El imperio contraataca


A propósito de Civilizaciones, de Laurent Binet, la ucronía que coloca al último rey inca al frente de la Europa del siglo XVI, reconfigurando la historia de la humanidad. 


A estas alturas muchos conocen, si no la están leyendo ya, el argumento de la más reciente novela de Laurent Binet (que, como era de esperar, se ha convertido pronto en la más vendida en varias librerías locales). No corro entonces el riesgo de aguarle la sorpresa a nadie. En simple, Civilizaciones se trata de cómo una serie de eventos terminaron llevando a Atahualpa a hacerse de la corona de Carlos V, convirtiéndose así en la cabeza del más grande imperio de la Europa del siglo XVI. Es decir, en la ficción, fueron los incas quienes conquistaron España.

            La trama es, en todo sentido, fantástica. Una gran idea. Una gran idea + bastante documentación + muchas más pequeñas y buenas ideas + excelente aprovechamiento de la información + talento literario. No es una grandísima novela, ni siquiera la mejor del autor. Pero, además de original e interpeladora, resulta cautivante: sus páginas pasaron caudalosas entre mis manos, haciendo ese ruido como de sopapos típico de cuando uno se engancha con un libro. Esta es una fantasía deliciosa: uno puede suponer al autor riéndose a carcajadas, como un chico travieso, frente al teclado.

            Con solo tres títulos, Binet (París, 1972) se ha vuelto uno de los narradores más atractivos del panorama contemporáneo. Desde la genial HHhH podría decirse que su motivación principal estriba en problematizar la historia y las posibilidades de contarla. Esta vez ha dado un paso más radical, sumergiéndose en las aguas de lo contrafactual para sacar a flote un libro que levantará, supongo, más de una ceja local, incluso algunas voces incómodas. Ya se sabe, hay gente que se escandaliza pronto. Los puristas, por ejemplo. Los que carecen de humor, los refractarios a ver las cosas desde fuera de su caja. 

            El autor ha contado en una entrevista a Emilio Camacho para La República que la trama se le apareció tras la lectura de Armas, gérmenes y acero, de Jared Diamond, concretamente a propósito de este dato: si unos pocos españoles conquistaron América fue, sobre todo, porque contaban con caballos, conocían la forja del hierro (que les permitía fabricar armaduras y arcabuces) y estaban inmunizados contra una serie de enfermedades. ¿Qué pasa, entonces, si movemos las piezas del tablero? Para que ello suceda, el francés inventó primero dos sucesos históricos: una expedición vikinga que llegó mucho más lejos que Terranova, y el fracaso de la misión de Cristóbal Colón. Así niveló la cancha. Finalmente, una secuencia al borde de lo inverosímil (inverosímil dentro del universo narrativo, por supuesto) termina conduciendo al inca, junto a un piquete de valientes, hasta Sevilla, que tras mil aventuras e intrigas se convertirá en la capital del hasta entonces desconocido Suyo del Nuevo Mundo, aquel que los levantinos llamaban Europa.             

            Es interesantísimo notar cómo, 300 o más años después (aunque Rousseau lo ponía en papel recién en 1755), los franceses siguen fascinados por las idílicas virtudes del buen salvaje, aquel primitivo inocente y puro que nunca volverán a ser por la corrupción que tuvieron que pagar por su derecho a la civilización. Binet lo que ha hecho es actualizar el mito, volviéndolo velasquista.

            Porque sí, hay una idealización del “imperio socialista” de los incas. Pero de haberse concretado esta fantasía ¿no cabría pensar desde hace siglos una Europa agraria, tolerante en lo religioso, donde todos contasen con seguridad social? La ucronía es un ejercicio literario que requiere un extra de imaginación. Es un gran “¿qué habría pasado si en lugar de X, hubiera sucedido Y?”: por ejemplo, ¿qué habría ocurrido si tras la Segunda Guerra Mundial, en vez de crearse Israel, los judíos hubieran sido desplazados a Alaska? (El sindicato de policía yiddish, de Michael Chabon). No es una afición reciente, por cierto, ni mucho menos pueril. En la práctica, todos imaginamos otros mundos posibles constantemente. Estructurar esas opciones a través de artefactos intelectuales puede resultar no solo estimulante, sino enriquecedor. Nunca está de más cuestionarnos lo que damos por sentado.  

            Ahora bien, me atrevo a suponer que los guardianes de la historia estarán atentísimos a pescar gazapos, fallos, exageraciones. También puedo ver asomarse a quienes se consideran genuina y moralmente autorizados a contar el pasado y, cuando no, a inventarlo. Los recuerdo envalentonados sentenciando —porque nunca pueden solo poner sobre la mesa— que la guerra interna únicamente debía ser narrada por quien haya sufrido directamente el horror. Padecieron cólicos cuando Santiago Roncagliolo ganó el premio Alfaguara con Abril rojo.

            Otrosí: tanto Binet como Rafael Dumett, autor de El espía del inca, forman parte de la lista de invitados del próximo Hay Festival Arequipa. Sin desmerecer a sus respectivos contertulios, hubiera sido una gran idea ponerlos a conversar juntos. Un contrafactual discreto nos permitiría imaginar esa charla.

            Por último, los invito a pensar dónde estaríamos hoy si triunfaba la revolución de Túpac Amaru. O si se imponía el proyecto de San Martín sobre el de Bolívar. Si Chile perdía la guerra. Si Sendero Luminoso vencía. Sume ideas. Liberar la fantasía siempre es bueno. Sumarle crítica y conjetura puede resultar sorprendente.

1 comentario

  1. Benjamin Edwards

    El libro es fantástico, lo devoré en tres días.

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