Duelo a quien le duela


O cómo reservarse el luto para reales, verdaderas tragedias 


Tras la guerra con Chile y durante la ocupación de Lima, las novias comenzaron a casarse vestidas de negro. Es un asunto bastante bien documentado. Resulta interesante notar que no se trataba de una cuestión exclusiva de una clase social: las fotografías de Courret muestran a aristócratas luciendo vaporosas pero tétricas frente a escenarios idealizados en sepia; mientras que las imágenes de Rafael Castillo nos han legado a señoritas más humildes que también iban de luto a lo que se suponía una celebración. Como es evidente, muchas de estas mujeres habían perdido padres, hermanos, amigos y enamorados —incluso novios— durante el conflicto; pero también mostraron vestidas así su dolor y su rechazo por los casi tres años que duró la invasión. Y es que el luto nace de un dolor íntimo, de la congoja que nos impide ver la vida ‘en colores’; por el contrario, la experiencia se vuelve sombría, funesta. Asimismo, se emplea —cada vez con menos rigor, por cierto— como una muestra de respeto: también muestra el dolor, lo exhibe. Hay un punto performático en quien lleva el duelo. Con un vestido, lo mismo que con un crespón, un lazo o un brazalete negros le decimos a los demás que estamos dolidos y tristes, que atravesamos momentos difíciles porque hemos perdido a alguien que queremos mucho, que nos hace falta. De alguna manera, me imagino, también incluye mensajes subyacentes como “compréndanme y ténganme paciencia”; e incluso “espero recibir sus condolencias, necesito apoyo y cariño”.

            El lunes pasado por fin el Jurado Nacional de Elecciones pudo nombrar a Pedro Castillo como nuevo presidente peruano. Esto ocurrió luego de examinar y rechazar una cantidad delirante de expedientes y apelaciones presentados con malas intenciones por quienes no quisieron aceptar la realidad de la derrota electoral. En todo este absurdo proceso de dilación no ha aparecido ni una sola prueba de fraude. Pese a los esfuerzos y el dinero de los perdedores no ha surgido ninguna persona en todo el país que haya dicho que le han falsificado la firma o que hubiera sido suplantada durante la votación. Nada. Lo único que sostuvo este mes y medio de incertidumbre fueron las leguleyadas del fujimorismo y sus adláteres, unos propaladores de ruido y mentiras a quienes el país, aun en momentos tan difíciles, realmente les vale un carajo. 

            Todavía resonaban las notas del himno del JNE cuando se comenzaron a mostrar —¿a lucir?— los lacitos negros que remiten al duelo en una miríada de perfiles de redes sociales. Por la rapidez, sospecho que la mayoría de usuarios los tendrían listos, que estarían casi ansiosos por mostrarle al mundo su dolor. Lazos, crespones, fondos oscurecidos, escudos nacionales desvirtuados, banderas blanquinegras acompañadas de mensajes tipo “Cómo dueles, Perú”, “El país está de duelo”, y paparruchas así. Da vergüenza reproducirlas, la verdad. Palta.

            Además de huachafería, esas expresiones de aparente condolencia lo único que muestran es que sus portadores no saben perder en unas justas transparentes; y que, al menos de momento, lo que tienen negro es el corazón y rojo de sangre el ojo: de otra manera no se explica cómo puede resultarles funesto algo que aún no ha comenzado, y que, si comienza mal, a trancas y barrancas, es en buena medida por el estorbo generalizado en el que han militado. ¿O se trata de algo peor, incluso, como que le desean el mal al próximo gobierno? 

            Yo sé que no, que la mayoría no tiene mala entraña, que forma parte de la masa confusa que sigue creyendo desde los resultados de la primera vuelta que está defendiendo la democracia con su polo de la selección, que better dead than red porque, si no, nos convertiremos en una Venezuela andina. De esta forma, el lacito negro y las monsergas fatalistas son solo otros componentes del packdel desconsuelo limeño. Pero en su candidez están cruzando una línea que no han considerado, incurriendo así en una ofensa lamentable.

            Me refiero a la profunda falta de respeto que conlleva banalizar los signos del duelo cuando en nuestro país han muerto unas 187 mil personas en 16 meses debido al covid. Qué poca empatía con quienes perdieron a la gente que amaban, y de la que ni siquiera, sobre todo al principio, pudieron despedirse porque los velorios estaban prohibidos. No está demás recordar que, como siempre, quienes más sufrieron esta desgracia larga fueron —y siguen siendo— los más pobres, los que no tienen acceso a servicios privados, ni oxígeno, ni ahorros, ni agua potable para lavarse las manos, ni medicinas. Y ahora menos, porque además de los gastos de la enfermedad y la muerte, los deudos se enfrentan con la nueva desgracia del desamparo: Ojo Público acaba de publicar un reportaje donde, con información de la prestigiosa revista médica británica The Lancet, se muestra que el Perú encabeza la lista mundial de niños que han quedado en la orfandad durante la pandemia, pues uno de cada cien perdió al papá, la mamá, ambos, el abuelo o quien fuera el adulto a cargo. El doble que Sudáfrica, cuatro veces más que Brasil.

            Así que, si quieren motivos para el desasosiego, ahí tienen una infinidad de casos verdaderamente tristes. Podrían prestarles más atención, incluso más compasión a tantos nuevos huérfanos en lugar ir mostrando desde sus teclados un luto fatuo, inútil, finalmente idiota. 

4 comentarios

  1. Victor Macedo Barrera

    Bien dicho, lo único es que me queda la duda de si llamarlos confusos, o algo peor que eso, como se les dice cuando no quieren ver lo evidente.

  2. Nelly Vargas-Amado

    Muy acertado Dante , Esperemos que la cordura se re instale en el pais

  3. Lourdes Paredes

    Justa reflexión. Con ello he sentido la superficialidad , insensibilidad que se anida en la inautenticidad de nuestros corazones. Saludos cordiales Dante.

  4. Diana

    Gracias Dante!
    La verdad es que todas estas poses de indignación, están muy fuera de contexto.

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