De bolsas y bicicletas


¿La generación que salvará el planeta debería aprender de sus abuelos?


Para empezar nuestra semana de aniversario en Jugo de Caigua, he decido revelarles un secreto. Lo he dudado un poco, pero creo que la confianza que hemos construido en este año lo amerita.

A veces no llevo bolsa al supermercado. 

Como lo leen. En la lista de los más contaminantes de la COP26, estoy yo, atrincherada entre las petroleras y el ejercito de los Estados Unidos. Y no es porque no tenga bolsas del supermercado, tengo incluso unas lindas que hice con el logo de Mitocondria. La razón es que, dependiendo del supermercado, la persona que me atiende en la caja suele molestarse. Mi intento por salvar al planeta, once bag at a time, retrasa el sistema perfecto de llenado de productos, donde un pulpo giratorio ayuda al cajero con una bolsa siempre abierta y minimiza la posibilidad de queja del siguiente cliente. 

La desilusión e impotencia que siento al no poder usar mi bolsa ecológica no se comparan con los sentimientos que me produce que en mi oficina no se use el papel por los dos lados: los imprimen y desechan, como si no se pudiera armar con ellos libretitas para un segundo uso. Ya me he resignado a que la docena de veinteañeros que me acompañan en el doctorado desconozcan el concepto del papel borrador. 

Esa misma mirada de justiciera ecológica que les doy a mis amigos o a los cajeros del supermercado, la recibo también de mis seguidores en redes sociales cuando comento que prefiero leer en papel y no en una pantalla, y no dudan en llamarme lo que yo misma me llamo a diario: una Chucky ecológica. 

Cuando se enteren de que a veces no llevo bolsa al supermercado —es decir, ahora— , será el fin de Mitocondria.

Vivir geográficamente en Atlanta pero mentalmente en Perú, me enseña lo diferente que son nuestras conversaciones y preocupaciones por el cambio climático. En el espacio geomental que yo misma he creado se construyen y reconstruyen contantemente las ideas sobre qué es lo primordial para frenar el aumento de temperatura a nivel mundial, y que cae en categoría de ecomarketing.

La primera idea que me he permitido repetir es que lograremos revertir el cambio climático con un cambio generacional. Cuando mueran los contaminadores, una generación liderada por Greta Thunberg gobernará el mundo y nos devolverá al paraíso. Ojalá. No se tratará solo de Thunberg, sino también de Vanessa Nakate, Ruth Buendía y otros líderes ambientales constantemente ignorados por los medios de comunicación y los líderes políticos actuales. Mientras esperamos una renovación de nuestra clase política, los líderes ambientales continúan viviendo amenazados

Volviendo a las bolsas de la compra, ¿saben cómo se les llama en inglés a los carritos para ir al mercado? Granny carts. Exacto, los carritos de las abuelas, mujeres sabias de toda la vida, que los llevaban rodando para evitar cargar el peso de las compras. Solemos pensar mucho en el futuro de la Tierra, pero tal vez debamos pensar más en el pasado. Ese pasado en el que un auto duraba generaciones, la ropa se remendaba y la comida no se botaba. Un pasado que en Perú y otros países sigue siendo parte del presente, pero que en Estados Unidos y Occidente se extraña con nostalgia vintage.

Tener esperanza en la juventud de recambio es una tómbola que no nos asegura una mayor acción climática. Las nuevas generaciones que ya han interiorizado un discurso ambiental también están expuestas a un consumismo nunca antes visto que es sinónimo de progreso, estatus social y hasta de valor propio: lo normal es cambiar de teléfono cada vez que a Apple se le ocurre actualizar sus modelos, que se estrenen hauls de Zara todas las semanas, realizar viajes internacionales en cada estación.

Las nuevas generaciones de activistas y consumidores ambientales necesitan una nueva generación de políticos. No de aquellos que consideren un apartado en sus planes de gobierno, sino de quienes incluyan al medio ambiente como eje transversal en sus políticas. Algo muy alejado de nuestra realidad, donde existen autoridades regionales que están involucradas con la tala ilegal, donde algunos sectores del Congreso insisten en prorrogar el uso del tecnopor, y donde seguimos esperando que el presidente asista a la COP26. En Estados Unidos, el panorama es aun más desolador: la última agenda climática de Joe Biden, una propuesta de 150 billones de dólares, se frenó ante la negativa del senador Joe Manchin, de West Virginia, quien representa a una población menor que el distrito de San Martin de Porres en Lima 

La pandemia también me ha abierto un poco los ojos sobre lo que puedo esperar de la humanidad. Pasamos de acaparar papel higiénico, a acaparar mascarillas y, por último, vacunas. Para los negacionistas de la pandemia, ver enfermar y fallecer a seres queridos y conocidos no es suficiente para aceptar que el virus es una amenaza. De la misma forma que para los negacionistas del cambio climático, —suelen ser los mismos que niegan la pandemia— los incendios, sequías y ecosistemas impactados son solo cuentos. Me temo que el impacto del aumento de temperatura es algo más abstracto que el avance de la pandemia, por lo que nos cuesta vernos como el virus que ataca al planeta. Esto también ha cambiado mi actitud sobre la COP26. No soy la única que esperaba una desilusión sobre la participación —o la ausencia— de los países más contaminantes. Lo más difícil de esta COP26 es convencernos de que vamos a trabajar juntos por el medio ambiente… ¿así como lo hicimos para acabar con la pandemia? 

Sin embargo, no he perdido del todo la esperanza: llevaré más seguido mi bolsa al supermercado. Esto no va a impactar inmediatamente en descenso de las temperaturas, pero sí evitará tener un cajón lleno de bolsas de plástico. Además, en mi casa tampoco hay espacio para acumular cosas porque el depósito es ahora un parqueadero de bicicletas, usadas por la generación de estadounidenses que ha dejado de lado los carros. De cierta forma, no buscamos solo ser el futuro del planeta: también añoramos con volver un poco al pasado. 

1 comentario

  1. Iván Reátegui Flores

    Aplicar un real cambio climático va a partir de las próximas generacione, alguna generación se va a tener que sacrificar, si sacrificar para lograr el cambio. Igual en el cambio politico del país, alguna proxima generación será la encargada y sacrificada de hacer esos cambios que tanto queremos.

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