Bebito Fiu Fiu, sumun de la posmodernidad


Una aproximación antropológica a un vendaval en el ciberespacio 


Alexander Huerta Mercado Tenorio hizo su doctorado de Antropología en la New York University, donde también obtuvo su maestría en la misma especialidad junto con el diploma de Culture and Media. Es licenciado en Antropología de la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde es profesor y desde donde dirige la revista académica Anthropologica. Es director el proyecto de antropología visual “Sherezade” y columnista del diario El Comercio. Ha publicado el libro “El Chongo Peruano, una antropología del humor popular” y acaba de publicar “Feliz Seré: Chisme, humor y lágrimas en la cultura popular”.


Hoy atestiguamos una historia inusual que puso al Perú en el mapa del universo paralelo del ciberespacio, que nos enseña que las expresiones de amor edulcorado nos hacen sonreír –porque quizá en parte las compartimos–, y que demuestra que la creatividad consiste en combinar los ingredientes que ya existen en una forma nueva para lograr un sabor que nos traiga imágenes cotidianas –como un pionono en una vitrina–, y también la sensación de poder que nos brinda el manejo de la ironía.

Recorramos esta historia. Un presidente que llega accidentalmente al cargo se topa con una pandemia cuando ni conocíamos esa palabra y toma la iniciativa de dar mensajes diarios al mediodía, en una suerte de ritual cuando más los necesitábamos porque navegábamos en la incertidumbre. Su actitud parece la de un profesor de colegio, severo pero cercano, con una voz potente que bien pudo darle trabajo en la radio, y siempre impecablemente vestido.  Como en el Perú la historia es acelerada, muchas cosas ocurren después: el presidente pasa a ser expresidente, cae de su pedestal, e incluso hoy es investigado; pero nos queda en la memoria la imagen de un ingeniero sumamente formal de cuya vida sabíamos poco… hasta hace poco. 

Hace cincuenta años o más, la vida privada de los presidentes no era un asunto público y los rumores entre Kennedy y Marilyn quedaban en eso. Conforme avanzó el siglo XX, los presidentes dejaron de ser vistos como príncipes intocables y Clinton tuvo que pedir perdón a la nación estadounidense por haber tenido lo que él llamo “una relación impropia” y otros llamaron sexo oral.  En Perú lo gozamos también: por lo menos dos presidentes tuvieron que informarnos que tenían hijos fuera del matrimonio, dando mensajes de Estado. Por si fuera poco, la historia peruana del siglo XX está marcada por carreras políticas y gobiernos que cayeron por culpa de chismes en forma de videos ocultos que dejaron de serlo, de audios bomba y de extravagantes asesores políticos.  El chisme, pues, no solo vigila el buen comportamiento aquí y en toda cultura conocida; en este caso, permite nivelar la balanza del poder, en donde todos somos iguales y todos somos ampayables.

El “presidente serio de la pandemia” fue ampayado en un hotel lujoso, que alguna vez fue un monasterio, en una actitud poco monacal.  Como suele ocurrir en nuestro medio, esta contradicción hace que nos olvidemos de que se trata de un asunto familiar delicado, y el contraste entre formalidad, ampay y el lenguaje excesivamente dulce del chat entre los amantes nos produce la risa propia de la sorpresa y la identificación con quien inocentemente representa nuestra tendencia a la vulnerabilidad por amor.

Aquí entra el segundo factor de la ecuación: nuestra versión edulcorada de ese amor que sentimos que todos merecemos.  Corazones por todos lados en el Día de San Valentín, tarjetas con parejitas, corazones flechados, ositos de peluche y globos.  Nos gusta el amor que tiene sabor a chocolate Sublime, dulce, pegajoso, emocionalmente dependiente y con fondo musical de una balada setentera. Este tipo de amor de heroína de telenovela latina se ve confrontada con el cinismo del amor representado por Hollywood y por el nihilismo de los jóvenes de ahora que viven en la sociedad virtual, pero que siguen llenando de emoticones con corazones sus mensajes.

