El edificio Beirut


Cuando el PBI y la felicidad no son compatibles


No muy lejos de mi casa, en una avenida muy céntrica de la moderna Miraflores, se alza un edificio de viviendas que ocupa mis fantasías desde hace décadas. Es tan ancho que ocupa casi toda la cuadra y se levanta hasta una altura de 13 pisos, nada fuera de lo común hasta allí, salvo que está a medio hacer, como si sus constructores lo hubieran abandonado de un momento a otro ante un ataque zombi. Lo que impacta a la vista ––y luego al pensamiento–– es que en tal esqueleto de ladrillos y concreto se aglomeran varios departamentos ocupados: cualquiera puede ver desde la calle los vidrios hermanados con el concreto crudo y las cortinas que ocultan la intimidad. Nunca le he dicho a nadie que, desde que lo conozco, mi apodo para él es el edificio Beirut: una manera algo vil de fantasear con el sobreviviente de un bombardeo.

            Hace un par de días volví a pasar ante su fachada, solo que esta vez me succionó más la curiosidad. Torcí hacia su entrada de aluminio, estiré la mano… y el pestillo cedió. El interior me recibió pintado de crema. Tenía un mostrador esquinado de madera que, a todas luces, era un adorno ––no tenía abertura para que ningún portero ingresara en él–– y a la vuelta me topé con la puerta de un ascensor inexistente, tapiada con un cerro de sillas y otras maderas.

            Subí varios pisos por las escaleras, con la desconfianza de un niño que puede ser reprendido en cualquier momento: las entradas de los departamentos estaban protegidas por rejas, algunas de ellas en la penumbra. En la ventana de un área común leí un comunicado que advertía sobre la alta morosidad de los inquilinos y el inminente corte de los servicios básicos.

            Cuando retorné a la calle, tomé nota del departamento más alto: estaba en el piso 11. Subir hasta allá las compras, trasladar a un anciano o volver por la billetera olvidada; todo ello me pesó un mundo, hasta que recordé que tal realidad bien podía ser envidiada por millones de peruanos que, en lugar de subir 11 pisos, trepan una montaña completa y aislada de los servicios más básicos. Quién sabe, me pregunté, si el edificio Beirut no era una metáfora de nuestro país en construcción a estas alturas del siglo XXI: rodeado de todas las condiciones para salir adelante, pero con problemas de estructura que no conllevan a la plenitud de sus habitantes.

            Desde hace un tiempo, a muchos expertos les asombra cómo un país que en lo exterior pintaba bien, haya mostrado tan rápidamente su descalabro interno. Sobre las divergencias entre las lecturas macroeconómicas y la realidad microeconómica ya se ha escrito mucho y se seguirá haciendo. Sin embargo, existe un indicador económico que llama mi atención por la forma en que en esta nueva prosperidad falaz se convirtió en casi sinónimo de bienestar: el Producto Bruto Interno.

            Ya que hablo de él, este artículo que adjunto tiene un ángulo que quizá ayude a explicar el actual descontento social de nuestra región. Mi interpretación es que cada edificio que se construye, cada árbol que se tala para hacer una represa, cada mesa que un carpintero ensambla ––o cada artículo que aquí se escribe–– contribuye a elevar el PBI de nuestro país, pero tal cifra no mide qué tan satisfechas, contentas o plenas están las personas mientras contribuyen a él. El dato clave aquí, desde mi óptica, es que el PBI es más importante mientras más aplastada se encuentra una economía: cuando no tienes qué comer, llevarte algo a la boca hace la diferencia. ¿Pero qué ocurre con economías de ingreso medio, como las de América Latina? 
En ellas uno aspira a más, y esa aspiración se ve frenada por la falta de políticas que trasciendan a la acumulación en metálico. Del acceso a salud y a educación ya se ha hablado mucho, ¿pero qué hay del acceso a un transporte moderno y articulado, de precios más justos y libres de monopolios, de las áreas públicas y verdes para pasear en familia, de los espectáculos culturales al alcance de todos, de la posibilidad de tener vacaciones, de poder atenderse sin pudor con especialistas en salud mental? 

            Un país donde la mayoría de sus habitantes ha escapado de la pobreza extrema, pero que en su día a día se desgasta para no caer en ella, es un país infeliz. Lo mismo ocurre cuando en él habitan compatriotas que se rajan a diario para mantenerse en una clase media precaria, como debe ocurrirle a algunos vecinos del edificio de mis fantasías. 

            De allí a verse tentados a votar por radicales de cualquier espectro, no media ni un suspiro, y ahí nos espera la amenaza del derrumbe.

14 comentarios

  1. Paul Naiza

    Estimado Gustavo, muy profundo el artículo. Las benditas brechas que espero algún día se cierren.

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias, Paul.
      Brechas de una eterna construcción.

      • Igor Escate

        Como para meditar, reflexionar y quizás hasta llorar (así lo sentí y así me siento a veces por esta polarización), grande señor Gustavo!!!

        • Gustavo Rodríguez

          Igor, siempre tan amable.
          Muchas gracias.

    • Keka Ortiz

      Gustavo, gracias por ayudarnos a ordenar los monstruos internos. Hay otra vida, otra forma de bienestar lejos de esa explosión edulcorada que nos impusieron. Ojalá que este tiempo al que nos asomamos con temor, permita esa otra vida más plena y más rica con la que muchos soñamos.

      • Gustavo Rodríguez

        Gracias, Keka, por tus palabras y tus buenos deseos.
        Un abrazo.

  2. Luis

    Sin duda el crecimiento en cifras es un maquillaje para esconder los serios problemas del país, pero no es posible mantener esa falsa careta, un buen día salen a la luz, sobre todo en las elecciones y ay quienes habilmente le sacan provecho.

    • Gustavo Rodríguez

      Es verdad, las cifras no son neutras. Dependen de la mentalidad con que son utilizadas.
      Gracias, Luis.

  3. Muy buena columna, Gustavo. Me deja pensando en todas aquellas cosas que, como bien señalas, nos pesan un mundo pero qué bien podrían ser envidiadas por otras personas. Tal vez pensar un poco más en eso colectivamente podría ser un buen inicio.

    • Gustavo Rodríguez

      Así es, Alan.
      Pensar en colectivo es lo que más nos falta.
      Un abrazo.

  4. Mariela

    Qué buena reflexión!! Me gustó mucho la analogía q usas. Describe muy bien la situación q estamos viviendo ahora.

  5. Nicolas De Mendiburu Pinillos

    Tema sensible, eh, Gustavo?
    Necesitamos comprender todos que esas brechas deben ser cerradas poco a poco, con decisión, compromiso, solidaridad, honestidad, y dejando de lado la adulación a los privilegios, que es lo que sigue enfermando a nuestra sociedad peruana.

    • Gustavo Rodríguez

      Gracias por tu comentario, Nicolás.

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