El eterno retorno 


Con un pie en el extranjero y con otro en la patria natal


Una vez más estoy en el aeropuerto, de regreso a Lima. Este año he ido varias veces y así seguiré, nunca lejos por demasiado tiempo.

Si bien llevo la mitad de mi vida viviendo fuera del Perú, hay algo en mí que nunca se ha terminado de ir y es posiblemente por eso que me duele tanto cuando en cada elección presidencial mis opiniones son consideradas menos válidas porque no vivo en mi país.

Llevo años estudiando y reflexionando sobre lo que significa la identidad nacional, cómo se forma, qué significa para cada uno y cómo ha cambiado en el tiempo. No es una coincidencia que uno de los temas al que más tiempo le he dedicado ha sido a pensar en qué momento los peruanos se comienzan a identificar como tales.

Mis primeros recuerdos no son del Perú. A los dos años me fui a Colombia con mi familia y con unas cuantas palabras en mi vocabulario. No estábamos exiliados, pero —como le ocurrió a tantos peruanos antes y después— las circunstancias en el país no eran propicias para el trabajo de mi padre.

Aprendí a hablar con esa tonada tan hermosa que tienen allá y la comida de mi infancia es el ajiaco santaferreño, la que recuerdo cuando realmente necesito volver a ser niña. Cada vez que lo pruebo, una cucharada de ese caldo aromático activa una máquina del tiempo que me transporta al jardín con árbol inmenso donde habitan mis primeros recuerdos.

En mi memoria también tienen un rol principal los eventos organizados por las peruanas con hijos pequeños que coincidieron en ese tiempo en Bogotá. Los recuerdo como excusas para comer ají de gallina y suspiros a la limeña. O quizás me confundo, porque esos eran los platillos que preparaba mi mamá para el standperuano en la feria internacional que se organizaba en un colegio británico en Ciudad de México, a donde nos mudamos cuando tenía seis años.

Mis recuerdos allí son mucho más nítidos, y si bien los tacos, las quesadillas y las tortas de jamón llenas de frejoles refritos fueron la forma en que empecé a comer algo más que ajiaco, aún me quedaba claro que yo era peruana y que ahí, en ese país tan grande y lleno de vida, yo era una extranjera.

Fue quizás por eso que me resultó tan chocante llegar a Lima en 1980 a los nueve años y también sentirme profundamente extranjera en mi tierra. Habíamos visitado Lima muchas veces y nos esperaba una familia grande con los brazos abiertos, pero, a pesar de todo eso, llegar a un colegio de niñas que habían estado juntas prácticamente desde la cuna constituyó una sorpresa.

Vivir en el Perú en los años 80 no fue fácil, pero logramos peregrinar a los lugares de donde provenía la familia. Por ejemplo, a Huancayo, de donde es mi padre, y donde pasó su infancia y juventud mi madre, a pesar de ser de Arequipa. Allá fuimos también a visitar a la multitud de primos lejanos y cercanos que me dejaron muy en claro lo profundas que son las raíces de mi familia en esas tierras.

En busca de mi identidad, encontré la historia de mi familia gracias a una investigación escolar. Mr. Morgan, un profesor del que escribí hace un tiempo, me dejó la tarea y yo me dediqué por años a indagar sobre todo lo que pude con la ayuda de mi tía Helen, quien siempre ha sido la guardiana de las fotos y las memorias familiares.

Por el lado paterno, desciendo de una heroína, y los Sobrevilla han estado asentados en Huancavelica por unos 400 años: somos una sola familia que se ha movido por todos Los Andes centrales. Mi lado materno llegó a  Arequipa desde todas partes: desde el País Vasco, desde Sevilla, desde la costa de Liguria, desde Irlanda; una mezcla profunda, pero que por un par de lados se puede trazar hasta su arribo en el siglo XVII.

Una de las genealogías, la vasca, fue descubierta por el esposo de una prima que se pasaba horas estudiando las partidas de nacimientos que han digitalizado los mormones para poder convertir a todo humano que ha vivido, con la esperanza de apresurar la segunda venida de Cristo. La otra, la sevillana, fue descubierta como parte de un proceso iniciado por unas primas de mi madre para recuperar la nacionalidad portuguesa según el origen de judíos sefardíes. Y es así como cayó en mis manos una genealogía que prueba, sin lugar a dudas, que luego de trece generaciones soy descendiente de Juan Alemán, un judío converso que fue quemado en la hoguera, y de Beatriz Alemán ‘Pocasangre’ —por su poca sangre católica— que huyó a Faro. 

¿Qué significa esto para mi identidad?

Bastante. Puede ser que tenga una variedad de pasaportes y que haya vivido en muchos lugares, incluso desde muy niña, pero eso no me quita lo peruana: ser migrante es parte de la identidad nacional. Como me explicaron alguna vez en el consulado peruano en Viena, la nacionalidad peruana es irrenunciable, así uno diga formalmente que ya no es peruano, así haya hecho una vida entera fuera: uno sigue siendo peruano y es en parte por eso que siempre regreso, porque en realidad nunca me he ido completamente.

3 comentarios

  1. Mary Elizabeth Silva Valladares

    Qué comprensible a mí espíritu, mi alma y mi vida propia es todo tu relato Natalia….Sumando todos y por diversas circunstancias fueron caso 30 anos fuera de mi país y quizás fueron esos años en los q con más fuerza quise ‘ conocer’ a mi terreno….su historia y valorarla toda . Y….Conocerme y reconocer mi identidad, orígenes de familia…..etc…Sin embargo, estos trayectos recorridos y pasaportes acumulados nos han «cambiado»….en un tipo de ‘ evolución ‘ que sin borrar tu esencia me / te ha transformado…irremediablemente y no hay vuelta atrás…..En un comienzo, en mi último retorno, me enrolé en un grupo de ‘ ex patriates’….para entender mejor » todo»…..Una siempre vuelve así nido primero, después de todo

  2. Nancy Goyburo

    Qué original, linda, afectiva, trascendente y hasta «musical» manera de explicar la esencia de la identidad peruana. Gracias Natalia!

    He tenido un proceso proceso parecido que, definitivamente, debo continuar con esa misma persistencia con el que tú lo has hecho.

    • Jorge Iván Pérez Silva

      Qué bonito texto. No hay esencias, sino suma de atributos.

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