¿Es malo cambiar de opinión?


Un ejercicio personal devenido en artículo de actualidad


La semana pasada fui invitado a un taller de discusión con personas de formación e ideología diversas. En una de las dinámicas iniciales, para ir quebrando el hielo, se nos pidió pensar en aquellas ocasiones en las que habíamos cambiado de posición en el tiempo. Noté entonces una evolución personal de la que no había tomado clara conciencia.  Me parecieron hallazgos interesantes, así que aquí los comparto. En los dos primeros estoy convencido de mi cambio de parecer y en el tercero aún muestro mis dudas: 

  1. Las instituciones. A inicios de los 90 estaba harto del rumbo que llevaba el país. No veía luz al final del túnel: la economía no conseguía salir de su crisis de los 80 y el terrorismo avanzaba sin control. El Congreso y el Ejecutivo andaban enfrascados en confrontaciones que por entonces no entendía bien, pero que me transmitían una noción de disfuncionalidad generalizada. En ese contexto fui parte de esa mayoría de peruanos que vio con buenos ojos el cierre del Congreso. Yo también aplaudí el autogolpe de 1992. Hoy veo que la vehemencia de mis veinte años, aunque bien intencionada, ignoraba la importancia del respeto a las instituciones. Es interesante que justo por entonces comenzara a interesarme por la Economía y que en 1993 Douglas North, uno de los padres de la Economía de las Instituciones, recibiera el Nobel. Luego, Robinson, Acemoglu y varios otros me terminaron de convencer de aquello en lo que creo hoy: el camino institucional es algunas veces más lento y tedioso, pero es el mejor en el largo plazo. Por eso hoy creo que, en ausencia de sentencias judiciales, la búsqueda de malabares argumentativos para vacar al presidente en estos días es un error. También creo que el daño que se le viene haciendo a la función pública es muy serio. El nombramiento de funcionarios incompetentes debe combatirse con mucha firmeza.
  2. La desigualdad. Entre mediados y fines de los 90 comenzó mi formación como economista. Una de las primeras herramientas que aprendí fue el modelo de equilibro general de Arrow-Debreu. Este modelo formaliza de una manera matemáticamente elegante las ideas que se argumentan a favor de la eficiencia de los mercados. Entre otras, en ese patrón se introduce la noción de Adam Smith de que «no es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses», pues una “mano invisible” se encarga de distribuir bienestar de manera que cada individuo alcance su máximo beneficio posible. Según ello, las personas nos preocupamos solamente por nuestro propio consumo y no por el de los demás. Para mí, una consecuencia de esto era que la política pública debía encargarse del combate a la pobreza, mas no del combate a la desigualdad. No pasó mucho tiempo hasta que llegué a lo que hoy se llama “la Economía del Comportamiento”. Kahneman, Tversky y un grupo interesante que los siguió se encargaron de demostrar que los seres humanos no somos tan autómatas como los modelos sugieren. A las personas nos importa también lo que consume el resto, para bien y para mal, y esto tiene implicaciones políticas y económicas. A los interesados en la revolución comportamental dentro de la Economía les recomiendo esta maravilla de libro: The Undoing Project, de Michael Lewis. La desigualdad. Entre mediados y fines de los 90 comenzó mi formación como economista. Una de las primeras herramientas que aprendí fue el modelo de equilibro general de Arrow-Debreu. Este modelo formaliza de una manera matemáticamente elegante las ideas que se argumentan a favor de la eficiencia de los mercados. Entre otras, en ese patrón se introduce la noción de Adam Smith de que «no es de la benevolencia del carnicero, cervecero o panadero de donde obtendremos nuestra cena, sino de su preocupación por sus propios intereses», pues una “mano invisible” se encarga de distribuir bienestar de manera que cada individuo alcance su máximo beneficio posible. Según ello, las personas nos preocupamos solamente por nuestro propio consumo y no por el de los demás. Para mí, una consecuencia de esto era que la política pública debía encargarse del combate a la pobreza, mas no del combate a la desigualdad. No pasó mucho tiempo hasta que llegué a lo que hoy se llama “la Economía del Comportamiento”. Kahneman, Tversky y un grupo interesante que los siguió se encargaron de demostrar que los seres humanos no somos tan autómatas como los modelos sugieren. A las personas nos importa también lo que consume el resto, para bien y para mal, y esto tiene implicaciones políticas y económicas. A los interesados en la revolución comportamental dentro de la Economía les recomiendo esta maravilla de libro: The Undoing Project, de Michael Lewis.
  3. El voto obligatorio. Las libertades individuales siempre me han parecido parte de los principios básicos de la vida. En concordancia con ello, opinaba que si alguien quería apartarse de la vida política y no ejercer su derecho al voto, la sociedad debería respetar tal decisión. La obligatoriedad del voto, con sus correspondientes multas para los no votantes, así como las restricciones civiles, comerciales, administrativas, y judiciales, me parecían errores, paternalismos excesivos. Las crisis de gobernabilidad recientes de países vecinos me están haciendo repensar esto. Hoy sigo creyendo en las libertades individuales, pero también creo que estas alcanzan su límite cuando entran en conflicto con el bien común. ¿Participar de la elección de los gobernantes debería ser un principio básico para la construcción del bien común? ¿Cómo involucrar mejor a todos en las decisiones colectivas relevantes? Es que me parece muy cierto el dicho: “aunque no te ocupes de la política, ella se ocupara de ti”.

Me ha parecido interesante ver estas evoluciones en mí. ¿Cómo me veré de aquí a diez o veinte años? Para entonces espero estar aprendiendo otras herramientas de análisis. ¿Qué cambiará en mi perspectiva? ¿Sera cierto que hay cosas, como la pasión, que no pueden cambiar? Veremos.

Y usted, lector, ¿qué convicciones recuerda haber cambiado? 

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