El día de la marmota


¿Qué haces cuando todo se repite en la política peruana? Por ejemplo, otro intento de vacancia.


Una de las labores más tediosas y limitantes de mi vida fue hacer “seguimiento de coyuntura”. Trabajaba como asesor del Presidente del Consejo de Ministros y nadie sabía bien qué hacer. Y lo que hacíamos, lo hacíamos mal. Alguien entonces me delegó esa tarea: seguir la coyuntura. En cristiano: ver noticias todo el día.

            Despertar: escuchar ‘Ampliación de Noticias’. Llegar a Palacio: ver canal N y ver RPP, leer los mismos diarios, las mismas columnas. Las cinco de la tarde: mirar más de los mismos noticieros, las mismas noticias. Las siete de la noche: los mismos programas políticos, los mismos invitados, los mismos temas. Medianoche: dormir. Despertar de nuevo: de nuevo escuchar ‘Ampliación’.

            Me sentía miserable.

            Comentar la coyuntura política en el Perú resulta casi siempre una tarea necia. Se trata de buscar un ángulo idéntico a la noticia de siempre, comentar lo de siempre ante cada nuevo gabinete (que es igual al anterior), repetir los adjetivos de siempre frente a cada crisis que, en verdad, no es tal. Es el eterno retorno. Es vivir en un día de la marmota que solo empeora.

            Y así hasta hoy. Hace unas horas, el Congreso ha aprobado otra moción de vacancia contra Martín Vizcarra, de modo que en noviembre volveremos a vivir en setiembre. Otra vez Vizcarra en el Congreso. Otra vez escuchar un día entero a los congresistas. Otra vez los berridos. Otra vez la votación. Otra vez los partidos volteándose a última hora. Otra vez otra vez otra vez.

            Una de las consecuencias de vivir en un día de la marmota político es que comentar la coyuntura, decía, se vuelve fútil, innecesario. A veces no hay nada relevante que decir porque ya todo ha sido dicho antes. En el Perú uno no analiza: recicla. Y así será hasta marzo, en que otra coyuntura —la electoral— hará las cosas, si no relevantes, al menos divertidas. Caminar al abismo en pleno Bicentenario es un espectáculo macabro, pero un espectáculo, al fin y al cabo.

            Me dirán exagerado por decir que este es un país marmota. “En el Perú nadie se aburre”, me dirán. Pero sí, aburre. Si miramos la mayoría de cosas que sucedieron en los últimos dos años nos daremos cuenta de que, en verdad, son las mismas que nos han ocurrido durante las últimas dos décadas. 

            Por supuesto, también pasaron cosas nuevas. Las enumero: la caída de una élite política frente la Fiscalía y el Poder Judicial, la irrupción de un Presidente que se enfrentó a un sistema del cual él mismo también formaba parte, un Congreso que tomó la vacancia presidencial como su principal labor, y una pandemia como las que ocurren cada cien años.

            Pero hasta lo nuevo se ha vuelto viejo. La élite política en prisión ha cedido paso a una nueva que es tan o más mafiosa. El Presidente ha perdido brío y solo es interesante cuando tiene un enemigo; cuando le toca gestionar es triste y gris. El Congreso cambia de reparto, pero repite los mismos actos. Y a la pandemia ya nos acostumbramos.

            Es por eso que los comentaristas políticos, necesitados de insumos, inflan las cosas: señalan grandes alineamientos donde solo hubo un par de movidas ridículas, concluyen que el país tuvo una severa recomposición ideológica cuando solo se dio una declaración al paso. Como los Abuelos, se vuelven comentaristas de la Nada.

            Y yo corro ese riesgo. Escribir todos los martes sobre nuestro día de la marmota: todo sigue igual, pero esta semana se rompió un parabrisas; todo sigue igual, pero ayer se le cayó el café a Bill Murray.

            Es muy probable que escriba sobre cosas más interesantes, pero tangenciales. Por ejemplo:

      a) La tendencia en los candidatos blancos de usar símbolos patrios para parecer menos blancos: camisetas, gorros, escudos, banderitas. El título de la columna sería ‘Cada uno es menos blanco como puede’. El argumento propone un continuum. En un extremo aparece George Forsyth cantando con Magaly Medina, haciendo chistes con el Negro Mama y pateando una pelota contra una pared. Es el caso de éxito: Forsyth se acholó hace rato. En el otro extremo figuran dos candidatos al Congreso usando los mencionados símbolos patrios en su ropa y parece que su mensaje fuese “aunque no lo creas, sí soy peruano”. Son los casos de fracaso. Hasta parecen asaltables.

       b) Una columna titulada ‘Mi vida privada con los ministros’. Parto de una idea: en el Perú nadie escribe memorias. Yo tampoco. Pero podría meter el piecito en la piscina y contar que el ministro de Cultura, Alejandro Neyra, aún no me devuelve un libro que le presté: The Sympathizer, de Viet Thanh Nguyen (a decir verdad, creo que se lo regalé). Contar que una vez tomé manzanilla en La Tiendecita Blanca con Toni Alva y me atoré con una bizcotela. Contar que la ministra de Justicia, Ana Neyra, me compró una taza de zorrito y que hace tres meses intento hacérsela llegar.

            En suma, para escapar del día de la marmota, espere más de lo segundo que de lo primero. Alégrese. 

            O resígnese.

7 comentarios

  1. Patricia Miro Quesada Z.

    Reúnes el oficio de informar y sacar una sonrisa. Buenos días a todas las marmotas que despiertan con jugo de caigua!

  2. Violeta Navarrete Cabrera

    «En el Perú uno no analiza: recicla» …, o sea, mi casa es un Perú, reciclo casi todo 🙂

    Pasando ya las once de la mañana, hora de despabilarse, marmotas.

  3. Margarita Ramírez Mazzetti

    No nos queda otra Carlos, y el jugo de caigua a mediodía sabe delicioso también.

  4. Cecilia Ly Hoja

    jajajajaja me encantó «Mi vida con los ministros», sobre todo la anécdota con Alejandro Neyra, jajajajaja

  5. Ricardo De la Cruz

    Muy entretenido. Me gustó.

  6. Victor Huertas

    La primera imagen que me vino fue de Borgen y su asesor. Luego de Designated suvivor me quedó claro que, en el mundo que relatas, hay coincidencias aún con la diferencias geográficas, y es las ansias de poder pasando por desinflar a tu oponente. Poco espacio queda para la utopía de los sanos en política, pues son humanos, también han cometido errores. Lo necesario es que no los vuelvan a cometer, así que juzgar como «incapacidad moral» que es la marmota mensual, resulta inaudito por cosas ya juzgadas.

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