Confesiones de un gamer nostálgico


¿Los recuerdos de niñez alimentan una industria millonaria?


Sebastián Zavala es cineasta, docente, y crítico de cine. Bachiller en Comunicación Audiovisual por la Pontificia Universidad Católica del Perú, y Máster en Dirección de Cine por MetFilm School (Londres). Director y a veces guionista de cortometrajes, series web y videos publicitarios. Gamer empedernido y lector apasionado. Se encuentra preparando su primer largometraje, y escribiendo casi todos los días sobre cine y videojuegos.


El aspecto emocional es de suma importancia cuando se está consumiendo cualquier tipo de producto cultural. Si una película nos gusta; si la pasamos bien con una canción, o si una novela —o telenovela— nos hace llorar o reír, es porque nos hace sentir algo. Por supuesto que también está implicado lo interesante (o no) de una historia, o lo mucho que nos puede hacer reflexionar sobre algún tema en particular. Pero algo que siempre he tratado de tomar en cuenta a la hora de crear una historia es, justamente, el aspecto emocional; la manera en que quiero que los espectadores —o lectores, o jugadores— conecten con lo que les estoy presentando.

Esto, como se deben imaginar, es algo muy importante también en el mundo de los videojuegos. Obviamente, se trata de una expresión artística relativamente nueva, sobre todo si se la compara con el cine, la radio o, por supuesto, la literatura. Sin embargo, durante los últimos años, cada vez más juegos han ido tomando elementos o han sido influenciados, precisamente, por aquellas maneras más antiguas de contar historias. Muchos videojuegos de gran presupuesto de hoy en día buscan ser más “cinematográficos” y relatan historias a través de momentos interactivos, pero también a través de “cinemáticas”; escenas animadas y protagonizadas por personajes similares a los que uno podría encontrar en una serie de streaming, en películas animadas, o hasta en películas protagonizadas por seres humanos reales.

Pero todo esto me lleva, también, a pensar en la nostalgia. Es algo que resulta inevitable, especialmente cuando uno comienza a hacerse más viejo —uno comienza a tener recuerdos cada vez más idealizados de su infancia o adolescencia—, pensando en los famosos “viejos tiempos”, cuando había menos estrés y responsabilidades financieras. Por generaciones, estos recuerdos han estado ligados a eventos históricos, situaciones extremadamente personales y, por supuesto, a la cultura popular de la época, la cual, como se deben imaginar, involucran a las expresiones artísticas que ya se han mencionado. Las películas que salieron cuando éramos chicos, la que fuimos a ver al cine en nuestra primera cita, o la serie que veíamos en casa y que nos hace recordar a nuestros padres, abuelos o hermanos.

Pero hoy en día, la nostalgia también puede estar relacionada a los videojuegos. Después de todo, ya somos varios los adultos que crecimos con estas experiencias durante las décadas de los 80 y 90. En mi caso personal, al ser un cineasta y cinéfilo, es obvio que muchos de estos recuerdos estén ligados al cine, pero tampoco puedo negar que ciertos videojuegos fueron parte importante de mi madurez y crecimiento, estando ahí durante algunos de los momentos más divertidos por los que he pasado. Me recuerdan a épocas específicas; a amigos que todavía frecuento, a otros que se fueron del país, e incluso a gente que ya no está con nosotros. Tiene sentido, entonces, escribir un poco sobre eso, considerando además lo terrible que es mi memoria y de qué manera deseo preservarla.

Adicionalmente, y por más que uno considere siempre sus experiencias personales, vale la pena mencionar que somos muchos los que estamos pasando por este proceso nostálgico. La mayoría de los gamers atraídos por la nostalgia tienen, en general, entre 21 y 35 años, y somos considerados como millenials. Esto ha dado lugar al resurgimiento de varios videojuegos de nuestras infancias, ya sea en versiones remasterizadas, o con remakes donde la experiencia se recrea desde cero. Desde relanzamientos de títulos para Super Nintendo en la Consola Virtual de la Wii —uno de los sistemas más populares de la historia que, dicho sea de paso, apeló principalmente a un público que nunca antes había jugado videojuegos—, hasta remakes recientes como Resident Evil 4 para consolas modernas, buena parte de la industria está apelando a nuestros recuerdos, a nuestras experiencias del pasado y a las sensaciones idealizadas que todavía seguimos buscando.

