Algunas reflexiones finales sobre este mes de junio
Y llegamos al último día de junio, Mes del Orgullo y Mes de la Cultura Afroperuana. Esta vez nos trajo mucho, desde la inestabilidad estable de la política local, hasta las profundas disrupciones causadas por importantes decisiones internacionales que afectarán los balances de poder geopolítico en el mundo, con consecuencias aún por terminar de descubrir. Mi labor en este artículo, sin embargo, será proponer algún tipo de cierre a las discusiones que abrimos el primer jueves de este mes: cómo las luchas de los dos colectivos que se celebran durante junio están conectadas y algunas de las aristas que no vemos cuando las pensamos de manera separada.
Asistir a la Marcha del Orgullo el sábado fue una experiencia regocijante. Lo es siempre, pero esta vez la observé con otros ojos. Sospecho que fue la más grande en su historia. Y, si bien el apoyo de aliados y personas que creemos en la importancia de prestar el cuerpo a las causas justas se percibió claramente, observé también una tribuna importante de personas observadoras. No me refiero a quienes hacen barra y sonríen o banderean desde las veredas, sino, literalmente, a las personas que se colocan en diversos lugares de la marcha a observarla pasar, sin interactuar con la misma. Cientos, tal vez miles de personas. “El público”, si se quiere.
Sé que no es mi labor, pero no pude evitar sentir algo de preocupación. Varias veces me leerán afirmar explícita e implícitamente que no hay sujetos neutrales frente a las injusticias. Si no estamos haciendo algo en contra de ellas, claramente elegimos el lado del opresor. A la postre, nuestra indiferencia o falta de acción tiene por consecuencia el mantenimiento de las desigualdades. Esta es la eterna diferencia entre “no ser” racista, homófobo, xenófobo —tomando una posición pasiva ante estas y las demás opresiones sociales— y asumir la posición activa de ser “anti” racista, homofobia, xenofobia, etc. Mientras el primero se contenta con no ser el malo de la película mientras esta sigue sucediendo, el segundo busca por lo menos hacer algo para cambiar el guion.
Hay una frase muy popular que se atribuye a Martin Luther King y a la que suele recurrirse comúnmente en el tipo de conversaciones que evocan textos como este: “La injusticia en cualquier lugar es una amenaza para la justicia en todas partes”. Me parece curioso que la atribución suela quedarse ahí porque lo que le sigue a esa frase —o la parte de la cita que no suele nombrarse tanto— es mucho más esclarecedor y profundo; o en cualquier caso, mucho más concreto a los esfuerzos de todos y todas por la igualdad: “Estamos inexorablemente vinculados por una red de mutualidad, atados en una misma prenda que es el destino. Lo que sea que afecte a uno directamente, nos afecta a todos indirectamente”. Todas las luchas están conectadas. El racismo, el sexismo, el clasismo, la homolesbotransfobia y la xenofobia son hermanos. Y no hay jerarquías en la opresión. Tanto la población LGTBIQ+, como los pueblos afroperuanos, las poblaciones indígenas —andinas y amazónicas—, las personas en situación de discapacidad y las mujeres vienen dando una lucha intensa por la garantía de sus derechos. Una lucha que está conectada en sus propios fundamentos: la justicia para todos y todas, el reconocimiento de su humanidad y sus derechos más básicos, visibilidad positiva, y no más violencia contra sus cuerpos.
Sabemos que históricamente ha sido más fácil desempoderarlas tratándolas segmentadamente, pero a lo mejor es momento de buscar sinergias que nos fortalezcan, o espacios de agenda común que generen nuevas ventanas de oportunidad.
El día de hoy vemos sin reaccionar cómo el reconocimiento de derechos de la población LGBTIQ+ se niega una y otra vez, y no nos involucramos. Observamos sin inmutarnos cómo las brechas de desigualdad que afectan desproporcionadamente a las poblaciones racializadas se hacen más profundas. La plena ciudadanía de las mujeres aún se sigue poniendo bajo examen, y ya ni que decir de los derechos específicos que corresponden a las poblaciones indígenas, o de nuestra indiferencia respecto de la necesidad de hacer nuestra ciudad y servicios más accesibles a las personas en situación de discapacidad. Bajémonos de la tribuna. Dejemos de ser un público observador. Se supone que hace 200 años habíamos superado la era de la aquiescencia colectiva a las limitaciones de derechos para ciertos grupos, y sin embargo, al 2022, muchos de nosotros aún seguimos esperando.
Totalmente de acuerdo con este artículo!!!