– en todo el Perú sufrieron de la misma y siniestra manera. Porque, claramente, fue una política de Estado.

Hoy, cuando lea esto, estaré pensando en Esperanza y en todas sus hermanas. Pensaré no solo en lo que les hicieron, sino en toda la carga de racismo que lo hizo posible y que todavía permite que se niegue el crimen.
Hoy, el voto de Esperanza vale lo mismo que el mío y el suyo.

Y yo lo celebro, porque de eso se trata la democracia.  

4 comentarios

  1. Tairi

    De eso se trata la democracia, esa que nos han querido y nos quieren negar.

    • Giannina

      Así mismo es y los culpables lo niegan o le dan importancia cero.Qué horror! » En mí país qué tristeza la pobreza y el dolor».…

      • Giannina Sala

        Así mismo es y los culpables lo niegan. «En mí país qué tristeza la la pobreza y el dolor»

  2. Sam Torres

    Que fácil ser caviar y vivir en Inglaterra

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Volver arriba