¿Cuáles son los primeros videojuegos que recuerdo? Sin temor a equivocarme, deben ser Super Mario World y Super Mario Kart, ambos para Super Nintendo. Incluso aquellos que no se consideren gamers, o que tengan experiencias muy limitadas con los videojuegos, seguramente sabrán a qué me estoy refiriendo. Super Mario ha sido parte de la cultura popular por ya varios años, y prácticamente no existe persona que no sepa quién es, o dónde aparece, o cómo luce, lo cual va a ser reforzado con la tan esperada película animada para cines. Por ende, cuando hablo de estos dos juegos, estoy seguro de que se le vienen a la cabeza imágenes muy particulares; personajes pixeleados moviéndose horizontalmente, o hacia el fondo de la pantalla, participando en violentas y coloridas carreras.

Yo no tenía un Super Nintendo de niño, por lo que estos recuerdos provienen de haber jugado estos juegos en la casa de mi primo, en reuniones familiares, o cuando iba a visitarlo. No solo se trata de mi primer recuerdo relacionado a los videojuegos —lo cual ya de por sí es significativo—, sino que también me recuerdan a mi familia; a un primo que ya no vive en el Perú, y a lo que uno siente cuando la pasa bien con gente cercana, divirtiéndose de pequeño mientras los adultos están en otro ambiente de la casa, hablando de sus cosas aburridas de adultos (impuestos, dinero, política, salud; ya saben, nada importante) mientras toman bebidas que saben feo (nada peor que el alcohol a esa edad, ¿verdad?). Difícil no regresar mentalmente a la infancia con esa clase de recuerdos.

Tuvieron que pasar algunos años para que finalmente me regalaran mi primera consola de videojuegos, con la cual terminé generando más recuerdos. La Nintendo 64 no fue tan popular como la primera PlayStation —especialmente, porque en países como el nuestro la segunda contaba con una industria pirata simplemente monumental—, pero igual cuenta con algunos de los juegos más famosos que hayan existido. Seguramente han escuchado de The Legend of Zelda o, al menos, visto a su protagonista, Link, un chico de traje verde tipo duende, siempre agarrando una espalda y un escudo, listo para la acción. The Legend of Zelda: Ocarina of Time fue prácticamente el primer juego de aventuras que probé, y una experiencia sobre la que le hablé tanto a mi familia, que incluso hoy en día tanto mi papá como mi mamá y hasta algunos tíos la recuerdan. Difícil que no se te quede algo grabado en la memoria cuando un niño de nueve años no para de hablar sobre eso todo el santo día.

Ese juego en particular y su consola traen consigo otros recuerdos muy importantes para mí. Ligados a mi familia, que me regaló diversos cartuchos en mi cumpleaños o en Navidad; a mis amigos —recuerdo que un compañero del colegio me ayudó a pasar Zelda, cuando yo no aún tenía la experiencia suficiente—, e incluso a gente que no veía con demasiada frecuencia. Después de todo, era hijo único y mucha de mi diversión venía de lo que hacía en casa y de lo que jugaba con gente mayor; incluso convencí en algún momento a mi mamá de jugar, lo cual funcionó mejor de lo esperado. La emoción que sentí al probar estos juegos por primera vez, y la necesidad de compartir dicha emoción con otros, es algo que difícilmente se puede replicar. Pero así es como funciona la nostalgia, ¿no? La cosa, nomás, es no depender de ella.

Es así, pues, que somos una generación que incluye a los videojuegos como parte de sus recuerdos más importantes; que ha ayudado a convertirlos en una expresión artística, en arte, precisamente porque les hemos dado un valor emocional similar al que le damos al cine, a la música o a la literatura. Y somos, por supuesto, la generación que ayudó a que consolas nostálgicas como la NES o SNES Classic se agotaran en horas, obligando a Nintendo a publicar tuits de emergencia sobre su escasez. No solo tenemos estos recuerdos vívidos en nuestras cabezas. También estamos interesados en revivirlos, buscando los relanzamientos de los juegos de nuestras infancias, o hasta vistiendo polos o zapatillas con diseños retro, como para que el mundo sepa lo mucho que nos importan estas franquicias.

Los videojuegos, además, nos otorgan experiencias interactivas entretenidas, pero también son capaces de contarnos historias interesantes, adentrarnos en mundos muy diferentes al nuestro, y hacernos sentir como parte de una aventura emocionante —no viéndola de lejos, apartados, sino interactuando con ella directamente—. Todo esto resulta en experiencias emocionalmente significativas que, por supuesto, generan recuerdos que se nos quedarán grabados en la cabeza por años, o que, por lo menos, se quedarán grabados en artículos como este, por si nuestras frágiles memorias nos fallan.


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