La poesía de la señorita Pinchi, un apellido recurrente en la historia sentimental y políticamente sorpresiva del Perú, empata con esa imagen –dulce como el azúcar– que tenemos del amor:


Caramelo de chocolate
Empápame así
Como un pionono de vitrina
Enróllame así
Con azúcar en polvo, endúlzame

Mención aparte merece el título que se refiere a la expresión cariñosa con que un hombre poderoso es convertido en un ser que provoca cuidar tiernamente, seguida de una onomatopeya que evoca un piropo. Este silbido, proscrito en tiempos en los que se lucha para que el espacio público deje de ser una arena de acoso y hostigamiento, es, en el contexto de la canción, como en el mensaje original, un reconocimiento de que el bebito es guapo.

La globalización y el cinismo rebelde frente al amor tradicional, que traía de contrabando al machismo y a la idealización extrema, hace que este tipo de manifestaciones sea vista con ironía y humor, pero en el fondo se reconoce como parte de nuestro ser cultural. Esto funciona en Perú y en los países latinos, que están revisando sus formas de expresar amor, en una época en que el sentimiento se manifiesta de forma más lacónica en el ciberespacio y de forma más líquida en la realidad externa.
El tercer componente de la ecuación es este contexto propio del siglo XX y XXI, en el cual dejamos de lado la racionalidad total y las ideologías absolutas que produjeron dos guerras seguidas, y que son desbaratadas con la insurgencia de los medios de comunicación que permiten ver posiciones distintas.  Llamamos posmodernidad a la etapa histórica en donde distintos puntos de vista son aceptados y no hay verdades absolutas.  Parte de ello es cuestionar la excesiva formalidad y, como el movimiento punk nos enseñó, hacer bricolaje con distintos pedazos de cultura, como ellos hicieron con sus fanzines y posters.  Así “Bebito fiu fiu” tiene ritmo pop, copia a estrellas internacionales, recoge poesía personal, usa la voz del expresidente –que indirectamente se vuelve rapero– y mezcla de manera magistral los sonidos tal como lo hicieron los dj pioneros del hip hop neoyorkino.

También dentro de esta época posmoderna, el nuevo espectador se niega a ser pasivo y a no dejar de participar en la pantalla. Las nuevas tecnologías y plataformas permiten compartir memes, tik toks y tuits, producir incluso videoclips, y hacer circular de propia mano el ritmo que, por su ironía respecto al amor dulzón, cala muy bien en distintas latitudes. Mientras los peruanos jugamos con la ironía humorística de un clásico ampay, fuera de nuestras fronteras el ritmo conocido y la letra intensamente graciosa gusta mucho. Será que sentimos una especie de nostalgia por el amor con cartas perfumadas, ese que hace sonreír a influencers, a empresas de publicidad y hasta a Bad Bunny. 

La circulación internacional impone límites que nuestra cultura popular local no tenía. Es decir, se hablará de derechos de autor, de copia, y aparecerán quienes digan que la compusieron primero: signo de los tiempos, desventajas de la globalización, pero finalmente el Perú vuelve a estar en el mapa, no por su pasado glorioso o por su potencial turismo, sino por la genialidad de su cultura popular.

Dos cosas antes de terminar. Primero, no olvidemos que este fenómeno partió de una situación familiar que puede haber causado dolor a los implicados. Es interesante ver cómo, a partir de un caso, creamos historias que ya se desconectan de su base de origen y hablan más de nosotros que de los protagonistas. Por otro lado, hace un buen tiempo que la cultura popular global –a través del pop coreano, el manga y la música– nos dice a los varones que debemos dejar esa impronta de macho alfa y poderoso para explorar nuestro aspecto empático y tierno. Dicho en otras palabras, los hombres deberíamos animarnos a ser menos patanes inseguros y más bebitos fiu fiu.

3 comentarios

  1. Victor Miguel Saenz

    De acuerdo. Vizcarra es la anécdota detrás de la canción. Pero todos hemos sido cursis en algún momento. Todos hemos visto alguna vez a nuestra pareja de turno con ojos de ingenua y edulcorada admiración. La canción, entonces, habla de nosotros. Por eso la queremos, y la odiamos también. Eso es genial.

  2. Claudia Palacios

    El bebito fiufiu llegó a la comunidad latina en Kansas, EEUU. El otro día lo escuchó una compañera de clase que trabaja en una firma de abogados de immigración. Ha sido un boom. Saludos desde la Universidad de Kansas!

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